El pintor Raymond Bonheur recibe el encargo en 1835 de pintar el retrato de una niña de 12 años de nombre Nathalie Micas. Raymond Bonheur es viudo y padre de cuatro hijos, entre ellos Rosa, que ya de muy pequeña tiene la pasión de pintar animales. Nathalie y Rosa, entonces de 14 años, conectan inmediatamente. Y aquello se convierte en una historia de amor que dura 50 años, rompiendo todo tipo de techos de vidrio, incluido fumar puros y ponerse pantalones, prohibición que en Francia no se derogó... hasta 2013.
Rosa Bonheur se convierte en maestra del género animalière y uno de sus cuadros se titula, curiosamente, El Cid. Digo curiosamente, porque no aparece el campeador. El caso es que un marchante amigo del artista lo regaló al Museo del Prado y quizá por eso terminó teniendo ese nombre. Pero a pesar de que la artista recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica, el cuadro estuvo casi 140 años sin salir del almacén del museo. Hasta que en 2017, con motivo de la exposición La mirada del otro. Escenarios para la diferencia, que se hizo por las celebraciones del Orgullo Gay de aquel año, El Prado seleccionó “algunas obras icónicas y menos conocidas, como las excepcionales El Cid de Rosa Bonheur y El Maricón de la tía Gila de Goya”. Dos años más tarde, el diseñador gráfico Luis Pastor vio el vídeo de una conferencia de Carlos González Navarro, técnico de conservación del museo, en el que hablaba de aquella muestra. Cuando se dio cuenta de que El Prado tenía esa pintura y no la lucía, se movilizó en Twitter con la etiqueta #UnaRosaParaElPrado.
No me extraña que haya grupos de música que apuesten por la sonoridad africana, el mensaje de que no hay una sola verdad y de soñar que algún día no tengamos que luchar por las necesidades básicas de la humanidad. Y que por ello tengan como símbolo al león
El cuadro es brutal. Pero en El Cid no aparece Rodrigo Díaz de Vivar. El cid —palabra de origen árabe que significa señor— es un león. Un león magnífico. El rostro esplendoroso de un león africano. De los más realistas que habréis visto nunca. Utilizaré la descripción del Museo: “Un retrato dotado de un salvajismo vital, un alegato realista en favor de una animalidad libre donde no cabe sumisión, una metáfora de los valores instintivos y emocionales que marcaron la vida de Rosa Bonheur”. No me extraña que haya grupos de música que apuesten por la sonoridad africana, el mensaje de que no hay una sola verdad y de soñar que algún día no tengamos que luchar por las necesidades básicas de la humanidad. Y que por ello tengan como símbolo y logotipo al león. Y no es raro que los niños y no tan niños se les haya querido contar con este animal tan noble la tragedia de Hamlet, el ser o no ser, la pregunta esencial de la experiencia humana. Eso sí, a pesar de que aunque la muerte del padre a manos del tío es más dura que la que escribió Shakespeare, en la animación no hay incesto y el final es feliz. En una se muere todo el mundo, en la otra canta Elton John. Mufasa sólo vive en Disney. En la vida real todos nos parecemos demasiado al rey Claudio.