El martes se jugó en Pyongyang un partido de clasificación del Mundial de Qatar de 2022 entre Corea del Norte y Corea del Sur. Quizás el partido más aburrido de la historia. El resultado fue de 0 a 0 y no se pudo conocer en tiempo real. No hubo tele. No hubo aficionados. El enfrentamiento deportivo en el estadio Kim Il-sung entre dos enemigos íntimos se hizo en paz. Sin protestas. Sin disturbios. Eso sí, con autoridades como el presidente de la FIFA Gianni Infantino. También el martes había autoridades en la entrega del Premio Planeta, la gran fiesta literaria de los establecidos. Fue allí donde la ministra Carmen Calvo dijo que "la ciudadanía no tiene nada que decir ni nada que protestar". Como en Corea del Norte.
La realidad, sin embargo, era que a la misma hora, las calles de Barcelona quemaban. No es la primera vez. Ni será la última. Muchos recordaron el apodo de Rosa de Foc que recibió la ciudad a raíz de los hechos de la Setmana Tràgica de 1909. Pero no hay que ir tan lejos. Pasó en junio de 2001 con la reunión que tenía prevista hacer el Banco Mundial. Pasó el 2010 con la huelga general. Y esta vez se podía prever. De hecho, lo estaba. Si no, ¿por qué el Ministerio del Interior ha enviado 1.300 policías y guardias civiles? Se podía prever, porque si hay una sentencia que le dice a la gente que una manifestación pacífica como la del 20-S o recibir porrazos y pelotas de goma el 1-0 es un delito de sedición, la respuesta puede ser perfectamente no poner la otra mejilla.
Durante y después del referéndum, en la mayoría de manifestaciones había bomberos en primera línea; calmaron los ánimos de los manifestantes, evitando enfrentamientos y, de paso, que se criminalizara el independentismo. Ahora no se ve a ningún bombero. Nadie pone paz
Se podía prever porque si en dos años, los partidos y las instituciones ha sido incapaces de pactar una respuesta y, por tanto, no hay liderazgo político, la reacción de la calle es imprevisible. Y se podía prever porque, oh paradoja, ayer hizo dos años que Jordi Sànchez y Jordi Cuixart están en prisión, justamente, por haber evitado que el 20-S acabara como el martes. Qué gran paradoja y qué gran injusticia. Sànchez y Cuixart eran los auténticos especialistas en controlar manifestaciones. Y no están.
Tampoco la actuación de los Mossos ha sido la del 20-S y la del 1-0. Pero, en cambio, Josep Lluís Trapero está más cerca que la semana pasada de ser condenado a prisión. Y tampoco lo ha sido la de la Conselleria de Interior. No lo ha sido por los Mossos. Pero tampoco lo ha sido, no sé si lo han notado, por los bomberos. Días antes, durante y después del referéndum del 1 de octubre de 2017, en la mayoría de manifestaciones, había bomberos en primera línea. Todo el mundo lo recuerda. Los bomberos calmaron los ánimos de los manifestantes, especialmente el 1 de octubre, pero también el 3-0, evitando enfrentamientos y, de paso, que se criminalizara el independentismo. Ahora no se ve a ningún bombero. Nadie pone paz. Y vemos cargas cada día. ¿No se han preguntado por qué no están? Pues porque pocos días antes de la sentencia del Supremo, el Departament d'Interior, a través de la Direcció General de Bombers, en manos de Manuel Pardo, envió una nota informativa a todos los parques recordando que "no está permitido el uso del uniforme en situaciones ajenas a la prestación del servicio y se considera una falta grave". Toda una amenaza. El año 2017, nadie dijo nada, a pesar de que el decreto 216/1995 y la ley 5/1994 ya estavan vigentes. Los bomberos aún tienen a compañeros encausados por haber salido uniformados en octubre de 2017, acusados de malversación. Quizás la dirección no quiere más. Pero un cuerpo al que la gente aclama “los bomberos serán siempre nuestros”, se echa de menos estos días. No. No parece una buena decisión.