"Mira, mi familia es muy franquista. Para ellos, esto de Vox es un juego de niños. Yo soy de derechas. Pero no puedo votar ni al PP ni a Ciudadanos por el discurso que tienen sobre Catalunya. Tendré que votar a Pedro Sánchez". Conté esta reflexión más o menos literal de un amigo, el lunes en el programa que Jordi Basté hizo bajo la lluvia en el Palau Robert. Al cabo de un rato, recibo un whatsapp de otro amigo: "Yo también votaré a Pedro Sánchez". Ya antes, porque me parecen significativas, había comentado estas palabras en pequeño comité a un pujolista de toda la vida, enfadado por cómo gestionaron la recta final del procés los independentistas. "Yo también estoy por votar a Pedro Sánchez", me dijo. Caramba. Tres votos para Sánchez en tres días. Ustedes pensarán que es una muestra poco fiable. No lo creo. Más allá de las encuestas y del discurso de los medios, está la nariz, la realidad. Catalunya es un país muy diverso, que no se puede entender desde 600 kilómetros de distancia. Y no hay una Catalunya real. Tan real es la de Vic como la de, por ejemplo, Santa Coloma de Gramenet. Catalunya son aquellos pueblos donde había un café republicano y un café monárquico. Catalunya son aquellas familias donde hay desde franquistas a independentistas pasando por todos los colores del verde. Porque venimos de donde venimos. Y aquí estamos, conviviendo a pesar de los discursos apocalípticos de Ciudadanos y de los errores de la carrera de Thelma y Louise. Después de los hechos de octubre del 17, escuché otra reflexión de alguien que, como los anteriores, ni es politólogo, ni tertuliano, ni analista político. Pero que vive y convive. "Los independentistas han enfadado a mucha gente que venía de fuera, que pusieron Jordi al hijo y que estaban contentos de que estudiaran en catalán". Y ganó Ciudadanos. Lo saben los naranjas. "Nuestro aumento de voto viene de Podemos", decían a quien los quería escuchar. La calle, siempre hay que escuchar a la calle. Y, ahora, aquellos que se enfadaron con los independentistas, se han indignado con los unionistas. Y en medio está Pedro Sánchez.
Más allá de las encuestas y del discurso de los medios, está la nariz, la realidad
Todo esto que les cuento, es de antes de los dos debates a cuatro. Pero no creo que hayan cambiado demasiado las cosas para mucha gente. Al contrario. Más bien, se ha confirmado esta lectura. Albert Rivera ha hecho del "a por ellos", la mala educación, la crispación y el cuñadismo su marca política. Y se ha convertido en una caricatura de sí mismo, sacando gadgets de su bolsillo mágico, que es algo poco serio para quien aspira a ser presidente. En el Ibex habrán pensado con vergüenza cuán equivocados que estaban cuando decían que hacia falta un Podemos de derechas y ahora ven que todo lo soluciona con la bandera española y un "vamos" preadolescente de vergüenza ajena. Y el otro, Pablo Casado, está desubicado porque le ha salido competencia a derecha y derecha y no sabe si tiene que hacer de hombre de estado o seguir tratando a los votantes de idiotas, repitiendo el mantra Torra, Otegi y Puigdemont.
Pedro Sánchez no es el mejor político que ha dado España. No debe estar ni el top 10. Es más bien flojo, como se ha visto crudamente en los debates. Pero al menos es más educado y no se dedica a crispar. Y el péndulo ahora quiere calma. Vox le ha hecho el favor de su vida. De hecho, el político de más nivel de los cuatro partidos españoles es Pablo Iglesias, que al lado de los demás es un manual de educación y empatía y hace tiempo que tiene el diagnóstico hecho y bien hecho. La España que dibuja es la más aproximada a la realidad. Quizás no tendrá la oportunidad de equivocarse que se merece. O sí. Ya lo veremos.