Esta semana he estado trabajando en Alemania dando conferencias sobre la literatura hispanoamericana y el vino en el Instituto Cervantes de Hamburgo y de Bremen. Compruebo que tanto el mercado alemán como el inglés son de los que escogen el vino por la columna de la derecha: para ellos, lo que más importa de un vino es su precio. No es de extrañar, pues, que se vean esos cochazos por Sankt Pauli. Grosso modo, el winelover suizo o austríaco se fija, principalmente, en la calidad y la originalidad. Como asesora de hoteles de lujo en Marbella e Ibiza, te puedo asegurar que, por los vinos que piden, se nota de qué nacionalidad son las oleadas de turismo. Hay meses de chardonnay (americano), otros de verdejo (nacional) y otros de sauvignon blanco (holandés), por poner tres ejemplos. Y por ello estas variedades tienen que estar sí o sí representadas por copas, aunque muchas no sean de km 0. Aún me duelen los oídos cuando alguien habla de las variedades foráneas como variedades mejorantes. Y es que hace unos años se creía que con el merlot y el cabernet sauvignon se mejoraba la garnacha y el cariñena. Por suerte, se ha apostado por las uvas autóctonas, aunque para mí no son de fuera las variedades extranjeras que llevan tantos años arraigadas a la tierra… Pero ese ya es un discurso más político que enológico.

El día del vino joven siempre era para mí uno de esos días de estar en Catalunya, por el famoso dicho catalán: "Per Sant Martí, mata el porc i enceta el vi"

Se me hace raro estar fuera de casa un 11 de noviembre. El día del vino joven siempre era para mí uno de esos días de estar en Catalunya, por el famoso dicho catalán: "Per Sant Martí, mata el porc i enceta el vi". Precisamente, en el Celler de Gelida pondremos la rama de pino en la calle Vallespir con el castell de los Borinots de Sants esta noche para demostrar, como hacían las antiguas masías, que el vino joven ya ha llegado. "Si hi ha ram, hi ha mam, i si és de pi, és de bon vi".

Son vinos nerviosos que aún guardan el recuerdo de la fermentación que acaban de sufrir hace, más o menos, un mes. Jóvenes aunque sobradamente preparados, como decía aquel anuncio. Un vino que no es para guardar, sino para consumir enseguida y disfrutar de sus rasgos meramente afrutados y varietales. El verbo que debes utilizar es sangrar (espinjolar, en catalán), que es la acción de perforar las botas para catar el vino de la vendimia del verano. Existen iniciativas como la del Celler Masroig, que también siguen siendo fieles a la tradición y hacen de la llegada del nuevo vino una fiesta. El Beaujolais nouveau ya no nos pasa la mano por la cara el tercer jueves del mes de noviembre, porque cada vez más gente reconoce que la picardía y el olor a "Palote" de fresa no es monopolio de los franceses. Precisamente, la variedad gamay que reina en el sur de la Borgoña es bastante sosa, pero con la maceración carbónica se le da esa nota explosiva de golosina para que pueda beberse fresquito.

Y hablando de la temperatura del vino, en el centro de Europa sigue poniendo el aroma de adviento el tradicional vino caliente. Se conoce como glühwein, o mulled wine, y triunfa en Polonia, Escandinavia, Alemania, Noruega, Dinamarca y Reino Unido. Hay que decir, sin embargo, que ya se utilizaba como remedio contra la gripe, con miel y limón, y como cura de los resfriados durante el Imperio romano. Un consejo por si lo queréis preparar en casa: el vino es mejor que sea joven, es decir, sin crianza. Adoro que esté macerado con cardamomo, nuez moscada, naranja, piel de limón y canela, y que se macere una vez calentado durante una media hora. Después se filtra y se le añade azúcar. Este es el secreto que me han contado en los primeros puestos de los mercados de Navidad de la Alemania del norte. Y que su riesling sabe mejor con la música de Brahms y Mahler es una práctica que descubres aunque sea con un maridaje con el currywurst como compañero de viaje.