En la antigua Grecia se hablaba del “mal de Hubris”, que era aquel que padecía el “héroe” que alcanzaba la gloria y, deslumbrado por su éxito, comenzaba a comportarse como un “dios”, siendo capaz de llegar a traspasar lo que antes habrían sido sus propios límites. Supone un ego desmedido, sensación incluso de ser un “superhéroe”, muy por encima del “común de los mortales”. 

Un experto en neurología, Davi Owen, elaboró un estudio sobre los rasgos que pueden identificarse en líderes políticos, y perfiles con poder, llegando a la conclusión de que “el poder intoxica tanto que termina afectando al juicio de los dirigentes”. El psiquiatra Manuel Franco explica que cuando “una persona más o menos normal se mete en política, y de pronto alcanza el poder o un cargo importante” puede sufrir cambios drásticos. 

Swanson, Profesor de Psiquiatría de la Universidad Loyola de Maywood, en Illinois, dijo: “Por el momento, no existe ningún camino práctico, incluso en una democracia, para determinar si las personalidades políticas relevantes presentan alteraciones psicológicas. Aun en el supuesto de que fueran requeridas por la ley para someterse a una valoración psiquiátrica, ello podría reportar graves consecuencias; los miembros de la comisión examinadora adquirirían la capacidad potencial para desarrollar, hasta cierto punto, un poder político amenazador, y podrían verse influidos por sus propias deducciones”.

Son muchos los factores que influyen en este cambio de personalidad y comportamiento. Evidentemente, tiene que ver la propia persona, su educación, sus complejos, sus debilidades y fortalezas. Pero también, y sobre todo, influye el contexto: tener un séquito de “palmeros”, que son incapaces de plantear una crítica necesaria, y prefieren adular para mantenerse “a salvo”, puede suponer el empujón determinante para un “poderoso”.  El círculo de palmeros dependerá del “poder” de dicho sujeto. Y muchas veces es el propio sistema institucional, el protocolo, el que acompaña al enaltecimiento de personas incapaces de mantenerse “centradas”. 

Es un círculo vicioso en el que una voz interna alimenta el miedo, la desconfianza, y las voces externas apaciguan la ansiedad y suponen un bálsamo

El principal error en el que suelen caer estos “dioses” es convencerse a sí mismos de que están ahí “porque ellos lo valen”. Los halagos, las palmadas, los regalos y continuos piropos los desconectan de una realidad más humilde, más llana y donde hay grises. Habitar y transitar ese camino, donde, además, van sintiendo que ya no pueden confiar realmente en nadie, les genera un pensamiento constante en paralelo: la desconfianza contínua, los fantasmas que asoman en cualquier sombra, instalan un sentimiento constante de paranoia

Así comienza un círculo vicioso en el que una voz interna alimenta el miedo, la desconfianza, y las voces externas apaciguan la ansiedad y suponen un bálsamo. Receta mágica para que se pierda la empatía, y pasen a obsesionarse por su propia existencia, por su figura, “la persona” queda ya difuminada y el “personaje” se hace con los mandos. Reforzar mucho el amor propio suele conllevar la anulación de la capacidad para la empatía y, también, el convencimiento de que “nadie lo hará mejor que yo”, por lo que se inicia una mirada de largo recorrido. O más bien, de “mantenerme aquí a toda costa”. 

Ni que decir tiene que además de los halagos y las palmas (que a veces son suficientes para que sirvan de detonante a un paisano que pasa a formar parte de una lista electoral de un recóndito pueblo) no son el único ingrediente para que estos “dioses” se aferren a su “poder” como garrapatas. Evidentemente, sus elevados beneficios económicos o en especie, engrasan la maquinaria para no quererse bajar de ella. Es cuando se desarrollan las conductas paranoicas. Y aparecen las “cosas raras”. No querer cruzarse con nadie, comer de una manera determinada —por miedo a que alguien pueda alterar la comida—, evitar relaciones personales, y eliminar cualquier tipo de relación personal meramente amistosa, entre otras muchas otras. Aislamiento, y desconfianza ante el común de los mortales. También, por supuesto, hacia el “superior”, que es de quien se depende dentro de las estructuras jerárquicas. 

Pasa así a generarse un engranaje de “paranoicos dioses” que se retroalimentan entre ellos. Y que se sostienen los unos a los otros en el poder que les parece una “recompensa” por su “valía”. Hasta el día en que se estampan. Bien porque no escuchan a nadie y se equivocan; bien porque caen con todo el equipo. El hecho es perder poder, y encontrarse ante una realidad absolutamente disruptiva. Donde ya no hay aplausos, ni protocolos, ni regalos o alabanzas. Una bofetada para alguien a quien se le ha olvidado lo que significa la humildad, la humanidad, y la realidad, en definitiva. Aparece así una depresión, que son incapaces de reconocer y gestionarán volcando su odio, su ira y frustración contra “el contrario”, que pasará a tener toda la culpa de todo. 

