Parece mentira que ningún político del país insista en que la lengua catalana no se puede permitir el lujo de quedar al margen del rearme del continente. Tampoco estoy muy seguro de que Europa, o incluso España, se lo puedan permitir. La Unión Europea tiene un problema de seguridad en su zona sur que se irá haciendo cada vez mayor, en buena parte porque los catalanes todavía viven desde el punto de vista existencial con el cuchillo atado a la mesa como después de 1714.

Mientras Marruecos moderniza su ejército, y afila su nacionalismo, España se ha ido desarmando desde el punto de vista demográfico y espiritual, para disimular que los catalanes son ciudadanos de segunda división. Hace 80 años, un castellano estaba más cerca de un marroquí que de un catalán, desde el punto de vista cultural y económico. Ahora los castellanos y los catalanes están más cerca que nunca. Pero España ha quedado peligrosamente expuesta a la pujanza del norte de África.

Igual que le ha pasado a Francia, España ha ido ablandando los valores que la habían hecho inexpugnable para no tener que gestionar su plurinacionalidad. Europa ha cambiado el cristianismo por la democracia, pero en el sur del continente los llamados valores democráticos han servido más para saquear el peso de la historia y de la tradición que para reforzarlo. Todas las debilidades que ponen en peligro Europa, tienen su abismo en el sur del continente.

Argelia y Marruecos están peleadísimos, metidos en una carrera armamentística alimentada por Rusia y por los Estados Unidos. Pero la guerra fría ha ido quedando atrás y Washington y Moscú cada vez irán más de la mano para contener China. Igual que Francia e Inglaterra se aliaron contra Alemana en dos guerras, después de odiarse y de matarse entre ellas, es posible que los rusos y los americanos se acaben entendiendo a la hora de frenar a los chinos.

Los polacos, que en tiempo de Hitler eran comparados con los catalanes, tienen miedo de ser vendidos por el mundo germánico y por eso han forjado el ejército más potente del continente. Pero España no es Polonia. Ha debilitado su base cristiana y nunca ha tenido una unidad lingüística, a pesar de las políticas de Franco y de los militares del siglo XIX. Además, la frontera civilizatoria importante de la Unión Europa no se encuentra en el norte, sino en el sur, aunque los traumas del siglo pasado, y la propaganda que va asociada a ellos, lo enmascaren.

España tendría que aceptar su diversidad interna y reforzarla. Castilla no podrá frenar sola la presión del norte de África, porque se ha ido vaciando para engordar Madrid y para intentar disolver los Països Catalans con su propia población, solo hace falta consultar las tablas demográficas de la Wikipedia. España se tendría que concebir como una unidad geopolítica —o incluso como el molde de la futura Unión Europea— y entender que el procés tenía que servir para dar este paso, más allá del folklorismo y las mentiras de los políticos.

Sin una frontera fuerte con el mundo musulmán, Europa acabará vendida y troceada por los rusos y los americanos

Empobrecer Catalunya, con todo lo que su historia representa, impedirá que España se pueda convertir en una potencia media con capacidad de defenderse y de proteger el flanco mediterráneo de la Unión Europea. Esto de entrada puede hacer gracia al norte del continente, que siempre ha despreciado los países católicos, pero a la larga la unidad europea no se lo podrá permitir. Sin una frontera fuerte con el mundo musulmán, Europa acabará vendida y troceada por los rusos y los americanos, que bastante trabajo tienen con China.

En vez de insultar a Trump, los periódicos españoles tendrían que entender que Aznar es como Bush o como Obama, que su proyecto madrileño forma parte del mundo de ayer, igual que Zapatero, que es un lobbista de China. Con respecto a Catalunya, el presidente Illa se tendría que preocupar más de los aviones que compra Marruecos que de los discursos de Sílvia Orriols. El exilio de Puigdemont engaña porque se ha convertido en un circo patético en el cual todo el mundo moja, incluso Bruselas. Pero tendría que llamar la atención que el discurso de Aliança Catalana haya salido de Ripoll y no de Covadonga.

Catalunya ha sido el talón de Aquiles del Estado español y lo será también de Europa, si se intenta rearmar pasando por encima de los catalanes. La lengua separa a los hombres de las bestias, y por eso es un resorte insustituible para cualquier ejército que pretenda defender un territorio. Si la lengua catalana no participa de alguna manera en la defensa europea, irá languideciéndose sin remedio. Pero el vacío que dejará no será solo folklórico: se convertirá en una amenaza estratégica por todo el continente. Incluso los franceses lo tendrían que ver.