El concepto de “singularidad” intenta satisfacer la diferencia catalana reduciéndola a un trato especial, distinguido, diferenciado. El PSOE pretende hacer compatible esta singularidad con la de Extremadura, la de Castilla-La Mancha o la de Cantabria, todas ellas igualmente singulares y peculiares y curiosas. Mientras Iván Redondo insiste en "la mayoría plurinacional", el PSOE se limita a intentar forjar un "estado plurisingular" que no solo no ha terminado nunca en nada, sino que además no afronta el problema. Un estado plurinacional no es una suma de particularidades, una muchedumbre de “patios de mi casa”, un generoso guiño a las simpáticas peculiaridades regionales de la Península. De eso va el debate eterno en España: de si es capaz de albergar a sus naciones, de reconocer las naciones que integran el Estado y de darles el poder (la soberanía) que ello conlleva, o bien los eufemismos de tono franquista vuelven a imponerse para no ir a ninguna parte. Pedro Sánchez tiene las dos opciones sobre la mesa, quiero decir que la España "plural" tiene las dos opciones. El camino de la plurinacionalidad (soberanía) puede tener algún sentido, el de la plurisingularidad (descentralización administrativa) no.

Si Pedro Sánchez realmente se cree la terminología plurinacional que le reclama Iván Redondo día sí día también en sus artículos, deberá agarrarse a ello para no dejar escapar a sus socios. Es más: si se agarra a ello, el PP nunca tendrá posibles socios más allá de Vox, y Sánchez podrá impulsar una agenda verdaderamente reformista. De eso iba, precisa y teóricamente, el intento de reforma de Estatut que intentaron Maragall y Zapatero (y que acabó chocando contra el muro del patrioterismo político y judicial). Nada de esto tiene nada que ver con la singularidad, con el simple reparto gerencial, con hacer de crupier competencial. Cuando se evita cueste lo que cueste el conflicto, como hace Salvador Illa, sucede que los decretos de Enseñanza dictados en Madrid se acaban escurriendo sin problemas por la conselleria del ramo y nadie se inmuta, como ha ocurrido también con los acuerdos ministeriales sobre pesca, donde no hemos oído decir esta boca es mía a la conselleria catalana.

En esta legislatura veremos (de nuevo) el colapso de la versión “light” del españolismo

Evitar el conflicto nos lleva a esa insípida y falsa “suma de singularidades” que no resolverá el tema y que puede incluso empeorarlo, como ya hizo la operación del Estatut: si no se trata a Catalunya como lo que es, una nación, no existen gestorías ni fórmulas administrativas ni amables cesiones competenciales sugeridas por los mejores despachos de consultoría que puedan ser suficientes para intentar resolver el conflicto. No veremos la independencia en esta legislatura, pero veremos (de nuevo) el colapso de la versión “light” del españolismo: cuando multiplicas las singularidades, estás rociando con agua el gremlin y se te multiplican los problemas. Las instrucciones del vendedor chino eran bien claras, pero hay formas muy singulares (y suicidas) de no querer entenderlas.

Cuando decíamos que el arma secreta del independentismo es España, no nos referíamos solo a la pulsión ultra del PP o de las instituciones del Estado. Nos referíamos también a la España "plural", la tricolor, la que teóricamente entiende el problema y pretende una supuesta concordia entre los pueblos que conforman la pandereta de toro. La España plurisingular no llegará a ninguna parte como ya no llegó hace quince años o hace ochenta años, y deberá decidir, como advierte Pérez Burniol en sus propios artículos, entre considerar los pactos con los independentistas como un “chantaje” o en reconocer el carácter nacional (es decir, la soberanía) a lo que nunca ha sido, ni es, ni será, una singular comunidad autónoma. Los pactos entre Pedro Sánchez y sus socios, con todos sus incumplimientos, no hacen más que evidenciarlo de la forma más descarnada. Solo queda por ver en qué momento exacto finalizará, de nuevo, la comedia.