En 2022 nacieron en Catalunya 56.344 bebés. Casi los mismos que en 1948, cuando en Catalunya éramos mal contados 3 millones de habitantes y ahora somos ya 8. Podría seguir con una infinidad de estadísticas que demuestran que no estamos teniendo hijos. Concretamente, los occidentales de padres de cultura cristiana, no estamos procreando. El problema no lo tiene la cultura cristiana, que está creciendo en todas partes menos en Occidente. El problema lo tiene Occidente. Digo problema para Occidente en el sentido demográfico y cultural al hecho de tener descendencia. En ningún caso es un problema de la humanidad universal, porque por suerte para la especie humana, la tasa de crecimiento demográfica no peligra, y no peligrará al menos durante el próximo siglo.
Si queréis podemos hacer el esfuerzo de buscar algunas causas del paro demográfico en Occidente, sin ninguna otra pretensión que la de ayudar a ponernos en contexto de cara al futuro inmediato en nuestras vidas particulares. Porque es cierto que nos preocupa el deshielo de los polos y nos quieren convencer de dejar de poner gasolina, seguramente con buenas razones mal explicadas, o con malas razones bien explicadas. También nos preocupa que PISA ponga en evidencia el sistema educativo progresista que deja que los niños aprendan experimentando y experimenten aprendiendo, sin estar seguros de si con eso los educamos o los consentimos. Podemos cambiar el planeta y la educación, sin embargo, ¿para quién si en Occidente no tenemos hijos?
Analicémoslo. La primera causa que hace que a los jóvenes de Occidente les cueste encontrar el buen momento para tener hijos es económica. Salarios bajos sin ninguna esperanza de mejora para la gran mayoría y poca estabilidad en los puestos de trabajo. La segunda causa es también económica, ya que el gasto de tener un solo hijo para unos salarios bajos es casi inalcanzable sin la ayuda de las familias. Aquí nadie querrá llevarme la contraría. La tercera causa, más discutible, es la falta de cultura del sacrificio. La experiencia de ser padre ya no es vivida como una etapa más de la vida en la cual la supervivencia de la especie y la llamada de la naturaleza te llevaba de manera casi automática, sino como un proyecto más al cual podemos optar de manera conjunta o no. Criar hijos es una opción más entre todas las opciones que pueden escoger los jóvenes occidentales, convencidos de que esta experiencia tiene que formar parte de una manera de vivir escogida y decidida unilateralmente. Eso sí, después, cuando tienen hijos, son tan buenos padres y madres como los de todas las generaciones anteriores.
Occidente ha escogido muchas maneras para explicar el mundo que está liderando desde la revolución industrial. Pero todavía no se ha atrevido a atacar el problema de la caída de la natalidad. Y lo echo de menos
Porque ser padre y madre es la manera de vivir menos escogida y más impuesta a la cual nos podemos enfrentar. Lo es todo. Esto es difícil de explicar. Y tampoco cambiará nada que lo intente, porque por suerte, para cada uno ser padre y madre es una cosa diferente. Lo que seguro convendréis conmigo es que es algo único, amorosamente inexplicable, racionalmente indescriptible.
Occidente ha escogido muchas maneras para explicar el mundo que está liderando, guste o no, desde la revolución industrial. Pero todavía no se ha atrevido a atacar el problema de la caída de la natalidad. Y lo echo de menos. Nadie diría que tenemos un comisario europeo para la "demografía y la democracia", y otro comisario europeo para la "promoción de nuestra manera de vivir europea". Eso quiere decir, quizás, que en Bruselas son conscientes del problema, pero no le damos ninguna prioridad. Quizás un día empezaremos a vivir campañas publicitarias que nos expliquen que es más importante tener hijos que plantar árboles. O al menos que las dos cosas son igual de importantes. Y en consecuencia, atacaremos el problema de la natalidad, ya no alargando los permisos de natalidad que acaban pagando injustamente las empresas, sino ayudando fiscalmente a los padres y las madres, y dando subvenciones para los hijos sin ninguna manía. Empecemos por solucionar las barreras económicas y después ya atacaremos las culturales.
Por último, recordemos el necesario papel de los abuelos en todo este contubernio. Os puedo decir muy poca cosa porque me acabo de estrenar. Y no hay nada más poco diestro que un abuelo primerizo. Las abuelas, como las madres, tienen los reflejos adecuados de manera innata. Eso es un instinto, aunque lo queramos reinterpretar. Los abuelos, como los padres, nos sorprendemos de tan alelados que llegamos a estar, eso es un hecho. Y como siempre esperamos órdenes. Eso sí, del nacimiento del primer nieto recuerdo la misma sensación difundida e irracional que cuando nació el primer hijo. Por un nieto, también darías la vida.