La Europa liberal —o lo que queda de ella— contiene la respiración en vísperas de la segunda toma de posesión de Donald Trump como presidente de los EE.UU., el 20 de enero que viene. En la espera, el hombre fuerte de Trump, el tecnomagnate Elon Musk, apuesta fuerte en el viejo continente sin dejar con cabeza títere que le moleste. Lo sabe todo el mundo que el propietario de X juega a poner y quitar primeros ministros y cancilleres en la vieja Europa para que Tesla, la compañía de los coches eléctricos, el buque insignia de su tecnoimperio empresarial en la cual ostenta el título de tecnoking, pueda competir con una fiscalidad cero o casi; o SpaceX, la primera empresa privada en enviar cohetes tripulados al espacio exterior, gestione los sistemas de telecomunicaciones del Estado italiano. No es la única explicación del interés de Elon por el patio europeo pero se acerca bastante: Musk promociona las estrellas en ascenso de la internacional populista ultra, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni o Alice Weidel, líder de Alternativa por Alemania (AfD), porque necesita multiplicar exponencialmente su cuenta de resultados para financiar la conquista de Marte, que es su gran objetivo declarado en esta vida y en la siguiente.
Pero que nadie se asuste. Contra lo que alertan Salvador Illa y Pedro Sánchez, expertos consumados en llamar al lobo para que les salve la silla, ni Musk, ni Trump, son los caudillos del siglo XXI sino todo el contrario: en el fondo, podrían acabar siendo más woke que Ione Belarra ahora que la agenda woke parece que se ha ido por el agujero del fregadero. Tan woke, cuando menos, como comunista y socialista era Adolf Hitler, según soltó Alice Weidel sin despeinarse, en el coloquio planetario que mantuvo con Elon Musk hace unos días vía X (pronto también los invitará Mark Zuckerberg a Facebook o Instagram, ahora que ha decidido que la "libertad de expresión" vuelva a reinar en las plataformas de Meta, o sea, que las fake news y los discursos de odio tan caros al trumpismo campen allí a sus anchas).
Ciertamente, Hitler era líder del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP), vulgo "Partido Nazi", y promovió una política de bienestar racial —solo para alemanes de pura raza aria— que, como han demostrado algunos historiadores, inspiró los sistemas de bienestar social en la Europa democrática después de la Segunda Guerra Mundial (ved La Europa negra, de Mark Mazower). En cambio, Hitler no nacionalizó ni una de las grandes corporaciones industriales, tipo la Bayer o la Volkswagen que le dieron apoyo —tampoco los aliados las bombardearon— y, como todo el mundo sabe, aniquiló casi tantos comunistas como Stalin en sus purgas de opositores internos.
Pero vivimos tiempos en qué ni al siniestro Goebbels se le habría pasado por la cabeza diseñar una operación de blanqueo del nazismo tan bestia como la verbalizada por la lideresa de la nueva ultraderecha alemana y candidata de Musk a la cancillería, Alice Weidel. Una mujer que encajaría más con los comunes de Ada Colau que con el partido de los nietos de Hitler. He ahí justamente donde está la trampa (mortal). Como la señora Weidel vive con su novia de Sri Lanka, la cineasta Sarah Bossard, con quien comparte dos hijos adoptados, es imposible que sea una nazi, se razona en las redes sociales. Así que Hitler era socialista y la candidata de Musk a la cancillería podría militar en los comunes o en Sumar por su perfil familiar y su condición de lesbiana. De hecho, es en los länder de la antigua Alemania comunista, la RDA, donde el partido ultra arrasa en las urnas. Lástima que el abuelo de Weidel, Hans Weidel, fuera un juez militar designado directamente por Hitler y destinado a la comandancia de Varsovia en 1941...
Musk y Trump serían tecnócratas woke (cuantos menos políticos mejor para el bien del pueblo que trabaja y paga impuestos) si les aplicáramos la plantilla Weidel para blanquear las credenciales filonazis de su partido (Hitler era socialista, y ella se define como a "conservadora libertaria", algo así como una "derecha progre"). Una estrategia de manual para ensanchar la base con los electores de derecha tradicional de la CDU. De hecho, Musk es tecnowoke por filiación familiar directa. Su abuelo materno, Joshua N. Haldeman, aviador, aventurero y y quiropráctico, lideró en Canadá entre 1936 y 1941, antes de migrar a la Sudáfrica del apartheid, donde, con el tiempo, nacería Elon, el Movimiento Tecnocrático (Technocracy Inc.), una tecnoutopía con objetivos bastante parecidos a los de la agenda woke con respecto a la economía, el trabajo y la sostenibilidad.
