La imagen del juramento de Trump es la foto del con quién y para quién gobernará Estados Unidos. La influencia de los megarricos ha sido explícita. Elon Musk junto al presidente electo y el vicepresidente JD Vance escoltado por Jeff Bezos. La oligarquía tecnócrata más poderosa de las últimas décadas en el corazón de la Casa Blanca después de haber devorado a los demócratas. La “edad de oro”, la élite tecnológica y petrolera representando al dinero; junto a los mandatarios ultras de Europa y América como eje de la alianza. En 2016 Trump estaba solo, ahora es el líder de la primera potencia articulando a conservadores, libertarios e iliberales ya en los gobiernos —como Javier Milei—; o a punto de forzar coaliciones, como los ultras de perfil nazi en Alemania.
De élite a élite, Trump reivindica el apoyo popular. “Nuestro país se está uniendo a nuestra agenda política”, ha dicho en su discurso. Y el mensaje interpela frontalmente a Europa: “Vamos a reclamar nuestra soberanía, a reclamar nuestra seguridad”. El discurso supremacista del presidente número 47 pasa por reforzar las fronteras internas mientras despliega el ansia expansionista. En lo político, es un problema que la administración de Trump no haya invitado a los mandatarios de los 27 y lo reduzca a Santiago Abascal y Giorgia Meloni. También lo es haber elegido a Viktor Orbán, el autócrata europeo.
La relación Trump y Putin con el conflicto de Ucrania está por resolver. Pero también nos afecta la emergencia nacional y energética de Trump, intentando llevarse por delante el Pacto Verde. Y nos afecta la política arancelaria, con gravámenes a productos básicos que encarecen las exportaciones de agricultores y ganaderos, los mismos que incendiaron Bruselas antes de las elecciones.
Con este marco, los debates estratégicos se imponen y el de Telefónica es el primero de tantos. El relevo del presidente tiene su punto débil en las formas. No era necesaria una reunión en la Moncloa para ejecutar el relevo de José María Álvarez-Pallete cuando su mandato terminaba en dos meses y el acuerdo con los accionistas estaba garantizado. Sin embargo, hay que hablar de la intervención del Estado en las compañías estratégicas. Tiene sentido que sea una cuña —o un dique— accionarial en la principal operadora de telefonía frente a los saudíes. Y no puede molestar más la posición estatal en la principal compañía de telecomunicaciones que un asiento en el consejo para Arabia Saudí. Hace tiempo que Alemania y Francia son garantes de lo suyo y decidieron aumentar sus participaciones en los sectores clave, y triplican la parte que tiene la SEPI en Telefónica.
Redefinir las prioridades estratégicas, desplegar una diplomacia blanda que sortee las amenazas trumpistas y ganar posiciones desde cada país miembro es de lo que toca hablar ahora
El debate está en qué papel deben jugar el Estado y los agentes políticos en la dirección de las compañías nacionales y europeas en un contexto donde la geopolítica comercial lo es todo. Cuánto y cómo deben entrar, acompañar o influenciar para competir fuera, no perder valor ni soberanía. Es clave en lo geopolítico y una realidad a todos los niveles. El gobierno de Salvador Illa prioriza —como haría Junts— la vuelta de compañías catalanas, la atracción de nuevas megainversiones e incluso que haya nombres como Marc Murtra al frente de compañías estatales.
La soberanía no es de derechas ni izquierdas per se. Junto a la percepción de seguridad o la desigualdad, son los grandes temas que abren la segunda era Trump. Otro asunto es la dirección en la nueva etapa de Telefónica, cómo refuerza su papel en Europa y América, el valor de su acción, su presencia en medios de comunicación como principal anunciante o la posible fusión corporativa con Indra, de donde viene Murtra y donde está en juego la ciberseguridad y la IA de ambas macroempresas.
El PP ha reducido el debate de Telefónica a un “asalto”, a “invadir y colonizar” las instituciones con tintes de dictadura. Y hay un segundo argumento todavía de menor altura. La dirección nacional ve una conspiración en el relevo de la presidencia de Telefónica para torpedear el listado de llamadas del fiscal general del Estado que la empresa tiene que entregar a la Guardia Civil por la filtración del correo de la pareja de Ayuso.
Más allá de que el sello del gobierno suele marcar la presidencia de Telefónica, el principal partido de la oposición necesita abordar estos asuntos con seriedad. La ‘Europa grande’ que proclama Trump tiene que ser confrontada por los grandes partidos. Y el PP es el primer grupo en las instituciones europeas. Esa Europa pasa por volar el marco normativo al servicio de las tecnológicas. Redefinir las prioridades estratégicas, desplegar una diplomacia blanda que sortee las amenazas trumpistas y ganar posiciones desde cada país miembro es de lo que toca hablar ahora, sin disfrazarlo de "asaltos" a las instituciones para evitar abordar cualquier asunto.