El principio de la salchicha recomienda, según el humorista británico John Oliver, que si amas algo no preguntes cómo se hizo. Oliver lo utilizaba para ilustrar la contradicción que sentía al recordar que un deporte que adora, el fútbol, estuviera controlado por una organización tan corrupta como la FIFA. Me topé con el vídeo en el momento en que, a raíz de las protestas en Brasil contra la celebración del Mundial de Fútbol masculino del 2014, decidí dejar de ver partidos de fútbol.
Yo, que había llegado a programar las horas de estudio para la Selectividad de modo que los descansos me coincidieran con retransmisiones de los partidos de un Mundial masculino, fui devorada por un debate existencial sobre la persistencia de la razón y el sentido del deber ante la tentación de caer rendida al placer y la emoción. Antes de que John Oliver me advirtiera, ya había osado mirar en el interior de la salchicha.
No solo me molestaba, y todavía me molesta, la manera en que se ha mercantilizado el fútbol masculino profesional –hemos tenido una muestra con la detención de Villar, el caso Neymar o las reyertas de Leo Messi y Cristiano Ronaldo con Hacienda-, sino también algunas de las formas de narrarlo. Un maestro del periodismo deportivo me dijo que parte de la prensa del sector era prensa corporativa, sobre todo del Barça y del Madrid. Además de estar de acuerdo, opino que en algunos casos se ha privilegiado un relato chismoso y lleno de intrigas barnizado de institucionalismo, corporativismo y heroicidad, a veces presentado con tono de barra de bar, donde las mujeres hemos aparecido como recompensa al esfuerzo de los valientes. Parte de estas inercias están en los medios públicos, haciendo noticias sobre el Barça porque es el Barça o con esporádicos anuncios de vergüenza ajena a favor del equipo azulgrana. Si los deportes tienen que tener inevitablemente un lugar privilegiado en el panorama informativo de todas partes –y eso lo tendríamos que empezar a debatir, francamente–, como mínimo que la información sea relevante, rigurosa y represente la variedad de deportes que existen y la diversidad de personas que los practican. Porque tampoco hay que conmemorar con un documental toda efeméride barcelonista, cuando en Catalunya hay otros atletas macho y hembra que sobresalen a nivel mundial.
Por eso siempre he admirado a aquellos periodistas deportivos que explican historias que van más allá de artefactos de mercadotecnia. Piezas en las que el lector pueda desde informarse de la actualidad más inmediata hasta captar aspectos como qué implicaciones sociales tiene el deporte o qué técnica, artesanía y preparación hay tras el esfuerzo de los atletas. Que te informen de resultados, pero también de las mangas y capirotes que tienen que hacer muchas jugadoras de waterpolo o balonmano para seguir compitiendo, que te muestren como la Guerra Fría se jugó en las pistas de hockey y que te aclaren cuáles son los fundamentos de la hegemonía rusa en natación sincronizada.
Quizás estoy proyectando lo que yo veo en el deporte en lo que considero que tendría que ser la prensa deportiva. Quién sabe. En el fondo, lo que me atrae es la capacidad del ser humano para superar sus límites y para crear arte con una raqueta, con el agua hasta el cuello o colgado de las barras asimétricas, y cómo el colectivo que lo observa se apropia de este esfuerzo hasta fusionarse subjetivamente con él. Y eso, claro está, también vale para el fútbol masculino. Tres años después de mi dilema existencial, mi consumo y, sobre todo, mi inversión emocional en este deporte no han desaparecido, pero se han reducido drásticamente. Digamos que me he desintoxicado. Veo partidos cuando tengo ganas de socializarme, o para dar apoyo al fútbol femenino, pero poco más. Si el Barça masculino vuelve a jugar bien, lo miraré de vez en cuando, porque me encanta admirar las cosas bien hechas. Y si juega mal, seguiré ignorándolo como hasta ahora. Ahora mismo, hay deportistas con tanta o mayor capacidad para ofrecernos un buen rato de nervios, gloria, decepción y, sobre todo, admiración. Así que tampoco es un drama.