Se genera un engranaje de “paranoicos dioses” que se retroalimentan entre ellos. Y que sostienen los unos a los otros el poder que les parece una “recompensa” por su “valía”

Señala el catedrático y psiquiatra Francisco Alonso Fernández: “¿cuántos políticos, llevados por factores personales, han cometido errores en sus gestiones?”. Y añade que, “cuando un político no disfruta de un estado de salud mental suficientemente idóneo, su conducta rezuma peligrosidad” y recuerda que “en algunas reuniones “cumbre” de fines de la Segunda Guerra Mundial, abundaban más los enfermos mentales que los sanos”. 

Dicen los expertos que entre los rasgos ya señalados, suele suceder también que en su vida personal se dotan de lujos y excentricidades, considerándose impunes. Desarrollan también una desmedida preocupación por su imagen. Es frecuente observar un ámbito familiar desestructurado, que a veces puede ser también el origen para buscar un protagonismo que en el hogar se siente no tener. Pero, sobre todo, suele ser la consecuencia del absoluto descontrol bajo el mal de Hubris.

Señala un estudio que analiza los perfiles políticos y la salud mental que el peor carácter que puede tener un político es el de una “anomia moral o psicopatía”. Son los políticos, explica el estudio, con trastorno de personalidad o psicopáticos: individuos con graves problemas e irregularidades en su vida personal y moral, donde la transgresión es la norma. Actualmente se denomina como “trastorno antisocial de la personalidad”. Dentro de la descripción se hace referencia a su frialdad y cinismo, arrogancia y encanto superficial, de verbo fácil y convincentes. Destaca su gran facilidad, dice el estudio, para formar grupos con otros psicópatas, donde “el líder es el más psicópata de todos”. Se describe cómo van fraguándose sus lealtades y haciendo caer a los “enemigos” utilizando cualquier tipo de treta, legal o ilegal, para conseguirlo. Y nos advierten de que, desde fuera, es muy difícil detectarlos. Su indiferencia afectiva hacia los demás es la norma en su comportamiento cotidiano. 

Hay muchos tipos de patologías que pueden desarrollarse en los ámbitos de poder. Aquí me he referido a la psicopatía, pero se han analizado casos como los “políticos hipomaníacos”, los “bipolares”, “los estresados”, con trastorno de ansiedad, histéricos, fóbicos, obsesivos, paranoicos, narcisistas… Y obviamente, no a todos los políticos les pasa. Pero sí podemos encontrar rasgos muy interesantes en buena parte de ellos. Cabría preguntarse si acude al poder alguien con una cierta predisposición, o si es el poder el que les convierte. Lord Acton señalaba que “todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Fue más allá y aseguró que “el poder psicopatiza” y que “todos podemos mostrar rasgos psicopáticos si nos dan el bastón de mando”. Es importante ser conscientes de que en todos nosotros existe algún rasgo de psicopatía, ojo. Que es muy fácil tirar la piedra contra los demás y no asomarse a uno mismo para ver desde dónde estamos exigiendo. 

De tanto representarnos, se les ha olvidado que existimos. Solamente desde una mente enferma puede comprenderse lo que han hecho y lo que siguen haciendo.

He conocido en mi vida a unas cuantas personas con poder. Y en algunos de los casos, he podido ver claramente como “les ha picado el bicho”, que lo llamo yo. Un comportamiento absolutamente fuera de lo “humano”, de lo esencial. Una falta evidente de empatía, una toma de decisiones absolutamente descartada y una incapacidad supina para escuchar siquiera la más mínima crítica. 

Estamos observando últimamente algunos comportamientos que no caben en nuestras cabezas. Declaraciones públicas sin el más mínimo sentimiento, a pesar de estar dirigiéndose a personas que lo han perdido todo, que han perdido a familiares, que han salvado por poco sus vidas en situaciones terroríficas. Me estoy refiriendo a las declaraciones porque es indiscutible lo que hemos visto de algunas y algunos saliendo por su boca. El tono de voz, la agresividad han sido innegables, como por ejemplo en las palabras de Margarita Robles en Paiporta, hablándole a los vecinos dentro de un garaje. O días atrás, una dirigente del Govern de València que tuvo que disculparse por la manera en la que se dirigió a los familiares de los fallecidos en un mensaje público. Esto, obviamente, salta a la vista. Y no admitirán del todo lo que han hecho, como hemos visto en el vídeo de las disculpas de la responsable valenciana, que aún pretendía seguir justificándose. 

Tampoco veremos un reconocimiento por parte de Robles de lo que ha hecho, porque es sencillamente improbable que sea consciente de lo que ha proyectado con su manera de hablar. De la misma manera que no se dan cuenta de nada de esto, parecen no darse cuenta de lo que ha sucedido en València. El abandono, la falta de “sangre en las venas”, ha destapado a todos los responsables y dirigentes políticos, de todos los colores y de todas las administraciones. No han sido capaces de reaccionar desde la humanidad. Ninguno. Y atrapados en sus telas de araña, de competencias, normas y papeles, se han ahogado en su absoluta falta de moral y ética

No son capaces de entender que los miremos desde un plano ya muy lejano. Para mí, desde luego, han pasado a un nivel de manera automática, al no haber sido capaces de actuar antes, ni durante, ni después. No creo que haya sido por maldad. Pero sí estoy segura de que de tanto representarnos, se les ha olvidado que existimos. Y solamente desde una mente enferma puede comprenderse lo que han hecho y lo que siguen haciendo