No había en València dos amantes como nosotros. No había en València un clamor como el nuestro. Caminando sin decir nada. Un paso tras otro, con el nudo de la garganta deshaciéndose solo a ratos para elevar al cielo un grito desgarrador o para tragarse una lágrima rebelde. La gente callada, en silencio. Por los muertos. Por los que todavía no hemos encontrado. Por el luto. El silencio de los que ya no están. El silencio de los que todavía están en el poder impunemente mudos. Escobas y palas contra miserables y ladrones. No dejaremos que tengáis paz. Somos los del barro.

El barro que todavía entierra calles, casas y personas y que voluntarios y afectados quitan con uñas y dientes, mordiendo y arañando cada rincón con una membrana de esperanza. Y cuando la actualidad e imponga —que ya quiere empezar a hacerlo— y quiera difuminar poco a poco el recuerdo de tanta tragedia por la novedad de otras noticias, entonces los damnificados continuarán necesitándonos. Y cuando la supuesta normalidad inicie el retorno —que ya empieza a pasar— aquellos no dimitidos, ni cesados querrán hacer como si nada. Y no, el tiempo ni lo cura todo, ni puede borrarlo. No será suficiente con no olvidar: los tenemos que echar. Se tienen que marchar.

Han limpiado antes las pegatinas de la manifestación de València contra Mazón que la suciedad de las calles todavía sepultadas

Porque sí, esto va de política, aquella que si no hacemos nosotros será hecha contra nosotros. Y sí, eso también va de partidos, porque venimos de un silencio antiguo y muy largo. Porque ha quedado meridianamente demostrado que las decisiones tomadas por el infame Partido Popular afectan al estado del bienestar, el de los ciudadanos, claro está, no el de sus mandatarios, que van vaciando las arcas públicas con insostenibles obras faraónicas, que van enriqueciéndose a costa de los trabajadores. Que van asesinando a base de desidia, a fuerza de abandono de funciones. Pero solo cuando les conviene, que contra los manifestantes cargaron más rápido que contra los neonazis de Paiporta durante la visita real. Que han limpiado antes las pegatinas de València contra Mazón que la suciedad de las calles todavía sepultados.

La manifestación del sábado en València es histórica, un adjetivo que últimamente de tanto usarlo corre el riesgo de ser menospreciado pero que en este caso tendríamos que valorar en su justa medida. Decenas de miles de personas pidiendo la dimisión del president de la Generalitat, que se esconde detrás de unas siglas manchadas de sangre. Ya hace demasiado tiempo. Un hormiguero de dignidad implorando verdad y justicia, aunque ya nos dijeron que la primera no siempre coincide con la segunda. La revuelta imparable llora de rabia y exige acabar con tanta indecencia.

De la Primavera Valenciana a la València Indignada. Dos lemas, dos hashtags. De los estudiantes del Instituto Lluís Vives contra los recortes de enseñanza, a todo un pueblo en marcha contra la gestión de la DANA. Del 2012 al 2024. Y podríamos ir más atrás, a Zaplana y compañía, pero ojalá no tuviéramos que ir mucho más adelante. Ojalá esta tragedia evitable sea la caída del caballo definitiva que esta querida tierra necesita. Un alzamiento popular para marcar en el mapa de la historia un día y un lugar: allí donde renace de las cenizas nuestro País Valencià.