Es propio de una sociedad inmadura, de una sociedad que no ha formado históricamente a ciudadanos libres y responsables, que afloren comportamientos un tanto pueriles que dificultan la construcción de sociedades sanas y responsables. Demasiado a menudo vemos como se quieren rehuir, y de hecho se rehúyen, las responsabilidades individuales, y eso es especialmente alarmante en el caso del civismo, o quizás tendríamos que decir en la ausencia de civismo, y en la aparición de casos crecientes de incivismo, que dificultan enormemente la idea de vivir juntos.
Seguro que los lectores se habrán encontrado con respuestas desconsideradas, e incluso agresivas, cuando se hace la más mínima advertencia sobre el comportamiento de alguien, sea por el grado de sobreprotección de los niños por parte de muchos progenitores que hace que sus hijos no sean nunca responsables de nada, sea porque no se asume ninguna responsabilidad sobre el hecho de ensuciar el espacio público, sea porque se hace exhibición pública sobre el incumplimiento de las ordenanzas sobre un montón de aspectos que regulan la vida cotidiana como los ruidos, la recogida de basura, el uso de vehículos en las aceras, el aparcamiento en lugares destinados a los peatones, etc.
Es paradójico ver como los que evocan constantemente, y en cualquier circunstancia, sus derechos, parece como si no tuvieran deberes. Este desequilibrio en el ejercicio de derechos y deberes es el síntoma más claro de una sociedad donde parece que solo hay clientes o usuarios de los servicios públicos, pero no ciudadanos conscientes. Conscientes ciertamente de sus derechos, pero también de sus responsabilidades.
Este desequilibrio en el ejercicio de derechos y deberes es el síntoma más claro de una sociedad donde parece que solo hay clientes o usuarios de los servicios públicos, pero no ciudadanos conscientes
Hemos pasado, en muy poco tiempo, histórica y sociológicamente hablando, de la condición de súbdito a la condición de usuarios o de clientes. Un súbdito solo tiene deberes, pero pocos derechos o ninguno. En sentido inverso, un usuario o un cliente de un servicio público o de un bien colectivo es aquel que considera que tiene todos los derechos, pero ningún o prácticamente ningún deber. Por el contrario, y esta es la posición de equilibrio, un ciudadano sabe que tiene derechos y deberes, y que se tienen que respetar y cumplir tanto los unos como los otros. Solo desde la asunción consciente y responsable de la ciudadanía se puede avanzar a una sociedad constituida y construida por individuos libres. Pero eso requiere tiempo y pedagogía, y, desgraciadamente, no parece ser la divisa del momento.
Todo este desbarajuste, de los que se consideran solo usuarios o clientes porque así se lo han hecho creer, es consecuencia de un largo proceso en que desde los servidores públicos, con los dirigentes políticos al frente, solo se ha explicado a los ciudadanos aquello que quieren escuchar, rehuyendo de hacer la pedagogía necesaria con el fin de construir sociedades robustas, solidarias, críticas y participativas.
Desgraciadamente, y todo lo contrario, se ha ido construyendo los últimos tiempos todo un arsenal jurídico, e intelectual, que prefiere dirigirse a sociedades conformadas por ciudadanos dormidos, acríticos, individualistas, poco organizados y encerrados en casa, si puede ser.
Tenemos que volver, como en tantas otras formas de vida, al equilibrio. Me parece que es más interesante y formativo formar parte de sociedades que avanzan, sin demasiados a prioris contra los cambios y el pensamiento de las personas, por la vía del intercambio creativo y respetuoso de ideas, en una sociedad de personas libres, formadas, capaces de generar su propio criterio, y con voluntad de razonar, de hablar y de organizarse en busca de aquel valor superior que es el bien común.
El bien común es un concepto, quizás en desuso, pero que representa aquello que todos tendríamos que buscar. Un común denominador, no mínimo, que asegura la posibilidad de vivir juntos. Una búsqueda permanente de aquello que puede ser bueno para todos, o cuando menos para la mayoría, desde el ejercicio de los derechos y la asunción de las responsabilidades.
Los catalanes, en conjunto, ¿asumimos nuestras responsabilidades, o tenemos tendencia a rehuirlas?, ¿somos una sociedad madura y avanzada o nos refugiamos en el infantilismo desculpabilizador? Y, ¿qué repercusiones tiene eso de cara a la búsqueda del bien común? De las respuestas a estas cuestiones dependerá de que seamos una sociedad o un rebaño.