La distancia exacta entre la sinagoga de la calle Avenir de Barcelona y la mezquita del Clot de Barcelona es de 5,2 kilómetros. Las longitudes mentales suelen ser más siderales y a veces parecen insuperables. Estos días, a un año de la guerra que ha destruido ya vidas, tierras, promesas y equilibrios, he ido con un grupo de 40 estudiantes universitarios a visitar estos dos centros religiosos, judío y musulmán. Un día la sinagoga construida en 1918, con visita del rabino de la Comunidad Israelita de Barcelona. La semana siguiente, la mezquita mayor de la ciudad, con las explicaciones del director del Centro Islámico Catalán del Clot. De entre las bondades de tener veinte años, una es que las ganas de saber todavía pueden superar los prejuicios y, por lo tanto, las preguntas que se hacen son acertadas, claras, y sinceras. ¿Por qué se segregan las mujeres cuando se reza? ¿Qué significa este objeto? ¿Qué pone en esta inscripción? ¿Por qué nos quitamos los zapatos o nos ponen la kipá en la cabeza?

Porque hagáis lo que hagáis, en definitiva, es el cuestionamiento que se cuestiona quien quiere entender por qué las personas creyentes cumplen algunas normas y rituales que a ellos, la mayoría no acostumbrados a la religión, les resultan, como mínimo, chillones y curiosos. Repito a los alumnos que se fijen en la diversidad dentro de las religiones. En las corrientes. En las tendencias y la discrepancia interna. No son monolíticas. Visitamos ahora las que tienen a un solo Dios, pero multiplicidad de maneras de entender y gestionar la vida.

La pregunta subyacente, cuando hablamos de judaísmo e islam, es única. Por qué en nombre de la religión se cometen las atrocidades que siguen martilleando una tierra ya magullada y dolorida que no puede más. En la sinagoga, a la que hemos ido mientras se celebraba la fiesta del Sucot o las Cabañas, hemos podido ver una recreación, una cabaña instalada en una terraza del centro, un edificio custodiado por seguridad en toda la calle. El centro no tiene fotos de rehenes, no hay carteles ni nada que remita a un conflicto latente en Israel. Tampoco en la mezquita hemos visto señales de protesta ni folletos de manifestaciones. Y a pesar de todo, el aire que envuelve estos locales sufre los tintes de la guerra en la que víctimas y victimarios mantienen su perspectiva del conflicto.

Las religiones contienen un mensaje de salvación que sus seguidores dañan, ensucian, corrompen, rompen

Los alumnos saben que el judaísmo es un concepto, y las acciones del Estado de Israel otro. Conocen los fundamentos del Islam y su percepción de la comunidad o uma y distinguen una religión con voluntad expansiva y proselitista, como pueden ser el cristianismo y el islam, de una religión también abrahámica y monoteísta, como el judaísmo, que no lo es. Conocen la importancia de la ciudad santa de Jerusalén, y entienden que estamos ante un conflicto geopolítico, cultural y que se alarga desde hace décadas. Sus preguntas son las más pertinentes de todas: si en la doctrina de las religiones hay este llamamiento a la paz, a todas ellas, y a la convivencia, ¿por qué son incoherentes? Y las respuestas solo pueden ir en una dirección. Porque se traiciona el mensaje. Porque las personas que se proclaman religiosas se distancian de este mensaje. Porque si un mandamiento dice no matarás, no puedes matar, ni personas, ni proyectos, ni relaciones. Porque si Islam quiere decir sumisión a Alá y significa paz, no puedes hacer la guerra. Las religiones contienen un mensaje de salvación que sus seguidores dañan, ensucian, corrompen, rompen. Y tienen que ser los mismos creyentes, los que lo ven, los que se sublevan, los que no quieren vivir estas contradicciones, los primeros que lo tienen que defender. No se puede ser inocente y decir que la religión no tiene nada que ver con ello, porque el elemento religioso existe, aunque se manipule por intereses que no son espirituales.

Expertas como Eva Bellin, Erin Wilson, Monica Duffy... no se cansan de reiterar que no se puede descuidar el factor religioso en las Relaciones Internacionales. Que ha sido un error olvidarse de la religión para intentar explicar el mundo solo en claves sociopolíticas, pensando que la religión era un asunto privado, de una gente que reza en un recinto y que hace dietas vegetarianas y se viste de manera peculiar. Las religiones se tienen que explicar, porque viven en sociedad y no son grupos ajenos. Tienen derechos y deberes, y este conflicto en el Oriente Medio claramente implica a judíos y musulmanes, además de poblaciones cristianas y agnósticas que también reciben las consecuencias. Y de rebote, afecta a todo al mundo, también aquí.

La Unión Europea ha alertado del auge del antisemitismo y la islamofobia y de la polarización de visiones. Es muy incómodo intentar entender a los otros cuando diferimos de sus posiciones. Y a pesar de todo, seguiré pidiendo volver a la sinagoga, a la mezquita, a la iglesia, a la gurudwara, en el templo, a donde haga falta, porque el estudiantado que quiere vivir en paz y no comulga con la cultura del dron y de la pólvora pueda saber que hay diversidad ideológica, religiosa, cultural, política, social, económica... Y que no se puede poner en el mismo saco a ningún grupo, porque la disidencia interna existe, se tiene que conocer, se tiene que tocar, escuchar, y siempre se debe reivindicar.