¿Sabéis qué es la hipopotomonstrosesquipedaliofobia? ¿No? No os preocupéis, ahora mismo os lo explico: es el miedo a las palabras largas (como muy bien expresa la palabra). Si habéis llegado hasta aquí, es una buena señal; significa que no sufrís esta fobia. Cuando ya creía que tenía todas mis fobias controladas, va y me hablan de esa nueva fobia que desconocía por completo. Ahora, no solamente tendré que sortear la nomofobia (miedo a estar sin el teléfono móvil o sin cobertura), la anatidaefobia (miedo a que un pato me observe), la catisofobia (miedo a sentarme), la pogonofobia (miedo a las barbas), la coulrofobia (miedo a los payasos) y la fobia a los maleducados; sino que, además, tendré que ingeniármelas para esquivar la hipopotomonstrosesquipedaliofobia. ¿Cuánto habéis tardado en leer la palabra entera sin equivocaros (je, je, je)?

La palabra hipopotomonstrosesquipedaliofobia es la suma de varias palabras de diferentes lenguas: de la palabra griega hipopoto, que significa ‘caballo de río’ (hippo- ‘caballo’ y potamos ‘río’); de las palabras latinas monstros, que significa ‘monstruoso’ y sesquipedali, que significa ‘largo’, y de la palabra griega fobia, que significa ‘miedo’. Así pues, hipopotomonstrosesquipedaliofobia (os la voy repitiendo porque, a través de la exposición —una técnica cognitivo-conductual—, os vayáis acostumbrando y no desarrolléis la fobia cuando acabéis de leer el artículo) significa literalmente: ‘miedo a las palabras largas y monstruosas como un hipopótamo (caballo de río)’.

Las personas que tienen esta fobia, cada vez que les hacen leer una palabra larga, comienzan a sudar y se quedan paralizadas porque se sienten incapaces de leerla entera sin tropezarse. Tienen miedo a pasarse el resto de su vida intentando pronunciarla bien y vivir en un estado de ridículo eterno. Conozco el caso de una mujer que fue ingresada en un hospital con la mandíbula desencajada porque, en un ataque de valentía, quiso recitar la palabra esternocleidomastoideo a toda costa. Lo probó doscientas treinta y cuatro veces y la mandíbula dijo basta. Después de esta experiencia, cada vez que veía una palabra de más de cuatro letras, se echaba a correr como si no hubiera un mañana. Os aconsejo que, si no queréis terminar como ella, cada vez que veáis una palabra larga, hagáis como si no la hubierais visto y continuéis con vuestra vida. No os hagáis los valientes, que, cuando desarrollas una fobia, después es muy difícil dar marcha atrás. Os lo digo por experiencia.

Hubo un día en que todas mis fobias coincidieron. Fue el peor día de mi vida. Lo llamo el día cero. Hubo un antes y un después de ese día. Salí de casa y entré en el coche. Una hora antes me había tomado un tranquilizante para poder estar sentada durante el trayecto que tenía que hacer. Cuando ya había hecho tres kilómetros, me di cuenta de que no había cogido el móvil. Las manos empezaron a temblarme; me sudaban incluso las pestañas. Respiré hondo y me fui para casa otra vez. Me paré en el semáforo. Miré hacia la acera y, de repente, todavía no sé de dónde salió, apareció un pato terrorífico, no dejaba de mirarme con esos ojos redondos. Mi cuerpo tembló más fuerte que antes, hasta el punto de hacer tambalear todo el coche. Puse la radio e hice como si no viera el pato. De repente, alguien golpeó el cristal de mi coche. ¡¡¡No podía ser!!! Era un hombre con una barba de medio metro de largo disfrazado de payaso. Los ojos me salieron de las órbitas. ¡Cómo se puede permitir que los payasos barbudos circulen tan tranquilamente por la calle en plena luz del día! Empecé a silbar para distraerme y a hacer muecas. El payaso empezó a gritar, ¡en castellano!, que bajara el cristal de la ventana. Además, era un maleducado que no respetaba mi lengua materna. Sufrí un colapso. Nunca he vuelto a ser la misma.

Os cuento todo esto para deciros que las fobias son mucho más comunes de lo que la gente se piensa. Muchas veces pensamos que la gente es maleducada y, tal vez, lo que realmente ocurre es que aquella persona, en ese momento, está viviendo un ataque de angustia y hace lo que puede para disimularlo. Nunca sabemos qué están viviendo las demás personas; no todo el mundo siente y piensa como nosotros. Dejemos de juzgar tanto a todo el mundo y seamos un poco más abiertos de mente y empáticos.