Cuando tenéis una relación con alguien —cualquier tipo de relación: laboral, sentimental, familiar, de amistad…— siempre os tenéis que hacer esta pregunta: ¿cuándo estoy con esta persona, me siento a gusto? Si la respuesta es que sí, en principio perfecto (más adelante os diré qué camino tenéis que seguir a continuación; si queréis, claro). Si la respuesta es que no, entonces tenéis que haceros una segunda pregunta: ¿no me siento a gusto porque no me deja ser quien soy y esto me provoca mucha angustia o porque me saca de mi zona de confort y esto me provoca terror? Si la respuesta es que no os deja ser quienes sois, mandadlo a freír espárragos inmediatamente y bloqueadlo de todas partes, pero sobre todo de vuestra cabeza (y preguntaos por qué atraéis a este tipo de gente a vuestra vida). Si la respuesta, en cambio, es que no os gusta que os hagan salir de vuestra zona de confort, entonces plantearos pedir hora a un buen psicoanalista para descubrir por qué motivo no queréis crecer y ser una persona adulta y si esto os aporta más beneficios o quebraderos de cabeza.
Centrémonos ahora en la gente que está rodeada de personas con las que se siente a gusto (son casos muy excepcionales, cabe decir). Como he dicho antes, sentirse a gusto con la gente, en principio, es perfecto, pero os tenéis que hacer una segunda pregunta: ¿me siento a gusto porque no me sacan de mi zona de confort o porque me siento libre de ser quien soy y como soy y no me siento juzgado? Si es la primera opción, ya podéis ir corriendo a pedir hora a un buen psicoanalista, porque la mochila de traumas que lleváis en la espalda pronto hará que la nariz os toque al suelo. Si es la segunda opción, en cambio, enhorabuena, formáis parte del 1% de la población que tiene relaciones sanas y que no toca las narices a los demás porque ha tenido el valor de atravesar sus fantasmas.
Hay dos maneras de vivir, puedes vivir muerto en vida en tu zona de confort o puedes ser valiente, afrontar tus miedos y vivir con libertad
Hasta aquí todo correcto, pero ¿qué ocurre cuando esta relación tóxica que arrastráis es con el jefe del trabajo, con un hermano, con vuestra madre o vuestra pareja? Aquí se complica todo porque la familia, en principio, es uno de los pilares más importantes que tenemos para salir adelante y superar los obstáculos de la vida, y el trabajo es lo que nos paga la hipoteca y nos permite tener un plato caliente en la mesa todos los días. Solo quiero deciros una cosa: hay dos maneras de vivir, puedes vivir muerto en vida en tu zona de confort o puedes ser valiente, afrontar tus miedos y vivir con libertad. Dicho así, parece obvio que todo el mundo elegirá vivir con libertad; pero, según un estudio de la Universidad de Sant Joan de les Abadesses, el 90% de la población vive sometido a los deseos de los demás y no levanta cabeza, por más viajes que haga en verano para intentar olvidar que vive esclavizado. Que no os extrañe que la gente tenga unas depresiones de caballo, que haya corrupción, violencia, ansiedades en cada esquina y adicciones a las drogas, al deporte y a las redes sociales. Todo el mundo intenta tapar la frustración de haberse abandonado y negado como persona lo mejor que puede. Jamás viviremos en una sociedad justa si la mayoría de la gente no hace el esfuerzo de descubrir quién es. Nos estamos echando unos a otros toda la mierda que llevamos dentro y que no sabemos ni queremos gestionar porque nos aterra. Nada, solo quería comentar esto.
Quisiera puntualizar, no obstante, que hay personas que lo tienen mucho más difícil que otras por la situación económica en la que viven, por la intensidad de las historias que han vivido y por la falta de apoyo emocional en su entorno familiar. Existen contextos como guerras, violaciones, malos tratos físicos y psicológicos por parte de familiares o personas cercanas que pueden dificultar mucho el proceso de curación. Desgraciadamente, el Estado en el que vivimos no destina suficientes recursos económicos para atender psicológicamente a la población (no todo el mundo puede permitirse pagar un buen psicólogo, e, incluso, los que pueden pagarlo, no encuentran ninguno), y, si la gente no se cura, el problema continuará generación tras generación.