Pere Aragonès es el 132 president de la Generalitat, la más alta representación, preeminencia y honor del país. Hace una semana tuvo que ir de urgencia a L'Alguer, en la isla de Cerdeña, porque los carabinieri habían detenido al 130 president, Carles Puigdemont, ahora eurodiputado y exiliado en Bruselas por la persecución política del Supremo.
Tras valorar el desplazamiento en avión, complicado por los pocos vuelos y las escalas, el equipo de Aragonès decidió que haría el viaje en barco. Con la compañía Grimaldi Lines. Todos los que hayan cogido un barco de estas características, los que salen de Barcelona en dirección a las islas Balears, por ejemplo, saben lo ingratas que son las condiciones. Una velocidad veinte veces más lenta que el avión, muchas horas sin cobertura telefónica, unos camarotes de baratillo y una comida perfectamente descriptible. Pero, claro, una cosa es tomar un ferry para ir de vacaciones con la familia y llevarte el coche para ahorrar el alquiler en el lugar de destino, que es la gracia de elegir el barco, y la otra es ser el president de la Generalitat en un viaje político. Y, por supuesto, imaginar al president ―y al vicepresident― del país desplazarse en estas condiciones ―e incluso llegando cuatro horas tarde, porque se ve que se estropeó un motor―, pues, hombre, no va acorde con el honorabilidad del cargo.
Yo no digo que el president deba tener un Air Force One, pero una aeronave algo más modesta, francamente, debería tenerla, como tiene un coche oficial. Es para trabajar. Es para ahorrar tiempo ―tiempo que se dedica a gobernar― y es por dignidad institucional. ¿O se imaginan a Pedro Sánchez haciendo todo tipo de combinaciones imposibles para llegar a La Palma? ¿Si la urgencia de Pere Aragonès hubiera sido mayor aún, se podría permitir el lujo de tardar 16 horas en llegar a su destino?
Yo no digo que el president deba tener un Air Force One, pero una aeronave algo más modesta, francamente, debería tenerla, como tiene un coche oficial. Es para trabajar
Siempre podría pedir un avión al Estado. Y, si en el caso de ir a ver a Puigdemont, no lo hubieran considerado oportuno, podría responder lo que hacía Zapatero cuando cogía el avión oficial para ir a mítines del PSOE: "Siempre eres presidente". O recordar que Sánchez fue al festival de Benicàssim con el argumento de que también tenía un par de reuniones. O que Alfonso Guerra cogió un Mystère para ir a los toros. O que Mariano Rajoy voló para ir a ver el debut de España en la Eurocopa de Polonia.
Porque, sí, los presidentes españoles tienen avión oficial. España tiene dos Airbus 310 (el más parecido al Air Force One) y cinco Falcon 900 (más parecidos a un jet privado) destinados al Rey, el presidente, el vicepresidente y los ministros, algún secretario de Estado y los presidentes del Congreso y del Senado. Los gestiona el Grupo 45, la unidad del ejército con sede en la base de Torrejón de Ardoz. Aviones que pagamos también los catalanes, claro. En los últimos años han viajado hasta 500 personas diferentes, entre cargos, asesores, diplomáticos, militares, periodistas, empresarios, parlamentarios e, incluso, parientes de los políticos.
Son unos aviones, por cierto, que necesitan actualizarse, porque tienen más de 30 años, pero ningún gobierno se atreve a hacerlo ―y eso que no sería la primera vez que dejan tirados al Rey o al presidente del Gobierno― por el mismo motivo que aquí Aragonés va en ferry. Y eso que el presupuesto de todo ello, no se hace público. Se maquilla dentro del Ministerio de Defensa.
Ir de Barcelona a Porto Torres te puede salir mañana por 31 euros. Eso sí, tardas más de 12 horas y comes un bocata a bordo. En el avión de Sánchez, en cambio, el catering es de Gate Gourmet, con una gran variedad de productos, desde embutidos a pescado, vinos y whiskys y churros de postre.