Estamos enganchados al móvil. No, no lo niegues, tú también lo estás. Y es necesario que lo soluciones pronto. No vamos nada bien por este camino. Los que tenemos más de cuarenta años sabemos lo que era vivir sin este aparato diabólico en nuestras manos. Sabemos que era posible vivir sin estar mirando cada cinco minutos lo que hace la gente en Instagram, lo que dice la gente en Twitter (X), qué vídeos de gatos han subido a TikTok o quién te escribe por WhatsApp. ¿Os acordáis de cuando a las 12 de la noche se acababa la programación de la televisión (alguna televisión privada hasta más tarde) y salía la carta de ajuste? ¿Qué hacíamos entonces? Un adolescente de ahora se volvería loco si le saliera la carta de ajuste en el móvil a las doce de la noche. Nos podíamos pasar horas delante de la chimenea mirando como el fuego se movía sinuosamente (los que teníamos la suerte de tener una), charlando, leyendo libros, escuchando la radio, escribiendo nuestro diario personal, haciendo crucigramas, jugando a cartas, cantando, bailando… ¡Cuánta imaginación teníamos para no aburrirnos! Y, si nos aburríamos, tampoco pasaba nada. No teníamos ninguna necesidad de hacer saber a todo el mundo todo lo que hacíamos durante el día. Fotos, nos hacíamos muy de vez en cuando. Y tardabas mucho en tenerlas reveladas.

¿Qué deseas cuando lo tienes todo al alcance de un clic?

Nada era inmediato y todo era un sueño. Recuerdo que todo nos hacía ilusión porque nada era fácil de conseguir. No era como ahora, que con solo un clic tienes todo lo que quieres en casa en menos de cinco minutos. Antes, viajar era un sueño, que a poca gente se le hacía realidad. Valía mucho dinero coger un avión. Solo las familias acomodadas podían ir de vacaciones a la otra punta del mundo. El resto de mortales —si teníamos la suerte de vivir cerca— nos íbamos con nuestro SEAT Panda a pasar el domingo a la playa, embadurnados de crema y con unas cuantas fiambreras para no tener que pagar ningún restaurante. Y sin aire acondicionado ni dirección asistida. Qué bonito era soñar, ¿verdad? Siempre teníamos alguna ilusión. Ahora, los jóvenes están tristes, apagados y ansiosos porque lo tienen todo. Viajan por todo el mundo, se compran la ropa que quieren, nos hacen saber todo lo que hacen durante el día, comen alimentos de todas las nacionalidades, han probado todas las posturas sexuales posibles, han tenido relaciones poliamorosas con gente de todo el planeta, han hecho tríos, cuartetos y orgías antes de los veinte años… ¿Qué deseas cuando lo tienes todo al alcance de un clic? De hecho, hay algo que no tienen: tranquilidad. Y esto es lo que creo que les iría bien. Parar la cabeza y aburrirse como una ostra.

No tenemos que dar explicaciones de lo que hacemos o dejamos de hacer a nadie, aparte de nosotros. No pasa nada por no haberlo probado todo. Es mejor hacer algo bien hecho, con calma y disfrutarlo que hacer tres mil cosas a toda pastilla. Ahora resulta que para entretener a los jóvenes no vale hacer un vídeo en el que simplemente hable una persona, necesitan más estímulos: la persona que habla tiene que estar haciendo alguna otra cosa, porque, si no, se aburren y dejan de mirar el vídeo. Por eso hay tantos chicos o chicas que, mientras hablan, se maquillan, se desmaquillan, se visten o se desvisten (get ready o get unready) o comen cerca de un micro para provocar varios estímulos visuales y auditivos (ASMR [respuesta sensorial meridiana autónoma]). En la televisión han preferido o bien insertar anuncios de tres horas cada cinco minutos (llega un momento en que ya no recuerdas ni qué estabas mirando), o bien insertar anuncios encima de la película que miras (llegas a tal punto de esquizofrenia visual que ya eres incapaz de seguir la película). Es agotador todo ello.

Estamos enganchados al móvil, pero sobre todo a la sobreestimulación. Necesitamos parar, decir basta y aburrirnos. Salgamos a pasear, estemos de palique, leamos un libro, disfrutemos de nuestra familia, curioseemos. Y dejemos de hacer saber a todo el mundo todo lo que hacemos durante el día. Quedémonos con lo bueno de la hiperconectividad: podemos aprender muchas más cosas porque tenemos la mayor parte de la información a nuestro alcance. Y, si estáis hiperconectados porque tenéis miedo de estar solos y pensar, tenéis que saber que estáis solos con o sin hiperconectividad, y, tarde o temprano, tendréis que afrontarlo. Hacer más cosas no significa ser más feliz. Ser feliz es disfrutar de lo que haces, sea lo sea. Así pues, ¿apagamos el móvil unos días?