El ingreso en prisión del cuñado del rey de España, Iñaki Urdangarin, ha sido utilizado por todos los medios del establishment para proclamar que en España funciona la separación de poderes y que la justicia es igual para todos, cuando, de hecho, lo que ha puesto de manifiesto el caso Nóos es todo lo contrario. El condenado y su esposa, la infanta Cristina, han tenido un irrefutable trato de favor y continuarán teniéndolo por ser quienes son. No hay comparación posible entre las deferencias que el poder judicial y también el régimen penitenciario ha dispensado a la pareja con la saña que sufren los presos políticos catalanes o el despotismo que se aplica habitualmente a los delincuentes comunes que no son de cuello blanco o militantes del PP. Ahora bien, dicho esto, también es justo señalar que Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina han sido víctimas de un régimen corrupto que ha actuado desesperadamente como las bestias malheridas para garantizar su supervivencia. Urdangarin no es inocente, pero tampoco es el culpable.
Según la condena, Urdangarin cometió tráfico de influencias aprovechándose de su condición de yerno del rey Juan Carlos I, pero tal y como ha constatado el mismo juez instructor, el jefe del Estado debería haber sido citado a declarar al menos como testigo. No se hizo por una interpretación respecto la inviolabilidad del Monarca que la exonera de toda responsabilidad. Sin embargo, de acuerdo con el sumario, varios correos y testigos han dejado bien patente que el rey conocía las actividades de su yerno.
Además, también es conocido que, por razones obvias, todas las actividades de la familia del jefe de Estado estaban estrechamente supervisadas por el personal directivo de la Zarzuela, lo que alimenta la interpretación según la cual Urdangarin no pasaba de ser el encargado de una filial regional de la empresa familiar.
Era imposible que el yerno del rey actuara clandestinamente por su cuenta. Hizo lo que le dejaban hacer o incluso lo que le ordenaban en un ámbito de impunidad absolutamente normalizado. Por eso ha trascendido la convicción del exjugador de balonmano del Barça en el sentido de que no era consciente de haber hecho nada malo o nada que no estuviera comúnmente aceptado.
Urdangarin no era el único miembro del entorno del monarca que hacía negocios. Más ambiciosa era la amante alemana del rey Juan Carlos, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, que no se conformaba con las migajas de los negocios locales, acostumbrada como estaba a tratar con financieros internacionales. Aunque también es cierto que aún hay quien se acuerda en el Ayuntamiento de Barcelona de cuando la novieta del Jefe del Estado se empeñaba en organizar en la capital catalana los premios Laureus, una gala supuestamente deportiva con presencia de famosos que le costaba al municipio unos cuatro millones de euros en una sola noche, cifra superior a la que la corporación municipal dedicaba a promocionar el deporte de base durante todo un año
Eran días de vinos y rosas que se detuvieron de golpe porque la crisis no permitía tantas alegrías; porque el juez José Castro Aragón ―este sí se merece un monumento― no se acojonó ante las presiones y cosas peores que recibió, y porque las redes sociales no estaban tan controladas como la prensa de papel. Recordemos como los periódicos no pudieron ocultar las fotos del cazador de elefantes cuando ya todo el mundo las había visto en Twitter. En las redes aún se pide que se haga público el patrimonio de la familia Borbón, cómo se obtuvieron los ingresos y dónde los guardan, por qué se han publicado y no se han desmentido comisiones escandalosas pagadas con dinero público.
La crisis de la monarquía era tan profunda que para salvar el régimen se decidió jubilar a Juan Carlos, coronar a Felipe VI en una ceremonia casi clandestina, sin invitados internacionales, y fingir honestidad a base de esconder el viejo del escenario, expatriar la hermana y el cuñado, y, sin ningún tipo de escrúpulo, convertir al sobrevenido Urdangarin en el chivo expiatorio y hacerle pagar los platos que rompieron otros. Todo para salvar una monarquía que cada paso que da es más y más débil. Porque ya no sirve esconder la mierda bajo la alfombra. El clamor republicano se hace sentir cada vez más fuerte desde Cádiz a Pamplona, desde València a Extremadura y desde Galicia a Catalunya. Si no hay manera de afrontar la reforma constitucional es por miedo a tener que preguntar sobre la Monarquía. La dinastía borbónica siempre ha tenido alergia a las urnas. Sin embargo, ya sólo las urnas los podrán garantizar la continuidad, siempre y cuando gane el referéndum, claro. Si no se atreven a convocarlo ellos, tarde o temprano lo harán otros.