Sílvia Orriols es alcaldesa de Ripoll porque le robó a Junts la cartera. También por eso no le cerraron el paso en el ayuntamiento. Los de Puigdemont habrían cabreado a unos electores que, sobre todo, salen de sus filas. Por el mismo motivo, Puigdemont tocó el violín cuando Basté le preguntó si aceptaría los votos de Orriols. El hombre, el Líder Supremo, salió por peteneras. ¡Claro que si los necesitara, los votos de Orriols, los querría! Aunque quemen. Además, existe este tacticismo juntaire que, viendo el peligro (en el Maresme, por ejemplo), se apresuró a tapar fugas equiparando delincuencia a inmigración. Todo para retener o arañar cuatro votos.
Otra cosa, porque no parece que con Orriols tuviera bastante, es como conciliaría Puigdemont los hipotéticos votos de los diputados de Aliança Catalana con conseguir, al mismo tiempo, los de los republicanos, a quien tanto has reprobado. Y los cupaires, claro. Sin olvidar que el Legítimo, ejerciendo de Líder de la Oposición, conspiró desde el primer día con Borràs (antes de caer en desgracia) para derrocar a Aragonès. La ecuación es viable, sobre el papel. Ahora, difícil que pudiera ser una hermandad.
El resto, de la entrevista, sirvió para ver emerger el Puigdemont más camaleónico. Ahora recitando las tesis de Junqueras. Punto por punto. Nada del tipo airado de los últimos años que, con dedo acusador, señalaba toda desviación de la ortodoxia. Ni rastro de la retórica de confrontación insurreccional que ha predicado con un verbo afilado y épico como si fuera William Wallace en Braveheart. El Legítimo fue un gatito manso delante de un Basté que tampoco le complicó la vida. La entrevista más que plácida fue balsámica. De tan buen rollo, en algún momento, resulto azucarada. Si Basté le pasa la mano por el lomo, el Legítimo maúlla. Solo le faltó repartir besos y abrazos y despedir-se con una canción de cuna. En resumen, la víspera, el nuevo Puigdemont se fue a dormir junto a la casa de Macià en Prats de Molló y se levantó erigido en una especie de Tarradellas, listo para volver escoltado por los Mossos y con todos los honores. Si fuera Semana Santa, como el Cristo en hombros de costaleros de nuestra tierra, silbando la Santa Espina, deseando paz y amor.
El debate sobre si se ha o no de entrevistar a Sílvia Orriols en los medios —en particular en los públicos— ha estallado como era previsible. Es un debate entre superfluo y académico, secundario, que nos priva de hacer el debate imprescindible. El de país. Cuando la estética pierde a la izquierda, la hace estéril a ojos de la mayoría. En tiempo de una corrección política que hace aspavientos por todo, era más que previsible, inevitable este debate superficial que no toca el fondo del asunto. A Orriols se la etiqueta de extrema derecha e incluso de fascista. Qué insistencia en utilizar con tanta ligereza una etiqueta que evoca una guerra supremacista y de exterminio.
La cuestión es si con la intensidad con que ahora se produce el fenómeno migratorio, con la baja natalidad y con la escasa energía con que se defiende la lengua en la calle, si confiar en un eterno milagro de la providencia es razonable
Sería más ponderado tildarla, simplemente, de islamófoba, que no es poco. Que Orriols sea independentista es del todo accesorio, de hecho, es un independentismo exaltado, de trabuco, como tantos otros, que se alimenta y explota el desencanto post 1 de octubre. Esta Orriols es la que más pone al españolismo, porque permite mostrar a los indepes como una tropa aturullada. Cabe decir que Orriols también ha aprendido. Y delante de Nierga (TVE) también fue más dulce, como Puigdemont delante de Basté, tanto en el tono como en las formas. La de Ripoll, que se sabe aspirante al Parlamento, lima aristas con el paso del tiempo.
El independentismo de trabuco, carlista, de Orriols es el que le brota con la inmigración, en particular la magrebí o la musulmana por extensión. El tono airado, de ángel redentor, que hará purgar todos los pecados, ha sido signo distintivo desde el primer día. Con notable éxito y repercusión. Nada nuevo. Es el rompe y rasga del entorno de Graupera. Por descontado de la Ponsatí. O de la ANC depuesta que Junts volverá a llevar por el buen camino. Es decir, correa de transmisión de los designios del Altísimo. Todos, hasta hace cuatro días, satélites de Waterloo. Ahora no vale a hacerse el estafado.
También el alcalde plenipotenciario de Badalona, Xavier García Albiol, saca réditos electorales con un discurso que explota hasta la saciedad el fenómeno de la inmigración, si bien el del PP, que es gato viejo, evita aparecer crispado. El tono de Albiol es otro. Ahora bien, no nos equivoquemos, el discurso de fondo es el mismo. Y conecta con los barrios populares. ¡Vamos si conecta! Pero con Albiol nadie se atreve. Plantear que no tiene que ser entrevistado no parece razonable. Y no lo es. Sería imposible de justificar —y contraproducente— que un señor que gana de calle en la tercera ciudad de Catalunya (con permiso de Terrassa), por mayoría absolutísima, no pudiera expresar aquello que piensa ante un micro. ¿Entonces a que viene tanto alborotarse si entrevistan a Orriols?
¿Qué diferencia, en el ámbito migratorio, a Albiol de Orriols? En serio, ¿qué? Cierto que Orriols añade un discurso identitario. Pero tiene sentido en un país que no se atreve a abordar el impacto que representa una inmigración masiva que nos ha hecho pasar de seis a ocho millones en cuatro días. Que Orriols sea islamofòfoba y no aporte ningún tipo de solución real, no significa que no sea imprescindible abordar una política nacional de inmigración. Es el reto mayor que tiene Catalunya como nación.
O Catalunya integra el grueso de estos nuevos ciudadanos o no es que dejará de ser cristiana, como decían Torras i Bages y Jordi Pujol. Es que el catalán, como mascarón de proa —y eso es lo más trascendente como nación cultural—, se convertirá en la tercera lengua de Catalunya. Y languideciendo. Tierra de paso desde tiempos inmemoriales, crisol de culturas, que decía Vicenç Vives. Mestiza. Catalunya es un milagro. La cuestión es si con la intensidad con que ahora se produce el fenómeno migratorio, con la baja natalidad y con la escasa energía con que se defiende la lengua en la calle, confiar en un eterno milagro de la providencia es razonable.