Este es el título (traducción un poco desafortunada de Jaws o "mandíbulas", en inglés) de una de las películas que más miedo han dado en las salas de cine, dirigida por Steven Spielberg y con una banda sonora magistral de John Williams. Intentad escuchar aunque solo sean las primeras notas de esta grabación, y os sentiréis transportados al verano de 1975, cuando se estrenó y un pánico ancestral recorrió las salas de cine y nos hizo coger miedo a bañarnos en el mar en zona abierta. Un sentimiento de respeto que en verano, cuando muchos nos bañamos en el mar, puede inquietarnos de nuevo. De hecho, acabo de hacer la prueba y mi perro hace unos minutos que le ladra a la nada, sin saber muy bien cuál es la amenaza, desde que ha oído esta música ambiental inquietante, llena de sonidos graves —audibles para nosotros— e infrasonidos —sonidos demasiado graves para que nuestro oído los capte, pero que pueden ser audibles por otros animales, y que son ondas vibratorias que impactan también sobre nuestro sistema nervioso y nos inquietan—.
Consideramos los tiburones como los animales vivos depredadores perfectos de los mares: su mandíbula repleta de colmillos, su extremada capacidad sensorial para detectar el olor de la sangre y hacer diana en sus presas, sus movimientos rápidos y eficientes, y su aleta dorsal sobresaliendo del agua, nos asustan. Sin embargo, hay que decir que no son los predadores superiores en el mar (lo son las orcas y, por encima de todos, los humanos) y mucho menos las especies de tiburones se parecen a esta imagen terrorífica idealizada. Actualmente, en el mundo existen unas 530 especies distintas de tiburones, y sus tamaños pueden variar desde los 20 cm hasta los 12 metros, pero los tiburones más largos y grandes no son carnívoros. El espécimen más largo capturado de la especie de tiburón blanco Carcharodon es de 6,4 metros y del tiburón tigre Galeocerdo es de 5,5 metros. Se calcula que los tiburones blancos extinguidos del mismo género debieron de tener aproximadamente el doble de longitud, o sea que quizás nunca ha existido un tiburón como el que se intuye (no se ve nunca del todo) en la película.
Podríamos pensar, de forma muy simplista, que hay que eliminar los tiburones para hacer los mares más seguros. Desde un punto de vista pragmático, quizás podríamos pensar que, sin depredadores, bañarse en el mar sería mucho más seguro (aunque el riesgo de muerte de bañistas por mordedura de tiburones es muy bajo), y sus presas —con las que quizás nos identificamos— podrán vivir más tranquilas. Pero esta visión es totalmente errónea, ya que los ecosistemas, sean marinos, terrestres o de otros hábitats, tienen redes tróficas complejas en las que cada especie ejerce su función, y los desequilibrios tienen consecuencias inesperadas e indeseadas. Por eso, la revista Science acaba de publicar una completa revisión sobre el papel ecológico y la importancia de los tiburones en los océanos del Antropoceno (es decir, durante la época humana).
La pérdida de depredadores rompe el equilibrio ecológico y causa el incremento de población de sus presas, que al mismo tiempo causa un decremento o efecto negativo sobre los organismos de los que se alimentan, como otros peces más pequeños o, directamente, sobre las praderas de algas marinas. Como veremos, la restauración de los depredadores puede comportar el reequilibrio y la resiliencia ecológicos (como os expliqué en un artículo y un vídeo, con la reintroducción del lobo en el parque natural de Yellowstone), pero también impactar como posible atenuante del cambio climático en algunas regiones, ya que puede incrementar la captación y fijación del CO₂. Los mecanismos por los que los tiburones blancos o los tiburones tigre son relevantes para su red trófica están relacionados con el mantenimiento adecuado de praderas de algas o en la creación de zonas concéntricas desnudas o "halos" en torno a las formaciones coralinas, pero también porque pueden trasladar nutrientes a distancias muy elevadas. Como realizan viajes de larga distancia, su carcasa (cuando mueren) puede permitir el reciclaje de nutrientes de unas zonas a otras del planeta.
La pérdida de depredadores rompe el equilibrio ecológico y causa el incremento de población de sus presas, que al mismo tiempo causa un decremento o efecto negativo sobre los organismos de los que se alimentan
Dedicada especialmente a las personas interesadas y al profesorado de instituto que explica redes tróficas ecológicas, adjunto a continuación una imagen muy ilustrativa del papel central que ocupan los tiburones de distintos tamaños y varios hábitos alimentarios en las redes tróficas marinas.
De las 536 especies de tiburones vivas actualmente, más del 30% están en peligro de extinción, sobre todo las que viven en arrecifes coralinos (donde están amenazados de extinción un 60% de las especies de tiburones). Del resto, se ha calculado que su densidad está en torno al 18% de la que sería sin la intervención humana. Y ahora os preguntaréis, ¿cómo es que los humanos podemos impactar de forma tan elevada en las poblaciones de tiburones? La primera respuesta más directa es la economía azul, es decir, la explotación de los océanos. La primera y más impactante es la sobreexplotación de la pesca, que ha llevado a que en el golfo de Bengala ya no queden ni tiburones ni rayas (ambos forman parte de un grupo de peces relacionados, los elasmobranquios), pero que también tiene un gran impacto en otras zonas del mundo. Otras actividades humanas que impactan en las poblaciones de tiburones son la construcción de puertos, el turismo marítimo, las infraestructuras de energía renovable marítimas, la extracción de petróleo y de minería del fondo marino y, por supuesto, el tráfico marítimo y la contaminación de las aguas.
Es evidente que, antes de reintroducir especies de tiburones, hay que estudiar con mucho cuidado cuál es el papel de las distintas especies en las redes tróficas y su impacto en el ecosistema, y esta es una investigación que debemos realizar. Reintroducir a ciegas una especie puede impactar muy negativamente en el equilibrio de un ecosistema. No se trata solo de rentabilidad en cuanto al número de animales que sobreviven, sino tener en cuenta su función ecológica. Por eso, también parece lógico pensar que quizás no es necesario reintroducir todas las especies de tiburones o, al menos, no de la misma forma ni en las mismas regiones oceánicas. Solo un estudio ecológico cuidadoso de cuál es la función de cada especie dentro de su micro y macroecosistema a escala regional y mundial (no olvidemos sus viajes a largas distancias) nos puede permitir diseñar las mejores estrategias para preservar la biodiversidad, el equilibrio ecológico allí donde es más necesario, como las reservas oceánicas protegidas, y también, de paso, impactar en las praderas de algas y su fijación de CO₂ atmosférico, que puede ayudar a atenuar o ralentizar el cambio climático. Todos ellos, temas de gran relevancia hoy en día.
Los tiburones no son nuestros enemigos esperando a acosarnos en la playa cuando menos lo esperemos. Como muchas culturas que conviven con estos escualos saben —gracias a su conocimiento ancestral— son una parte importante de nuestro planeta, y debemos saber cuál es exactamente su función para poder restituirla.