Si alguien puede irrumpir en el Parlament por primera vez es Sílvia Orriols y su Aliança Catalana. No lo tiene fácil. Pero presenta dos ingredientes para, potencialmente, atrapar suficientes votantes que le permitan acariciar el tres por ciento.


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Como Albiol en Badalona, señala a la inmigración como problema en una Catalunya que lidera el ranking europeo en porcentaje de recién llegados. Un fenómeno tan abrumador que, si ya inquietaba a Josep Benet, ahora obligaría a una profunda reflexión de país por el reto mayúsculo que supone. A esto, Orriols añade, rabiosamente y como segundo ingrediente, el desencanto que se ha fomentado entre la parroquia indepe. Explotando hasta la saciedad la frustración ante las expectativas generadas. No es la única. Ni tiene el copyright.

¿A quién incomoda más Orriols? Puede pescar un poco de todas partes. Cierto. Ahora bien, tal como se puso de manifiesto en Ripoll, el principal damnificado es Junts-Puigdemont. Por eso también han verbalizado el binomio delincuencia e inmigración. También porque Puigdemont juega la carta nacionalista con un componente identitario, más allá de la retórica inflamada de la que se sirve para apaciguar contradicciones cada vez más notables. O para alimentar su hagiografía.

Si alguien puede irrumpir en el Parlament por primera vez es Sílvia Orriols y su Aliança Catalana

La pretensión de la dirección de la ANC de concurrir a las elecciones ha sido barrida por un escaso margen. Y ahora acabarán con ellos, serán sustituidos por gente de la cuerda. También esta, la Lista Cívica, era una propuesta que sobre todo incomodaba al mundo juntaire, que ahora se prepara para recuperar el control absoluto. La primera en hacer hincapié en ello ha sido la todavía presidenta de los nacionalistas. No quieren más sorpresas. Necesitan a un presidente de confianza que haga de correa de transmisión. La ANC acentuará así su perfil más partidista. Y borrón y cuenta nueva. La etapa Forcadell no volverá, a día de hoy son las catacumbas. Es un déjà vu.

Queda finalmente el nuevo proyecto de Jordi Graupera, escoltado por Clara Ponsatí, quien, agotada la etapa europea, se ha divorciado definitivamente de Junts-Puigdemont. Cabe decir que Graupera también tiene su notable parroquia de incondicionales. Y que podría, si hubiera querido, tener un peso muy significativo en Junts. No lo tiene porque no ha querido entrar en este juego. Esto, para ser justos, hay que reconocérselo. Pero su propuesta no tiene recorrido mientras Waterloo siga teniendo cautivo el grueso del mundo nacionalista. El problema de Graupera no es ERC. Ni tampoco la CUP. Es un Waterloo que emocionalmente juega bien y no le deja espacio. Sin olvidar que su pareja de baile ha sido cómplice de ello, por mucho que progresivamente se haya distanciado. Incluso sería bueno que Graupera entrara en el Parlament. Aunque solo fuera para ver cómo se las arregla. Lo tiene complicado. También porque el adelanto electoral si a alguien perjudica es a él. A una propuesta como la suya que, como la de Puigdemont, tiene un marcado carácter personalista, aunque no mesiánico. Al menos por el momento.

Por mucho que otros lloren y recurran a lo que mejor saben hacer, la conspiranoia, del adelanto electoral pueden sacar petróleo —que vuelvo, restitución— mientras que Graupera deberá sudar la gota gorda para asomar la cabeza.