En una semana hemos oído de dos corrientes importantes del país el mismo concepto: nuevo ciclo. De algunos barcelonistas, después de la final de la Supercopa de España, y de algunos independentistas, a raíz de la protesta contra la cumbre franco-española. Ambos han querido subrayar el cómo. Ya que la idea de esta columna no es hablar de fútbol, me centraré en lo que decían los independentistas: más gente de la prevista, personal más joven de lo habitual, menos freaks y pocos insultos a ERC. La pregunta de los independentistas es la misma que se hacía la culerada al día siguiente: ¿cómo mantenerlo? Unidad, reorganización, reforzamiento. Puede parecer la receta del éxito, aunque a una parte, como en el Barça, solo le importa el qué y no el cómo. Donde sí no hay semejanza en esta comparación es entre el activo y el reactivo. Mientras que al Barça le funcionó querer tener la posesión del balón, el movimiento independentista se gustó siendo reactivo. Esto es bueno para el activismo, pero arriesgado para la política, para Junts.
A raíz de esta cumbre, Esquerra Republicana ha demostrado, una vez más, que ha estudiado el pujolismo. Y ha demostrado, también una vez más, que para aplicar bien el pujolismo es necesario ser Jordi Pujol. Hay un tema vital más allá de las capacidades que cada uno pueda tener —que, dicho sea de paso, para mí, el president Aragonés tiene más que de las que se le conceden— y es que está tratando de aguantar la institución con 41 años. Y existe un tema de talento. Durante la retransmisión de la cumbre algunos periodistas citaron el término “la plana mayor de ERC” y, qué quieres que te diga… Con algunos tengo relación, pero a veces el aprecio debe demostrarse haciendo notar ciertas cosas. Y sobre todo existe un tema de orden. Si Pujol iba a una cumbre, su partido no iba a protestar a la puerta. Manifestarse en la puerta en la que tu presidente ha ido a hacer no se sabe muy bien qué debilita al partido y debilita al presidente.
Nada de este 19 de enero pasará a la historia, ni la cumbre ni la protesta; pero más de uno habrá quedado con la ceja arriba
Mientras tanto, España, el partido socialista, prepotente, ha cometido uno de esos errores de pasada de frenada que hace cuando se cree joven, guapo y rico. Han actuado como aquellos tíos que vienen a casa sin que los invites y ponen los pies encima de la mesa. Escogieron Barcelona porque han decidido que el procés ha terminado. Han venido exprimiendo el protocolo hasta el límite de la humillación institucional, lingüística y de la voluntad mayoritaria de quienes viven en ella y se han ido sin hablar con nadie. Antes, eso sí, se han sacado una foto con Salvador Illa interpretando el papel de mayordordomo. Nunca sabremos si el PSC cree que con esta foto demuestran que no son unos mandados o, todo lo contrario, que quieren asegurarse de que no quede ninguna duda. Y de vuelta a Madrid. Sin hablar con nadie. Sin entender nada. Sin, ni siquiera, preguntarse por qué un día laborable, de la semana más fría en meses, a las 9 de la mañana había una protesta importante que acababa de superar las expectativas.
En Catalunya el tono se mantiene bajo. Nadie esperaba tanta gente. Muchos de los que no fueron se alegraron del éxito de la convocatoria e incluso se preguntaron si realmente no habrían podido ir como hacían unos años atrás. Porque sólo hay algo peor para los catalanes que una humillación de España, y es una humillación de España y Francia al mismo tiempo. Más de cuatro siglos no se olvidan fácilmente, digan lo que digan de Madrid. Nada de este 19 de enero pasará a la historia, ni la cumbre ni la protesta. Pero más de uno habrá quedado con la ceja arriba, porque una cosa es una cumbre, pero la otra es empezar a remover las euroórdenes contra el exilio a raíz de la controvertida reforma del Código Penal.