La isla del Rei, un islote de 40.000 metros cuadrados situado en el puerto de Maó, recibe este nombre porque desembarcó Alfonso III, conde de Barcelona y rey de Aragón, de Valencia y de Mallorca en el año 1287. El hombre conquistó Menorca al almojarife Abu Omar y la repobló en buena parte por catalanes, según Ramon Muntaner. Pues bien, la isla, abandonada demasiado tiempo, acoge desde esta semana un centro de arte de la galería Hauser & Wirth, una de las más prestigiosas del mundo. El nuevo equipamiento se encuentra en el antiguo hospital naval levantado por los ingleses en el siglo XVIII y se ha estrenado con una exposición del artista afroamericano Mark Bradford. Y, lugar de reflexión y curación durante siglos, tanto el espacio como la muestra son una perfecta alegoría para explicar el mundo actual, en plena quinta ola de la covid.
Masses and movements es la primera gran exposición monográfica que se dedica en España de Bradford, que representó a Estados Unidos en la Bienal de Venecia. Desde el lunes, su obra abstracta invita, si lo desea, claro, al bronceado visitante a participar de la reflexión, como lo han hecho los estudiantes de arte de la isla, sobre la perpetua crisis mundial de la inmigración y sobre los sistemas que oprimen a la población vulnerable, algo más evidente que nunca desde marzo de 2020, Catalunya incluida. Sólo ahora, por otros motivos que a ustedes no se les escapan, en lugares como Catalunya los contagios afectan más a quien tiene más dinero. Pero la miseria sigue afectando a quien tiene menos.
Los mapas, en lugar de reforzar nuestra sensación de seguridad nos hacen ver la vulnerabilidad del planeta, aunque se quiera predeterminar el mundo con las estructuras del poder
Si cogen un barco en el Moll de Llevant, 61, podrán ir a ver esculturas de globos terráqueos, un mapamundi del siglo XVI donde aparece la palabra América por primera vez y grandes collages alegóricos, deteriorados a conciencia por el propio artista, como un inmaculado paisaje arrasado por todo tipo de epidemias contemporáneas, que nos sitúan en el 2021. Un gran mapa del mundo trabajado con estudiantes indígenas les hará ser conscientes del poder de las líneas de los mapas en una época en que los encierros que hemos vivido y vivimos nos han hecho pensar más que nunca. Incluso en el límite de nuestro pueblo, de la Catalunya profunda o de la cosmopolita, de las pacas de paja o de los new jersey de hormigón.
Pero, al final, los mapas, en lugar de reforzar nuestra sensación de seguridad nos hacen ver la vulnerabilidad del planeta, aunque se quiera predeterminar el mundo con las estructuras del poder. Vulnerabilidad que viene de la crisis climática, como hemos visto en Alemania y Bélgica, o de la consciencia, por fin, de que este virus no se acabará vacunando al primer mundo, porque irán viniendo nuevas variantes, como la actual de la India, si en todo un continente como el africano sólo se ha vacunado al 1 por ciento de la población. Las revueltas sociales que han estallado en el mundo, desde Cuba a Sudáfrica, no terminarán hasta que haya una gobernanza global inexistente. Vuelven los miserables que harán cambiar el mundo si el mundo no cambia.
No es una mala reflexión en una isla que ha estado en boca de todos desde un inexistente Sant Joan, para que los hijos de los más afortunados del planeta, como modernos repobladores de Alfonso III de temporada alta, han acudido a ignorar el mundo y la pandemia, al menos hasta septiembre, con una alegría perfectamente visible en el paseo de Es Pla, para disfrute del sector del turismo y contorsionismo de las autoridades baleares, que ahora se han inventado una especie de toque de queda como el que los botellones de Barcelona han obligado a implantar en la mayor parte de Catalunya para todos, todas y todis. Cierran demasiadas librerías como la del Racó y los periódicos son más difíciles de encontrar que una garrafa de ginet.