Companys, si sabeu on dorm la lluna blanca
Digueu-li que la vull
Però no puc anar a estimar-la
Que encara hi ha combat.
Companys, si coneixeu el cau de la sirena
Allà enmig de la mar
Jo l’aniria a veure
Però encara hi ha combat.
(Abril 74, Lluís Llach)
España no es un estado democrático, es un estado salvaje. El estado es salvaje porque los poderes reales que lo dirigen están formados básicamente por personas salvajes, no domesticadas, incultas, ariscas, rudas, intratables, brutales. Estamos oprimidos por una casta primitiva, no evolucionada, regida por tabúes, mentiras y violencia totalmente incompatible con cualquier sistema democrático. Una parte importante de la sociedad española está de acuerdo con esta situación. Una parte importante de la sociedad española apoya al máximo exponente de ese estado salvaje: la Corona; institución más propia de la edad media que del siglo XXI. También comparte los argumentos del máximo exponente del franquismo: Aznar. Y es en este contexto inspirado por el “a por ellos” institucional de Felipe VI donde —después de la acción de los políticos, después de la acción de los medios de comunicación, después de la acción de la policía y la Guardia Civil— encontramos la acción de la justicia. Capaz de comprometer el estado de derecho con sus actuaciones durante el juicio contra los presos políticos, durante la persecución internacional contra los exiliados y ahora en la sentencia contra el conseller Miquel Buch y el mosso Lluís Escolà.
¿Cómo te defiendes de unos salvajes? ¿Cómo te despegas de su opresión, de su brutalidad, de su incultura, de su pensamiento de la edad media? La alternativa a un estado salvaje como el estado español es construir una sociedad moderna y abierta
La Audiencia de Barcelona ha condenado al conseller Buch a cuatro años y medio de prisión, diez años y seis meses de inhabilitación absoluta y a nueve años y medio de inhabilitación a cargo público por los supuestos delitos de malversación y prevaricación. Aunque el propio tribunal reconoce que el procedimiento administrativo hecho para ocupar la plaza de asesor eventual del Departament d'Interior, es decir la contratación de Lluís Escolà, fue correcta, condena al conseller y al mosso a prisión. ¿Contratar a una persona durante siete meses de forma legal conlleva cuatro años y medio de prisión? Estamos frente a una gran injusticia. Un disparate jurídico que sólo puede explicarse por las ganas de venganza con el entorno del president Puigdemont. El juicio contra Buch se celebró a finales de julio de ese mismo año. Agosto es inhábil. Sin embargo, el 14 de septiembre estaba la sentencia redactada. Más de 80 hojas redactadas en menos de quince días para enviar a dos hombres a prisión. Parece que esa sentencia estaba escrita de antes. El escarmiento al entorno del president estaba escrito. Ni las pruebas periciales, ni los testigos que llevaron a la prensa a decir que era un juicio ganado tumbaron la sed de venganza.
Aquí estamos. Y a pesar de todos los pesares, vale la pena defenderse. Pero hay que saber cómo. ¿Cómo te defiendes de unos salvajes? ¿Cómo te despegas de su opresión, de su brutalidad, de su incultura, de su pensamiento de la edad media? La alternativa a un estado salvaje como el estado español es construir una sociedad moderna y abierta. Capaz de sumar el máximo de individuos dispuestos a defenderla. Hablo de aquí y de allí. Allí no creo que lo consigan, aquí tendremos que irnos. Como vemos, no es un camino fácil. Está lleno de dificultades y costes personales elevados. Despreciar a los salvajes por lo que hacen no debe llevarnos a la resignación. Sabernos más modernos y abiertos no debe llevarnos a la displicencia. Porque hay que defenderse. Como diría Lluís Llach, porque todavía hay combate. Vale la pena que no nos perdamos en lo que pudo ser y no fue. Que no nos perdamos en lo que queremos y todavía no tenemos. Porque un estado que quiere arrasarte como nación, te interpela, al menos, a tener un punto de mentalidad: porque todavía hay combate.