Los tiempos de la Santa Inquisición no quedan tan lejos como nos gustaría. Debe ser que lo llevamos en los genes, porque en lo que se viene llamando España, siempre ha habido gusto por perseguir, machacar y eliminar a los que no comulguen con lo que se manda. En un principio, el Tribunal de la Santa Inquisición se suponía que solamente tenía autoridad para ajusticiar a los bautizados. Pero pronto se extendió su poder para aplicar sus sentencias a cualquier pobre alma de cántaro que estuviera sometido al poder del reino.
Y las cacerías se convirtieron en norma. Los moros, los judíos, los blasfemos, las brujas y herejes recibían la ira y el odio como divino castigo. Denunciarles suponía identificarse en el lado de los “buenos”, salvando así el alma de la purga inquisitorial. Una forma de actuar que hemos mantenido a lo largo de los siglos. Cultivando ese don tan provinciano del aparentar por lo que otros puedan decir. Sometiéndonos a la pena de la opinión pública como eterno castigo.
Escribo estas líneas desde Tagarabuena, cuna de los Talegón, donde cada año, el primer fin de semana de octubre nos juntamos para celebrar. La historia de mi apellido tiene mucha miga, mucha tela que cortar. Y para que ningún Talegón se la pierda, se conmemora nuestro origen en la tierra de aquel primero, Miguel, que tuvo que convertirse al cristianismo allá por 1582…
Se casó con María Vinagre, otra judía conversa, que tomó el apellido, como Miguel, de la profesión que realizaban. Tagarabuena es nuestra cuna porque es donde se han encontrado en los archivos los primeros registros. Y seguimos cada año investigando y ampliando un árbol genealógico que hemos conseguido ir completando año tras año.
Brindaremos con vino de la tierra para que algún Talegón del futuro se siente aquí y todo eso de las persecuciones y censuras le parezcan cosas del pasado. Y que siga valorando el amor que nos une
Los Talegón hemos resistido a la Inquisición, a guerras y censuras. A divisiones de todo tipo, lejanas y recientes. Y a pesar de ello, un fin de semana al año se mantiene la tradición que nos une en la tierra de María y de Miguel. Acudimos de todas partes. Tenemos muy distintas edades. Jugamos al fútbol, comemos y cantamos. Disfrutamos de esta tierra por lo menos una vez al año. Recordamos de dónde venimos y en este primer fin de semana de octubre, de acción de gracias, reconocemos la familia como punto de unión.
Ni que decir tiene que somos de ideas muy diversas, pero mucho. Y somos capaces de encontrarnos y disfrutar del momento. Hemos conseguido una calle para nuestro apellido, y cada año se nos recibe en el Ayuntamiento de Toro. Sin duda, esta “panda de locos”, como diría mi querido Félix Talegón, es peculiar. A todos nos unen las anécdotas que regala este apellido. Porque da lugar a ello. Que viene de “talego” grande, de saco para llevar el dinero. Como el que debía llevar Miguel, que se dedicaba a comerciar junto a María.
Sentada en un banco, en una plaza de Tagarabuena, intento imaginar cómo sería la vida que le tocó a ese primer Talegón. En medio de la persecución, pensando en su conversión, en dejar atrás su otro apellido y sin imaginar que, cientos de años después, estaríamos aquí honrando ese nombre que eligió (o le impusieron).
Seguro que ese primer Talegón le dio buenas vueltas a su Libertad, a su supervivencia. Como lo estaba haciendo yo en 2024, ante esta avalancha de odio y sinsentido.
Brindaremos con vino de la tierra para que algún Talegón del futuro se siente aquí y todo eso de las persecuciones y censuras le parezcan cosas del pasado. Y que siga valorando el amor que nos une. Porque al final, nuestro apellido es la excusa para quererse.