"El frío polar viene sobre nosotros como un desecho de las eras geológicas"
Anita Conti

Esta es mi columna anual con trampa. La dejo en la nevera, al fresco, esperando ser servida a mis lectores. Cuando lo hagan, yo habré superado los 66º norte y estaré intentando allí superar el trauma de un verano en Madrid. En Madrid o en cualquier otro lugar de una Península en llamas. Es una obsesión, recuerden que mi última novela lleva como subtítulo El sueño del norte. Ansia de norte. Lo que antes era una predisposición novelesca a perderme en los relatos de Amundsen o en las nieves de Tolstói o en los colmillos de London, ahora se ha convertido en una necesidad vital. Hay toda una editorial, Nórdica, cuya creación debe responder a la misma llamada del norte a la que responden mis ansias.

No me sucede solo a mí. Las cifras del desplazamiento de las reservas vacacionales por parte de españoles del sur al norte de la Península son espectaculares. Tanto que en la cornisa cantábrica están empezando a asustarse de un fenómeno que tenían controlado y que ha comenzado a alterar también su vida, sus costumbres y los precios.

El frío es el nuevo lujo. Los bares cobran el hielo del café o la bebida y es legal. Un tipo denuncia que le han cobrado unos céntimos por la refrigeración del local, supongo que porque consideran que un refugio climático algo ha de costar. Tarifa por frío, pague para no sudar, para sobrevivir, para no licuarse. No es una metáfora, en 2003 los parisinos sufrieron por primera vez una ola de calor inesperada. Nunca la capital francesa había sufrido una canícula de ese tipo y el desastre se cernió sobre ellos. Los veraneantes volvieron a sus casas y llegaron a encontrar los techos rezumando líquidos de descomposición de sus vecinos ancianos muertos en el piso de arriba. 35.000 europeos fallecieron en aquel mortal episodio. Desde entonces buscan cómo adecuar al calor extremo edificios y ciudades que no estaban pensadas para ello.

El calor pasará factura. A nuestra industria turística, desde luego. A nuestra productividad, también. A nuestra calidad de vida, no cabe duda alguna

Lo mismo sucede en nuestro país. Estas olas extremas y sostenidas impiden que los métodos tradicionales sean efectivos. La pobreza energética se extiende al verano. Cerca del 20% de los europeos no pueden tener una temperatura adecuada en sus casas durante el calor extremo. Contra el frío hay formas de luchar, abrigándose; contra el calor y una casa a 30 ºC permanentemente, poco cabe. Los pobres aislamientos, el precio de la electricidad que se incrementa debido a la demanda y la imposibilidad de refrescar las casas por las noches debido a las noches tropicales, se ha convertido en la plaga de este siglo. No, no es el calor de siempre. Si fuera el calor de siempre, no habría pueblos, ciudades, edificios que no se hubieran pensado para contenerlo. En 2100 se calcula que unos 100 millones de europeos estén expuestos al calor extremo; no lo veré, pero ya han nacido los que lo sufrirán. Habrá migraciones. La humanidad viajará hacia el norte, que también sufre. En el círculo polar ártico, cada día pueden verse en el móvil los tres o cuatro grados por encima de la media.

El calor pasará factura. A nuestra industria turística, desde luego. A nuestra productividad, también. A nuestra calidad de vida, no cabe duda alguna. Nuestros gobernantes tienen que hacerse cargo para intentar paliar nuestro sufrimiento, porque es un sufrimiento y lo es, sobre todo, para los más débiles: los más ancianos, los más enfermos y los más desfavorecidos, aunque nadie queda al margen. Poco nos ayuda que haya gobernantes que salen todas las vacaciones fuera y no tienen problemas para vivir en ambientes refrigerados, y que pertenecen a la ralea de los que quieren taparse los ojos ante la realidad. Cada vez que oigo repetir —y en Madrid pasa mucho— "pero en verano siempre ha hecho calor", me dan ganas de estrangular a quien profiere tal estulticia. Cierto es que los meteorólogos ya avisan de que el ser humano tiene una memoria de pez para el recuerdo climático, pero uno recordaría haber sufrido así, tanto y durante tanto tiempo. Para eso están los datos y los datos, pese a los negacionistas, no fallan.

Pagaremos por estar frescos. Habrá escasez. ¿Recuerdan la crisis del hielo de 2022? La subida de la electricidad impidió a las empresas comenzar a fabricar cubitos en enero o febrero, limitaron su producción, y llegado el verano, conseguir bolsas era toda una odisea: racionamiento, desabastecimiento, desesperación.

Lo dicho, que ustedes se refresquen bien si pueden. Piensen que yo, mientras se preguntan qué mosca me ha picado para rebozarme de esta forma en el insoportable calor estival, estaré probablemente en un lago helado o, por qué no, en una sauna que es lo mismo que hacen algunos en la playa, pero al gusto ártico.

Felices vacaciones, si pueden, al fresco.

Nos leemos pronto.