El desconcierto que planea sobre la política catalana me hace pensar mucho en la situación de transición en la que se encontraba el país en los últimos decenios del siglo XIX. Ahora vemos al catalanismo como un orden casi permanente, fruto de la Renaixença y de la revolución industrial. Pero antes de su eclosión el país pasó 30 años de purgatorio, similares al franquismo, que se llevaron muchas cosas por delante. El mismo Prat de la Riba murió por una enfermedad contraída en la prisión. Escritores como Emili Vilanova o Àngel Guimerà vieron violentadas sus aspiraciones, y como siempre el catalán sufrió las consecuencias de ello. Ni siquiera un genio como Gaudí salió entero de la Restauración.
El catalanismo que tan a menudo idealizamos fue la alternativa que el país encontró al fracaso del llamado Sexenio Democrático. Pongámonos en la piel de los catalanes que vivieron la revolución del general Prim y la Primera República. También debían pasar muchos años desorientados. Catalunya había intentado resolver su problema dentro de los esquemas de los antiguos imperios europeos, con la fuerza que le daban la Renaixença y la revolución industrial, y había fracasado dos veces. Primero se encontró con el asesinato de Prim y la expulsión de la casa real que había traído de Italia, y después con la caída de la Primera República, liquidada por el golpe de Estado que permitió a los Borbones volver del exilio.
El catalanismo funcionó porque supo encontrar una alternativa localista, basada en la historia y los problemas del país, en un entorno geopolítico cada vez más polarizado por las grandes ideologías mundiales. Prat de la Riba, igual que hizo Gaudí, supo poner la tradición al servicio de la modernidad, y adelantarse a su tiempo ligando el campo y la ciudad en un proyecto interclasista. Cuando Bill Clinton dijo, un siglo más tarde, que el futuro sería catalán o talibán, estaba reconociendo la capacidad de síntesis que el país había tenido luchando para sobrevivir después del fracaso del Sexenio Democrático. El catalanismo entonces ya estaba muerto, como se ve ahora claramente, pero también estaba muerta la América demócrata de Clinton.
El catalanismo nació de la constatación que no tenía ningún sentido intentar dominar el Estado desde el centro, mientras que el procés surgió de la constatación de que tampoco tenía ningún sentido intentar pactar desde la periferia
Quiero decir, con todo esto, que las soluciones a los grandes problemas difícilmente se encuentran a la primera, y no suelen ser estables ni mucho menos perfectas. El país necesitó más de 30 años para rehacerse políticamente del fracaso de la Primera República y, aun así, el catalanismo tampoco fue capaz de evitar una guerra civil y dos dictaduras. El independentismo superó el catalanismo con la fuerza que la estabilidad democrática y la educación universitaria dieron a las clases medias del país. Pero si los catalanes de la Renaixença y de la revolución industrial tuvieron que admitir que habían llegado tarde para cambiar la derrota de 1714, los catalanes del procés tendremos que aceptar que llegamos tarde para construir el país de la casita y el huerto de Macià.
La Catalunya que ahora vemos extinguirse es la Catalunya que nació con los Juegos Florales y la máquina de vapor, es decir, el país que dio el catalanismo, y que ya estaba muy debilitado cuando Franco murió en la cama. El procés fue un intento de dar una continuidad no traumática al agotamiento de esta historia, pero ahora tendremos que hacerlo todo de nuevo, sobre todo en el plano político. El catalanismo nació de la constatación que no tenía ningún sentido intentar dominar el Estado desde el centro, mientras que el procés surgió de la constatación que no tenía sentido intentar pactar con él desde la periferia. El recuerdo de su fracaso que marcará el futuro, además, es que la democracia no es suficiente para la supervivencia de un país. Todo esto puede parecer abstracto, pero es imprescindible para no perder el tiempo con autoengaños y entender algunas cosas muy concretas.
Las fuerzas políticas que aplicaron el 155 intentan parar el tiempo con escenificaciones de cartón piedra, igual que la España de la Restauración. Pero el tiempo siempre va adelante, y ni siquiera el olvido permite desaprender las lecciones que el alma ya ha aprendido. Así como la Catalunya que emergió de la Renaixença y de la revolución industrial no se paró con el Sexenio Democrático, tampoco creo que la Catalunya del procés se pueda volver a meter dentro del régimen del 78. El gen convergente no resucitará, por más artículos que se escriban para intentar convencer a Puigdemont de que pacte con el PP. Y tampoco ya se podrá recuperar el valor simbólico de las siglas de ERC, por más que sus dirigentes afilen la retórica republicana.
Si Puigdemont y Junqueras han tenido más fuerza que sus partidos, es precisamente porque el país se está deshaciendo de las viejas estructuras, a pesar de los intentos del Estado español de mantenerlas. Con la derrota del procés, y la transición ordenada que intentaba hacer, ha quedado todo mezclado, y a veces todavía cuesta distinguir las cosas que están muertas de las cosas que están vivas; cuesta tanto, que algunas partes vivas del país morirán en el tránsito de una época a la otra. De momento, lo mejor que podemos hacer es resistir las irritaciones gratuitas que provoca el vacío, y evitar las ideas de bombero. Somos más fuertes incluso de lo que querríamos y, mientras el tiempo va poniendo al mundo y España en su lugar, la lucha por la supervivencia nos ayudará a ver los valores políticos que necesitamos y que nos funcionan.