El primer artículo del año suele dedicarse a hacer previsiones sobre lo que ocurrirá en los próximos doce meses y a menudo los periodistas equivocamos nuestro papel pretendiendo ejercer de adivinos sin bola de cristal y la cagamos. Precisamente este año lo único seguro es que todo son incertidumbres. No sabemos lo que hará Donald Trump, así que tampoco sabemos qué pasará en Ucrania, ni si tendremos gas ruso o americano. No sabemos qué pasará en Oriente ni en el que llamamos Medio ni en el que llamamos lejano, donde también se ha liado bastante. No sabemos qué va a pasar en Francia con un presidente y un gobierno débiles y la extrema derecha llamando a la puerta del Elíseo, ni qué va a pasar en Alemania con unas elecciones de ayayay.
Aquí no sabemos qué será de Pedro Sánchez y las incógnitas son muchas y variadas. ¿Tendrá presupuestos? Si no los tiene, ¿convocará elecciones? Si las convoca, ¿quién ganará? Y si no las convoca, ¿cómo aguantará? ¿Los jueces lo acusarán a él, a su hermano o a su mujer? ¿Lo procesarán? ¿Irá a la cárcel? Ganas no les faltan a los poderes fácticos del Estado. ¿Cumplirá Sánchez sus compromisos con los independentistas? ¿Habrá amnistía? ¿Volverá Puigdemont? ¿Y si vuelve qué?
En Catalunya, la incertidumbre es lo de menos. Vuelva o no vuelva Puigdemont, haya presupuestos o no los haya, nada parece tener importancia, salvo lo que ocurra con el Barça, que eso sí puede provocar un cataclismo nacional.
Con tantos interrogantes abiertos, resulta difícil e incluso temerario realizar análisis político, así que mientras esperamos que el panorama se aclare nos podemos entretener reabriendo el interesante debate de estos días en las redes provocado por el polémico anuncio de Navidad del Ayuntamiento de Barcelona protagonizado por Cora, una abuela entrañable a la que de repente le invaden la casa (y ella tan contenta).
La polémica ha surgido sobre todo de los ámbitos poco simpatizantes con las políticas del equipo del alcalde socialista Jaume Collboni, por considerar que fomenta unos valores y una estética contrarios a las tradiciones y la identidad catalana y lo atribuyen a una supuesta manía socialista descatalanizadora. Ciertamente, es difícil identificar la tradicional comida de Navidad con la que propone el anuncio. De hecho, es difícil que alguien se identifique con la fiesta navideña que se propone improvisada en una azotea, porque recuerda más bien a la verbena de San Juan, que también es una tradición catalana.
Como no se sabe qué hará Trump, ni qué pasará en Francia ni en Alemania, ni qué será de Sánchez ni de Puigdemont, debatamos sobre la propaganda de los gobiernos a expensas del erario público
El spot lleva por título La mesa infinita, con una banda sonora del grupo de technorumba llamado Habla de Mí en Presente, que canta Posa un plat més a taula. Según ha publicado Betevé, “tanto el anuncio como la canción giran en torno a tres emociones que definen el espíritu de las fiestas de Navidad: el calor humano, la alegría y el amor”, pero contra la idea del refrán catalán Per Nadal cada ovella al seu corral, el encuentro no es de una familia tradicional, sino que “la reunión es con aquella familia que se elige, en una mesa que no tiene fin, donde todo el mundo es bienvenido”.
Huelga decir que detrás del guion hay un planteamiento ideológico que busca una complicidad también identitaria, pero alternativa a los valores y referencias consideradas tradicionales, y eso es lo que menos ha gustado, sobre todo al público digamos más catalanista.
Un inciso: algunos observan que incluso la protagonista, la abuela Cora, tiene un nombre forastero. Percepción errónea porque, según la web nomsdelmon.cat, “el nombre Cora tiene su origen en el griego Kore, que significa “doncella” o “virgen”, que con el paso del tiempo ha ganado popularidad como un nombre femenino elegante, especialmente en los países de habla catalana”. Quizás ahora se ponga más de moda el nombre Cora, pero existe el riesgo de que de repente muchas niñas del país se llamen Corina, lo que no sería muy bien visto por el CNI y quizás se interpretaría en la Zarzuela como una nueva provocación catalana.
