Cuando llegué a París para vivir allí, el año 2006, me recomendaron enseguida que si me invitaban a una comida, para conocer posibles amigos o profesional, en la ciudad o en el campo, había algunos temas que era conveniente que no salieran. En concreto, me dijeron que no era adecuado hablar, ni en la mesa, ni a la sobremesa, de política, de dinero, de sexo y de religión. Después podías observar que quizás las cosas no eran tan rígidas como se te querían presentar, sin embargo, por si acaso, haciendo mi inmersión en la sociedad francesa, y parisina en particular, procuré seguir los consejos, que, a pesar de parecerme un poco exagerados, no puedo negar que intentar no mencionar estos cuatro temas hizo que las comidas se desarrollaran plácidamente, sin sustos destacables.

Ahora que he vuelto ya hace un tiempo a vivir en Catalunya, me doy cuenta de que de algunos de estos temas tampoco se puede hablar, ni en público ni en privado.

He expuesto ya varias veces, en estos artículos y en conferencias, que los catalanes tenemos un problema de serie, y es que no sabemos debatir. No es una característica exclusivamente nuestra, pero la tenemos. Al no haber hecho los debates cuando tocaba (la Reforma protestante, la Ilustración, el fin del Antiguo Régimen y la disputa Camus-Sartre, entre otros), nuestra capacidad de articular nuestro pensamiento y de entender el del otro está bastante disminuida. Desgraciadamente, nuestro sistema escolar tampoco ha ayudado mucho en este sentido.

¿La sociedad catalana está muy polarizada? ¿Más o menos que las sociedades de nuestro alrededor?

Sea como sea, hay una serie de temas que suscitan unas polarizaciones extremas en las que se llega a perder la razón, y todo para mantener posiciones ideológicas inflexibles que, a menudo, no toman en consideración los hechos reales, o los retuercen hasta que tengan una apariencia de semejanza o de aproximación a sus criterios. Se habla más de lo que se razona; y el insulto o, incluso, la amenaza, surgen con una velocidad sorprendente de bocas o de manos de personas que tenías por civilizadas. Eso dificulta extraordinariamente la posibilidad de vivir juntos, y denota unas faltas de tolerancia y de generosidad bastante extremas.

Cada uno podrá hacer la lista de las veces que voluntariamente ha rehuido un tema para no verse involucrado en una pelea, normalmente verbal. Y así, poco a poco, se va cediendo el terreno a los que son más, o que gritan más, o intimidan más, y que, a menudo, son los que menos razones tienen. Por mi experiencia, directa y a través de redes sociales, hay cinco temas sobre los cuales es muy difícil establecer diálogos que puedan fructificar. Son:

  1. El conflicto árabe-israelí.
  2. Todo aquello que está relacionado con el catolicismo y la vida de la Iglesia.
  3. La realidad de los feminismos y las luchas que incorporan.
  4. Los aspectos relacionados con la organización territorial del Estado.
  5. Aspectos vinculados al flujo y al hecho migratorio.

Son cinco temas sobre los cuales prácticamente todo el mundo tiene un posicionamiento, pero en los que las posturas están muy polarizadas, hay unos grados de acantonamiento y de pasión muy fuertes (demasiado fuertes), y es extremadamente difícil no ya jugar el partido, sino simplemente delimitar el terreno de juego. Y en los que, además, no existe autoridad arbitral, porque las partes hace tiempo que han perdido toda confianza.

Todo eso tensa la sociedad, dificulta el principio de vivir juntos, acantona a las personas en posiciones inflexibles, las aleja todavía más, y desmoraliza a los que querrían intentar encontrar puntos de conexión con el fin de avanzar.

En definitiva, el artículo de hoy quería reflexionar sobre el grado de polarización de nuestra sociedad, ahora que tenemos ejemplos bien recientes. Sobre todo aquello de que no se puede hablar, si no quieres hacerte daño. Y para plantearnos algunas cuestiones, que merecerían respuesta: ¿la sociedad catalana está muy polarizada? ¿Más o menos que las sociedades de nuestro alrededor? ¿Y, qué podríamos hacer para rebajar la tensión y hablarnos argumentadamente?