Guy Fawkes vivió solo 36 años. Murió de una fractura de cuello. En 1604 se unió a un grupo de católicos ingleses para asesinar al rey protestante Jaime I. De hecho, intentó acabar con la intolerancia contra los católicos por la vía rápida, prendiendo fuego al Parlamento británico, donde introdujo una veintena de barriles de pólvora. Pero fue descubierto. Con estas credenciales se convirtio en un icono antisistema y cada 5 de noviembre se celebra con fuegos artificiales el día de Guy Fawkes o la conspiración de la pólvora. El personaje inspiró el cómic V de Vendetta, creado en los años 80 por David Lloyd y llevado al cine en 2005 por las hermanas Lana y Lilly Wachowski, con Natalie Portman como protagonista. La careta de Guy Fawkes se volvió el rostro de los indignados globales el pasado otoño. Desde los hackers de Anonymous hasta las manifestaciones de Barcelona contra la sentencia del Supremo. Aunque, paradójicamente, Fawkes luchó voluntario con el ejército español en Flandes contra los holandeses. Ya se sabe que la rivalidad con España no la ha inventado Mark Rutte, ni acabó con el gol de Iniesta. Y ya se sabe tambien que en Catalunya alguien aspiraba a ser la Holanda del sur y no era Johan Cruyff. Pero eso era antes de tener un Parlament que da pena. Y eso que el edificio sí que era un arsenal de verdad. Y construido, por cierto, por un militar flamenco. Y sí, Fawkes murió de una fractura de cuello. Concretamente causada por la cuerda con la que fué colgado.
La máscara de Guy Fawkes, pues, fué la protagonista de la primera parte del curso en el mundo. Es aquella de la sonrisa sobredimensionada, el bigote de mosquetero y una barbilla vertical en tiralíneas. No confundir, atención, con la máscara de Dalí, de rostro serio, cejas estilo ZP y unos bigotes que casi llegan a los ojos y que se ha hecho célebre por la serie La casa de papel. El caso es que Guy Fawkes gano la batalla a Dalí, pero el genio se ha vengado en forma de una tercera máscara, la que todos estamos obligados a llevar a 40 grados al sol. La distopía ha cambiado. Ya no estamos en un mundo en llamas con la gente en la calle. Vivimos dominados por un virus que no se ve. Quizás el mundo estaba enfadado. Quizás el mundo necesitaba respirar y nos ha enviado a todos a casa. Esta semana, cerca del lago que forman las aguas de Portlligat, que mantiene la aridez, la alegría amarga de las mañanas y las tardes morbosamente tristes que describió el pintor de Figueres, he visto un pez luna, conocido tambien como Mola mola. Es un pez vulnerable y en peligro, que seguro que ha agradecido el confinamiento. Y es un pez surrealista, digno del lugar. Es un mal nadador, hace el muerto mientras toma el sol, come medusas y parece sólo una cabeza de pescado, sin cola, con el cuerpo aplanado en los laterales. Por eso los alemanes lo llaman cabeza nadadora.
Pero no es el pez luna lo que explica este verano. 80 kilómetros más abajo, cerca de la playa del Castell, está la barraca de Dalí. La hizó construir Alberto Puig Palau después de comprar el Mas Juny a Josep Maria Sert para que fuera un taller-estudio para Dalí, que básicamente se hizó una foto en la puerta inclinada, porque siguió prefiriendo Portlligat. La casa es poco conocida a pesar de que está a 5 minutos de la playa. Caminando hacia allí me encontré a una señora, con la mascarilla correspondiente, que me preguntaba dónde estaba la barraca de Dalí. Mientras le respondería, por el rabillo del ojo, me fijé en un señor que estaba agachado al margen del camino. Pero bien visible. El espanto llegó al ver que el hombre estaba literalmente cagando y, posteriormente, con todos sus atributos bien visibles, se limpiaba el culo de los excrementos expelidos. Y entre la mascarilla de la señora a 40 grados, Dalí y el señor evacuando, pensé "qué verano de mierda". Me gustaba más la épica de las caretas de Guy Fawkes que el surrealismo de los pueblos de playa con mascarilla.