Bien, pues no es para disculpar al equipo Collboni, pero esta práctica de los gobiernos haciendo propaganda de sí mismos con dinero que no es suyo ha sido común en todas las administraciones, independientemente de su color político. Si ahora Collboni dice que en su mesa “todo el mundo es bienvenido”, en sus buenos tiempos Pujol proclamó lo de “som sis milions” con la misma intención inclusiva de Collboni y de Quim Torra y Pere Aragonés con la campaña “Catalunya, un país de tots”.
Así que el debate debería centrarse en la legitimidad de los gobiernos para destinar dinero público a campañas que solo tienen como objetivo un aprovechamiento partidista. El Ayuntamiento ha declarado un presupuesto para el anuncio de Navidad superior a los 400.000 euros, pero no está claro si esa cifra cubre todo el gasto. En TV3 un spot de 20” en prime time cuesta 6.000 euros cada vez que pasa, pero seguro que a un cliente tan bueno y tan especial como el Ayuntamiento, TV3 le hace un trato especial.
El aprovechamiento partidista de la publicidad institucional es una praxis que ha aumentado considerablemente en los últimos años. También cabe decir que la distribución de la inversión publicitaria nunca es equitativa, sino que favorece siempre a los medios afines, y los convencionales, que son los más favorecidos, celebran cuantas más campañas mejor, dado que les resuelven la cuenta de resultados y, por lo tanto, no las van a criticar.
El anuncio de Navidad del Ayuntamiento de Barcelona tiene una carga ideológica evidente, pero eso lo hacen y lo han hecho todos los gobiernos, la cuestión es si es legítimo hacerlo con dinero que no es suyo
Fue el ejecutivo de Zapatero el que advirtió que muchas comunidades autónomas y ayuntamientos capitalizaban políticamente las inversiones del Estado, así que ordenó que todas las campañas de la administración central debían ser firmadas por el Gobierno de España y por supuesto el Partido Popular, por una vez y sin que sirviera de precedente, aplaudió desde la oposición y mantuvo después la consigna.
El Gobierno español ha gastado en 2024 270 millones de euros en publicidad, cifra a la que cabe sumar los 131 millones de las empresas públicas. Solo la Sociedad Estatal Loterías y Apuestas del Estado (SELAE) presupuestó 42,8 millones de euros, una inversión de la que se benefician unos medios más que otros. La inversión presupuestada por la Generalitat ya era de 44 millones en 2023 y de 10 millones en el Ayuntamiento de Barcelona, cifras que se han modificado al alza sobre la marcha.
Ni que decir tiene que la publicidad institucional tiene sentido cuando se trata de dar a la ciudadanía información de servicio. Lo debe hacer el ministerio de Hacienda para recordar que deben pagarse impuestos y lo debe hacer el ministerio de Salud para que la gente se vacune contra la covid. Seguramente también hay que concienciar a la población contra la violencia de género y estaba suficientemente justificada la campaña del “no es no”, pero no gustó tanto la que decía “En la vida, como en el fútbol, el amor es lo más importante”. Una cosa es fomentar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres o la lucha contra el cambio climático y otra muy distinta hacer proselitismo de un determinado concepto ideológico del feminismo o del uso de la bicicleta como si se tratara de una actitud moral.
Luego hay campañas que toman a la gente por idiota, que parecen innecesarias o la hacen departamentos sin competencias ni competencia que quizá hacen campaña para que conste que existen: “Hágalo bien, Hagámoslo juntos” (2021); “Camina con seguridad” (2023); “Somos lo que hacemos por el medio ambiente” (2023); “Cuidémonos entre todas y todos” (2021-2022)...
Tampoco es necesario que el alcalde (o el presidente) nos felicite la Navidad, pero si quiere hacerlo, solo tiene que convocar una conferencia de prensa y desearnos feliz Navidad o felices fiestas o happy holidays como se lleva ahora. Le estaremos más agradecidos que si lo hace tantas y tantas veces mediante la simpática Cora, pero pagando nosotros la fiesta.