Lo siento por los catalanes que quieran hacer carrera política más allá de Fraga, porque nunca podrán aspirar a ser presidentes del gobierno de España. Ministros, sí, si hay obediencia a las leyes fundamentales de los partidos estado y, con suerte, vicepresidentes del gobierno, si suena la campana, pero la presidencia es territorio prohibido para un catalán y unos orígenes que generan desconfianza a la mayoría de españoles. Hacer cualquier tipo de juramento de fidelidad a la bandera, al rey y a la Constitución tampoco es suficiente. Un catalán nunca podrá ser presidente del Gobierno, aunque entre sus ocho apellidos haya un solo Puig y el resto sean Gutiérrez, González, Pérez, Vázquez, Núñez, Fernández o López.
Asumida esta realidad, los ministerios van muy buscados entre los políticos que han hecho carrera dentro del partido. Te lo tienes que trabajar mucho y saber a quién tienes que apostar cuando las aguas políticas de tu formación bajan revueltas. Si pierdes, te vas a la nevera, y si ganas y suena la campana, te toca una cartera ministerial. La lista de ministros que han desafinado por falta de aptitudes es inacabable y al ciudadano ya no le sorprende ver a un licenciado en pirotecnias varias al frente del Ministerio de Sanidad. "El fútbol es así", dijo el entrenador y rapsoda del fútbol Vujadin Boskov. Una frase que también sirve para el juego de la política.
El último en estrenarse como ministro es Ernest Urtasun, uno de los cerebros pensantes de Comuns Sumar, especialista en utilizar el lawfare para conseguir alcaldías y el niño guapo de la formación. Dicen que por allí donde pasa Ernest, los suspiros se convierten en una sinfonía de deseos. Es, por decirlo de una forma sencilla, el yerno que toda familia comunera querría tener. Urtasun es un buen orador y un equidistante de manual, que se hizo políticamente en Europa y que ha regresado a España para cumplir la cuota de ministros con la que Pedro Sánchez quiere acallar a los siempre gruñones socios de gobierno.
Aunque el Ministerio de Cultura sea muy descafeinado, por aquello de que cada comunidad tiene su consejería de cultura, el cargo no es fácil, ya que tiene que contentar a todas las autonomías sin dejar de hacer de Madrid el centro de todas las galaxias. El futuro de Urtasun como ministro siempre dependerá de cómo siga trabajando para que la capital se mantenga situada en el km 0 de todo, incluyendo inversiones. Si a eso le sumas, como ya he dicho, que tus orígenes catalanes siempre generan desconfianza, la genuflexión tendrá que ser olímpica. En España, los apellidos catalanes solo son útiles para pagar impuestos y hacer comediuchas idiotas, como Ocho apellidos catalanes.
Un catalán que quiere hacer carrera en Madrid debe hacerse perdonar
La primera medida decidida por Urtasun ha sido, sospechosamente, diseñada de cara a la galería y para contentar a las bases del partido, y para demostrar, de paso, que es más animalista que un toro. Con la cancelación del Premio Nacional de Tauromaquia se ha metido en el bolsillo la simpatía de sus votantes —a Pedro Sánchez parece que se la suda, como casi todo—, y se ha ganado la animadversión de los hiperventilados que se visten de torero en cualquier plaza de la vida. "Donde no llega un caballero español por su altura, llega con la punta de su espada", gritan. A Urtasun, un hombre alto y con una espada de tamaño desconocido, lo han tachado de cobarde y "haber hecho una cortina de humo para tapar otros problemas". ¿Toros y amnistía? Qué imaginación.
Si Ernest Urtasun ha visto la serie Sí, ministro, sabrá que el ministro de turno siempre está supeditado a las ganas que tengan los funcionarios y los secretarios del Estado de hacerle la vida más o menos fácil. Y en Madrid, todos los que forman la telaraña de la corte barren para casa. En Sí, ministro, James Hacker, primero como ministro de Asuntos Administrativos, después como inquilino del número 10 de Downing Street, cree que tiene el poder de la última palabra, pero siempre acaba pasando por el tubo de su secretario, Humphrey Appleby. Con uno "Sí, ministro", a Appleby ya le basta para hacer y deshacer según sus necesidades.
No es ningún secreto que los premios nacionales que entrega el Ministerio de Cultura dependen de la ideología del gobierno y de los servicios prestados por el premiado a la causa preeminente de quien gobierna. Los últimos años, los escritores que se han pronunciado en contra del procés se han llevado todos los trofeos. Y una anécdota: un tipo de El Mundo me dijo que yo escribía muy bien, hasta que secundé posiciones políticas equivocadas. O sea: la calidad de la escritura depende de la ideología que tienes. Se ve que ser o no ser, como periodista, dependía de no apartarse nunca "de la unidad del destino en lo universal".
Eliminado el Premio Nacional de Tauromaquia, habrá que ver cómo actuarán Ernest Urtasun y sus secretarios y funcionarios, que se mueven como caimanes en las cloacas con los candidatos de los premios nacionales de otras categorías culturales.
Un tema particularmente delicado es el de las subvenciones ministeriales, y a quién destinan, y cómo, este dinero. Los museos nacionales dispersos por Madrid están rehabilitados y poseen unas colecciones constantemente engrosadas a cuenta de todos los impuestos que pagamos los españoles no residentes en Madrid. Es el efecto capitalidad o la competencia desleal que permite que la Comunidad de Madrid se pueda permitir el lujo de ahorrarse facturas incómodas y convertirse, gracias a Papá Estado, en un paraíso fiscal.
Me pregunto si un ministro federalista de izquierdas como Urtasun logrará cambiar la idea de que su ministerio existe, básicamente, para alimentar el comedero cultural madrileño y, sinceramente, lo dudo. Un catalán que quiere hacer carrera en Madrid debe hacerse perdonar, aunque ninguno de sus ocho apellidos merezca protagonismo en una película lamentable, que hace del origen de los apellidos el centro de la mofa patriotera.