Desde que Plutarco, un romano que vivió en el siglo I d.C., alcanzó un éxito innegable con su obra magna Vidas paralelas, donde compara las historias de un personaje griego y uno romano, han sido muchos los que han querido emularlo. No he podido evitar utilizar esta técnica descriptiva para poner uno al lado de otro a dos personajes importantes de nuestra historia reciente. De algún modo, para mí, el griego, amante de la sabiduría y el orden cósmico, sería Steve Jobs; mientras que el romano, más proclive a conquistar y a hacer magnas obras, sería Elon Musk. A ambos los admiro, pero de forma muy distinta. En cualquier caso, son auténticos Leonardos da Vinci de nuestro cambio de siglo.

Ya os aviso, antes de continuar, de que tomo partido sin fisuras por Jobs. Desde que vi por primera vez su biografía en la gran pantalla, contada magistralmente por Aaron Sorkin, no he parado de volver a verla todas las veces que he podido. Así pues, conozco sobre todo el Jobs que Sorkin nos describe. Es un personaje fascinante. Nace en 1955, vive la llegada de los ordenadores y tiene la increíble intuición de ponernos en el bolsillo, gracias al iPhone, toda la capacidad informática de relacionarnos con el mundo y entre nosotros. Su empresa, Apple, cambió nuestra forma de entender la era digital, convirtiendo los ordenadores y los iPhones en una parte de nuestra fisonomía. Y cuando le sobró tiempo, fundó Pixar y revolucionó también el mundo de la animación digital, con unos gráficos y unos guiones que se convirtieron en películas como Toy Story, Monsters, Cars, Up o Buscando a Nemo, todas ellas inolvidables. Su prematura muerte a los 56 años nos dejó huérfanos de un personaje que no sé cómo habría entendido que un colega de sector, Elon Musk, financiara con 180 millones de dólares la campaña a la presidencia de Trump y dejara que muchos sospecháramos que le quiere suceder.

Jobs crea un mundo para vivir en él con tranquilidad, para disfrutar del tiempo; Musk maquina cómo controlarnos a través de sus inventos

Musk es la cara opuesta de Jobs. En una serie de Marvel, él sería el personaje maligno: un Loki o un Magneto. Tiene la expresión facial de un general de las SS de Hitler. No obstante, cuando te adentras en su biografía, no puedes dejar de admirarlo. Su patrimonio de más de 230.000 millones de euros es parecido a todo el PIB catalán. Nacido en 1971, es miembro ilustre de la generación X, mientras que Jobs era un boomer inadaptado. Musk es sobre todo un ingeniero, que ha construido proyectos faraónicos y visionarios muy materialistas. Son, por orden: Pay Pal, una especie de banco electrónico; SpaceX, una empresa de servicios espaciales; Solar City y Tesla, centrados en la movilidad eléctrica y la energía solar; Open IA, que fomenta la IA amigable; Neuralink, centrada en el desarrollo de interfaces cerebro-ordenador. ¡Me olvidaba Twitter!... que compró para poder controlar un medio de comunicación de futuro. Hay más empresas, pero no tengo espacio suficiente. Mientras tanto, ha tenido diez hijos y cuatro mujeres. Políticamente, se posiciona a favor de Trump y lo promueve, me atrevo a decir, como paso previo a su futura carrera electoral. Eso es lo que harían los malos de Marvel.

Musk me agota. Jobs me fascina. Jobs crea un mundo para vivir en él con tranquilidad, para disfrutar del tiempo. En una mítica escena de su película, Sorkin nos lo presenta antes de salir al escenario de la genial presentación del iMac de 1998 en una conversación iniciática con su hija. Preocupado por la mala gestión de su paternidad, le dice que le pondrá en el bolsillo mil canciones para desterrar los inolvidables walkman portátiles donde metíamos los casetes. Con este gesto, Jobs quiere enseñarnos a convivir con una tecnología, a amarla y a entender que inevitablemente cambiará nuestra vida. Mi nieto, con un año, ha aprendido a ponerse la mano en la oreja y decir "¿qué?", imitando como hablan sus padres por el iPhone. Es así como también se relacionará con el mundo. Mientras tanto, Musk está maquinando cómo controlarnos a través de sus inventos, que incluyen redes sociales, vehículos automáticos, cohetes, cerebros digitales y un presidente de Estados Unidos. Cuando se reúna Musk con Putin o con Xi Jinping o con cualquier otro tirano mundial, ya tendremos la liga del mal organizada para controlar el mundo. Por suerte, Musk es ciudadano americano. Y la democracia americana ha sobrevivido hasta ahora a cada uno de sus pequeños tiranos. Pero también Roma se acabó convirtiendo en un imperio y fue devorada por la barbarie. Suerte que Grecia sobrevivió en el espíritu de sus grandes hombres para volver a empezar la civilización. Cuando veamos imponerse a Musk, recordemos que siempre tendremos a Jobs. Los tiranos, al menos en las pelis de Marvel, siempre pierden.