Todavía recuerdo un boletín interno de Unió Democràtica de Catalunya en el que un tal Josep Enric Millo, preguntado por qué deseaba para Catalunya en el futuro, respondía textualmente "la plena soberanía". Esto era antes de que en 2003 el partido de Josep Antoni Duran i Lleida, que en su 85 aniversario quedó liquidado con una deuda de 22 millones de euros, no le dejara encabezar la lista por Girona. No hay problema. Millo llama a Joan Puigcercós y tomando el café en el bar Núria de la plaza del poeta Marquina de Girona, le pide entrar en ERC. El expresidente de ERC le dijo, según él mismo ha relatado, que el camino de la democracia cristiana a la izquierda laica era complicado, sobre todo si se hacía en dos semanas. Millo siempre ha asegurado que fue ERC quien llamó a su puerta. Decía que él se siente humanista, de inspiración cristiana, moderado y de centro. Y catalanista. Nuestro hombre no llegó a hablar con el PSC, como le recomendó el de Ripoll, y acabó fichando por el PP de Josep Piqué, que en aquella época intentaba un giro catalanista. No sé si les suena esto del giro. Después, cómo son las cosas, Millo se ha peleado por Twitter con otro Piqué, el central del Barça, sobre el papel de Jordi Cuixart el 20 de septiembre, poco después de haber explicado al Supremo la trampa del Fairy, justificando violencia policial del 1-0, incapaz de cerrar bien un episodio que le acompañará toda la vida.
Bueno, sea como sea, el caso es que Millo pasó de pedir la plena soberanía de Catalunya, a gestionar el 155, es decir, la suspensión de la autonomía de Catalunya, lo cual no ha sido premiado por su partido, básicamente porque Millo apostó al caballo perdedor llamado Soraya Saénz de Santamaría ante Pablo Casado, que no le ha dado ni una miga de pan. De hecho, en una carrera enloquecida, parada, una vez más, por las urnas, envió a Catalunya a una marquesa desenfrenada como Virreina, que ha tenido que huir con el rabo entre piernas porque no le han votado ni los suyos, indignados con un lenguaje y un mensaje ofensivo y maleducado.
El caso es que Millo pasó de pedir la plena soberanía de Catalunya, a gestionar el 155, es decir, la suspensión de la autonomía de Catalunya
Millo podría explicar su experiencia de muchas maneras. Podría explicar sus argumentos. Y seguro que encontraría comprensión y empatía. Porque seguro que tampoco lo ha pasado bien. Pero si ustedes pensaban que Millo había escrito ya su final político, estaban muy equivocados. Coherente con su trayectoria, con la dirección de su viaje, en una carrera hacia ninguna parte, ahora es el nuevo responsable de Exteriores de la Junta de Andalucía. Sí, porque según explicó a Susana Griso, nació en Catalunya "por casualidad". De hecho, ha venido a decir, que debería haber nacido en Andalucía y tener acento andaluz. Hubiera podido decir también, como el chiste, que los andaluces nacen donde quieren. De hecho, debería haber dicho, que es la verdad, que es igual donde hayas nacido. Pero debe justificar qué sabe él de Andalucía para ocupar ahora un cargo de representación allí.
Ahora bien, este no es el problema. El problema es que Millo, el hombre que quería la plena soberanía de Catalunya, el humanista, ha fichado por un gobierno conocido por todos como el trifachito. Sí. Millo ha pasado de querer la plena soberanía de Catalunya a trabajar para un gobierno que tiene el apoyo de la extrema derecha española. El problema es que el hombre que quería la plena soberanía de Catalunya, cerró las delegaciones en el exterior de la Generalitat, demonizadas por el PP y por él mismo llamándolas "embajadas", y ahora es el responsable de la acción exterior de la Junta de Andalucía, cuyo autogobierno, por cierto, se rige por un estatuto copiado literalmente del catalán, pero que no fue llevado por el PP al Tribunal Constitucional, ni se recogieron firmas en contra, cuando él ya estaba en el PP. Millo se autodenomina democristiano, pero es marxista. De Groucho. Con el fin de tener un cargo y su nómina correspondiente, puede tener unos principios u otros. Pero debería reflexionar sobre otra máxima marxista: nunca aceptaría pertenecer a un club que aceptara a alguien como yo.