“Yo creo que debería decidir volver y sujetarse a la justicia. Y después, entre todos, ser capaces de encontrar soluciones felices, como hemos encontrado con el tema de los indultos a los ya condenados por el TS. Porque imagínese: si no, estaríamos haciendo, cuando unos han tenido que pasar por un camino y otros, no se sabe muy bien por qué, encuentran otro”. El ministro Iceta decía esto hace exactamente un año en referencia al caso de Carles Puigdemont, queriendo obviar que el president ya se ha sujetado a la justicia y que, si vuelve, estará lejos de este tipo de trampas humillantes. Ahora que la aritmética hace depender al gobierno del PSOE del voto afirmativo del partido del “supremacista”, “divisor”, “prófugo” y “anecdótico” personaje, supongo que buscarán soluciones algo más imaginativas y generales. Bien, o no, pero en todo caso este sería su problema. Hay algo que deben tener claro antes de plantearse nada: ya no se negociarán “soluciones felices”, ni se articularán mesas de diálogo cojas, ni se emplearán esfuerzos en conseguir insustanciales cuotas de catalán en Netflix o el traspaso del Turó de l’Home. El paradigma ha cambiado, y el lenguaje también. Porque ahora han cambiado los interlocutores.
Tras las pasadas elecciones generales, el interlocutor necesario (si se quiere un gobierno del PSOE en España) es directamente Carles Puigdemont. El Vetado.
Estos posibles nuevos interlocutores, hasta ahora, habían sido vetados. Recordemos que el diálogo entre Pedro Sánchez y el independentismo se inauguró durante el gobierno Torra. Palacio de la Moncloa, Palacio de Pedralbes, ponsettias amarillas, ponsettias rojas. Hacía solo un año del 1 de octubre, todavía había presos políticos enjaulados y Puigdemont ni siquiera era eurodiputado. Salió una declaración que reconocía la existencia de un conflicto político y que apostaba por una solución de amplio consenso entre la sociedad catalana que disfrutase de un marco de "seguridad jurídica". Después, ERC facilitó la segunda investidura de Pedro Sánchez e inauguró la famosa "mesa de diálogo permanente", que se paralizó casi dos años por la crisis del covid. Mientras, el presidente Torra fue eliminado de la ecuación a través de una escandalosa inhabilitación por una pancarta. Uno menos. Aragonés es entonces investido y Junts es excluida de la mesa, porque de repente no se admiten personas que no formen parte del gobierno. Fuera, también. La historia que sigue es conocida: resolución de la Asamblea de Representantes del Consejo de Europa, con todo lo que se aconseja (indultos, reformas penales y diálogo con condiciones). El resultado de la gestión republicana de estos elementos ha sido, por ser generosos, irregular. Es lo que suele ocurrir cuando se permite al PSOE dividir, enfrentar e incluso eliminar a interlocutores discrecionalmente.
Tras las pasadas elecciones generales, el interlocutor necesario (si se quiere un gobierno del PSOE en España) es directamente Carles Puigdemont. El Vetado. Todo el mundo ve, o intuye, que esto cambia el paradigma: Puigdemont no forma parte de ningún gobierno, no ha renunciado a ninguna vía unilateral, mantiene su exilio en Waterloo (por razones obvias no irá a reunirse en Pedralbes ni en la Moncloa) y forma parte del Parlamento Europeo, en el año de la presidencia española de la UE. Veremos si quiere hablar, y de qué. Para quien quiera entender, nos encontramos más en la fase de la última recomendación del Consejo de Europa (diálogo político) que en las primeras (indultos y reformas penales), aunque quedan todavía por resolver defectos de la fase anterior (amnistía o equivalentes, y para todos). Tiempo, por tanto, para afrontar el gran tema. De saber si pasamos del inocuo ibuprofeno de Iceta (“pacificación”, como si Cataluña fuera la calle Consell de Cent) a la propuesta de soluciones verdaderas. Felices o menos felices, eso importa poco: la felicidad no es un derecho, la libertad sí.
Hasta ahora solo un exministro del PP, el señor Margallo, ha formulado alguna idea que parece un poco estudiada: reconocimiento nacional, blindaje de competencias, etcétera. Seguramente ya es demasiado tarde incluso para eso, pero por lo menos es algo. Si me preguntan a mí, no se debe aceptar ninguna propuesta de acuerdo (por atractiva y descentralizadora que parezca) que no señale dónde está la puerta de salida para Cataluña. De hecho, ¿dónde se ha visto una hipotética “nación reconocida” que no puede irse? Mi recomendación a los partidos independentistas es, por tanto, que, aparte de coordinarse ante esta eventual negociación, preparen a todo el independentismo para el día siguiente del “no me interesa”. No es solo el PSOE quien debe ofrecer una idea: el independentismo también debe tener alguna, y sólida, para cuando la España “amable” le acabe preguntando “¿y dónde piensas ir, sin mí?”. De hecho, no debería entrar en ninguna negociación sin haberse respondido antes a esta pregunta. Porque la libertad, aparte de un derecho, es un deber.