El movimiento Technocracy Inc. fue fundado por Howard Scott en 1933 en Nueva York, en plena gran Depresión. Era el mismo año del ascenso de Hitler a la cancillería y del New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt. Los tecnócratas proponían establecer un gobierno de ingenieros y científicos, sin políticos ni partidos, para gestionar la economía y garantizar la cobertura de todas las necesidades de la gente —alimentación, vivienda, sanidad... — aplicando los principios de la ciencia racional. Defendían un sistema económico alternativo al capitalismo y el comunismo —en eso coincidían con el socialista Hitler, y, en general, los fascismos de la época— que se apoyaba no en la administración del escasez sino de la abundancia, pero desde el equilibrio entre producción y consumo, es decir, de la sostenibilidad. Lo sintetizaba su símbolo corporativo, el Monad, muy parecido al del ying y el yang. En el súmmum de su wokismo avant-la-lettre, los tecnócratas abogaban por abolir el dinero y proponían fijar los precios de las cosas en función del consumo energético necesario para producirlas. En lugar de billetes, se trataba de distribuir una especie de certificados energéticos.
Sánchez y Illa no tienen por qué preocuparse: en el fondo, Musk y Trump son tan woke como Ione Belarra
Para los tecnócratas, un uso racional de la tecnología garantizaría la abundancia sin dejar de producir las 24 horas del día pero con la semana laboral reducida a un ciclo de cuatro días de cuatro horas de trabajo y tres días de descanso, aparte de las vacaciones. Scott, que lideró el movimiento hasta los años setenta, reconocía que, ideológicamente, "estamos tan a la izquierda que hacemos que el comunismo parezca burgués". También Musk ha declarado alguna vez que, en el futuro, y gracias a la tecnología, trabajar será una opción. Todo el sistema tecnocrático lo regulaba una especie de superordenador central que garantizaba la igualdad de acceso al consumo de cada ciudadano y que, ay, se parece poderosamente a la súper-IA con qué sueña Musk para acelerar sus planes de conquista marciana.
Al frente del gobierno, Technocracy Inc. proponía situar una especie de director ejecutivo, un gran CEO, el "director continental" de un gran territorio que, como veremos enseguida, llamaban "Tecnato". Los tecnócratas pensaban que la democracia solo había servido para establecer gobiernos de incompetentes incapaces de resolver los problemas de la gente. Musk, el CEO de Trump, también. Por eso, ha asumido la codirección del flamante Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) con que Trump quiere reformar la administración estadounidense. El nieto del viejo tecnócrata, que lidera el plan junto con otro magnate, Vivek Ramaswamy, empresario y autor de libros de referencia del trumpismo como Woke, Inc. (2021), ha anunciado que busca superdotados capaces de trabajar más de ochenta horas semanales para garantizar que el departamento de eficiencia sea eficiente. El sueño de los tecnócratas que, como Musk, eran (tecno)woke y no lo sabían.
Si, a pesar de las evidencias, tienen alguna duda, basta con mirar el mapa del denominado Tecnato de América, la alternativa al estado convencional que los tecnócratas yanquis de los años treinta imaginaron como territorio ideal para aplicar su peculiar idea de gobernanza tecnowoke. El Tecnato —cómo se aprecia en la imagen— se extendía desde Groenlandia a Colombia, Venezuela y la Guyana entonces británica: incluía toda la América central, México, el Caribe, obviamente los EE.UU., y el Canadá. En 1938, Technocracy Inc declaró: "El Tecnato abarcará todo el Continente Americano desde Panamá hasta el Polo Norte porque los recursos naturales y el límite natural de esta zona la convierten en una unidad geográfica independiente y sostenible".
Me juego algo que cuando Trump envió a su hijo a comprar Groenlandia, habló de recuperar el canal de Panamá para los EE.UU., de cambiar el nombre del golfo de México por golfo de América, o salivó con la dimisión de Trudeau, el líder liberal de Canadá, al gran vecino del norte al que quiere convertir en el 51.º estado de la Unión, había visto el viejo mapa del abuelo del Elon y sus amigos del Tecnato. En 1940, cuando los tecnócratas pasaban por horas bajas, el abuelo de Musk fue arrestado por pertenencia a organización ilegal. El señor Haldeman, que realmente no era tecnowoke sino anticomunista visceral, cambió de bando cuando Technocracy Inc. apoyó a la Unión Soviética en 1941 ante la invasión nazi. ¡Woke, más que woke!