Las alegorías de la sabiduría siempre son figuras que están sentadas, quietas, reposadas. El espacio es como si se quedara en suspenso. Cuando el mundo se acelera, en cambio, el espacio se contrae y fragmenta. La velocidad del mundo comporta a menudo pensar deprisa (y peor), e incentiva los olvidos. También de aquello que sabemos que desconocemos. Y eso precipita a veces actitudes autoritarias que no quieren saber del pasado.

Empecemos por una cuestión más científica que política. No sabemos muy bien en qué consiste el tiempo. Cuando tratamos de captarlo parece que estemos recogiendo agua con un cesto de vímet. Sin embargo, fabricamos relojes que lo miden con una precisión indiscutible. Los relojes miden muy bien, no sabemos exactamente qué, una realidad que de hecho se nos escapa. Constituyen una tecnología magnífica que llevamos en la muñeca con arrogancia, pero que sabemos que no entendemos bien.

Sin embargo, sabemos algunas cosas sobre el tiempo, algunas sorprendentes. La relatividad especial (1905) nos dice que es una variable "local", que no tiene sentido preguntarnos sobre un tiempo universal; por ejemplo, preguntarnos qué es lo que está pasando "ahora" en una galaxia lejana. Y la relatividad general (1915) nos comunica que la gravedad se relaciona con el tiempo y que las cosas, al "caer" hacia una masa, se ralentizan, es decir, las cosas, al caer, quieren "ganar tiempo". Einstein se preguntaba cómo vería el mundo cabalgando sobre una onda electromagnética. La respuesta viene a ser aristotélica: sin movimiento no hay tiempo (eso naturalmente excluye que haya alguien que reflexione estáticamente sobre el tiempo, porque habría un movimiento neuronal).

Cuando algunos físicos se incomodan con reflexiones de carácter más filosófico sobre el tiempo, suelen refugiarse en la termodinámica, en el aumento de la entropía asociada a los fenómenos irreversibles. Sería esta irreversibilidad la que marcaría la "flecha del tiempo", la que va del pasado al futuro. El calor, la energía fluye de los cuerpos calientes a los fríos, nunca al revés. Los frutos se pudren, pero nunca ocurre el fenómeno contrario. Sin embargo, este refugio termodinámico, atractivo al principio, tampoco parece una respuesta del todo satisfactoria para llegar a captar un concepto que rehúye nuestros cerebros. No solo en política, sino incluso en física; "en la proposición 'si conocemos el presente, podremos deducir el futuro', aquello que falla no es la conclusión, sino la premisa" (Heisenberg).

Los populismos limitan al norte con el autoritarismo, al sur con la estupidez, al este con la demagogia y al oeste con la vulgaridad

Una matemática alemana de principios del siglo XX —que está en la lista de las mujeres científicas a las que creo que no se les ha dado la importancia que merecen—, Emmy Noether (1882-1935), estableció un teorema fascinante sobre los sistemas físicos y el tiempo. Einstein admiraba su trabajo. En resumen: una simetría es una transformación que deja un sistema invariante (por ejemplo, cuando un cuadrado gira noventa grados, el cuadrado se mantiene). Pues bien, si un sistema físico evoluciona en el tiempo, su energía se conserva, es invariante en el tiempo. Noether estableció el teorema que dice que cualquier simetría de los sistemas físicos tiene asociada una cantidad que se conserva. De esta manera se obtienen de manera coherente las conservaciones de la energía, del momento angular y de la cantidad de movimiento. Es una idea extraordinaria, que completa la manera que los humanos tenemos de aproximarnos a la naturaleza. Este teorema forma parte de las "matemáticas bonitas" (pretty mathematics) de las cuales hablaba Paul Dirac.

Cuando comparamos la sofisticación científica de este pensamiento con las ideas políticas que se extendían en sus tiempos por Europa —el nazismo y el comunismo—, el contraste parece que sea entre dos mundos mentales que no pertenecen a la misma especie biológica.

Noether pertenece a una especie resiliente y creativa cuando se enfrenta al tiempo y a la naturaleza. Otro caso es el de Karl Schwarzschild, quien encontró una solución exacta a las ecuaciones de Einstein de la relatividad general mientras estaba en las trincheras del frente oriental de la Primera Guerra Mundial. Aportó otra idea revolucionaria: cuando una masa gravitatoria está sumamente concentrada, el tiempo se detiene, el tiempo no pasa y el espacio se hace jirones. Cuando desde el frente le envió una carta a Einstein comunicándole sus resultados, este no le hizo mucho caso, porque consideraba que esta concentración de masa no era físicamente posible. Error. Se trataba de los "agujeros negros". Schwarzschild dice a Einstein unas palabras admirables: "A pesar del constante fuego de las armas, la Guerra me ha tratado con bastante amabilidad por permitir que me aleje de todo eso y pasee por sus ideas".

Otro caso de resiliencia, en este caso políticamente esperanzada, lo muestra otra carta, también escrita en las trincheras de la Primera Guerra Mundial (Somme) por el escritor Arthur Graeme West, cuando la envía a Bertrand Russell para agradecerle las aportaciones de su libro Principios de reconstrucción social. Una obra en la cual Russell defiende la reforma de las instituciones políticas, los derechos de las mujeres, la profundización en la regulación del divorcio y postula cambios en la educación. Desde la desesperanza del frente dice a Russell, "solo por pensamientos como los suyos es por lo que parece que vale la pena sobrevivir a esta Guerra".

Olvidar el progreso científico y el reformismo político de las democracias liberales abre la puerta al arrogante posicionamiento de la ignorancia populista. Los populismos, tanto los de izquierdas como los de derechas, limitan al norte con el autoritarismo, al sur con la estupidez, al este con la demagogia y al oeste con la vulgaridad.

El populismo es antiguo. Recordemos que cuando en la Atenas democrática se produjo una guerra civil cuando los acontecimientos de la Guerra del Peloponeso se precipitaron definitivamente en contra de los atenienses en la batalla de Egospòtamos (405 a.C.), el decreto que abolía la democracia y daba el poder a los llamados Treinta tiranos bajo el amparo del general espartano Lisandre, empezaba diciendo: "El pueblo ha decidido...". Siempre, naturalmente, todo en nombre del "pueblo" (cuando este término se utiliza en singular, se olvida toda su pluralidad interna; un mal presagio).

Esperemos que la sabiduría teórica y práctica acumulada por los europeos durante siglos, que después de siglos de guerras internas han llegado a la construcción de la Unión Europea, haga imposible el triunfo de unos populismos que la quieren deshacer. Unos populismos que se creen "señores del tiempo" y que ignoran, tanto como olvidan, los precios que muchas generaciones han pagado para que nosotros dispongamos de unos derechos y libertades, así como de unas instituciones políticas que los amparan, pero que, sin embargo, pueden ser arrebatados en un tiempo muy corto. La UE ha perdido ya demasiado tiempo por falta de proyecto y de liderazgo.

Aquello que más nos interesa saber y retener sobre el carácter temporal y reversible de la política: los defensores de los derechos y las libertades nunca acaban de poder salir de las trincheras.