El viernes murió Núria Feliu, la tieta de Catalunya. Entre el tsunami de vídeos y fotografías de la cantatriz que inundaron la red me llamó la atención la entrevista donde ella decía "no me molesta que me digan la tieta de Catalunya, al contrario". Desde que tengo conciencia política —para la gente de mi edad, eso coincide con el inicio del procés— la palabra "tieta" la he escuchado y utilizado para referirme a señoras mayores, mitad de la sesentena para arriba, independentistas y, en general, movilizadas. Movilizadas de una manera concreta, eso es: camiseta de la festividad, lacito amarillo, fe ciega en los líderes o exlíderes de todo este pitote y mensajes de WhatsApp en cadena. Siempre hablamos de las tietes y nunca hablamos de los tiets porque nos parece que ellas son más caricaturizables, seguramente porque son mujeres y porque el sustantivo es lo bastante flexible para englobar todo aquello que nos da pereza de nuestro propio sector político. Atacar a las tietes es fácil y divertido. Más fácil y divertido que señalar a los que, año tras año, legislatura tras legislatura, se aprovechan de las personas mayores de este país, de sus miedos arraigados al pasado y de sus ilusiones, para vender camisetas y recoger votos con promesas que nunca llegan a puerto.
Atacar a las tietes es más fácil y divertido que señalar a los que se aprovechan de las personas mayores, de sus miedos arraigados al pasado y de sus ilusiones, para recoger votos con promesas que nunca llegan a puerto
El otro día tomaba un café con un amigo en la Plaça del Rey. Nos dedicamos a observar una concentración en apoyo a los síndicos del 1-O desde nuestra mesa. "Nos las han atontado", le dije. Era muchas personas mayores, la estelada ligada al cuello, que escuchaban a un hombre recitar poesía y cantar arriba de todo de las escaleras del Tinell. Evidentemente, había tietes. No sé si se puede ser paternalista con alguien que es cuarenta, cincuenta o sesenta años mayor que tú, pero quizás escribiendo esto corro el riesgo de serlo. Nuestros jubilados son gente que ha pasado una posguerra y algunos incluso una guerra. Se han cargado a la espalda una dictadura de cuarenta años, han tenido que hablar su lengua a escondidas —los hay que no saben escribirla—, tienen padres enterrados o desaparecidos por catalanistas y se acostumbraron a vivir sus anhelos, políticos y otros, en secreto.
"Las tietes" se relacionan con la política a través del trauma porque son conscientes de que ahora pueden ejercer políticamente una catalanidad y un independentismo que antes estaban prohibidos. Igual que sus maridos. Esta es la cerradura de la caja de los truenos, porque las convierte en gente posicionada acríticamente al lado de los que identifican como "los suyos". Por eso son las únicas que no se han desmovilizado, a pesar de todo. "Los nuestros" lo saben, todo esto. La Diada es el punto álgido de lo que explico aquí porque es un escaparate de la imsersonización del movimiento independentista. Algunos lo llaman esplai, pero me parece que, para ser un poco justos con la media de edad de los que todavía asisten a manifestaciones y concentraciones, tenemos que empezar a dejar esplais y caus de lado, porque son precisamente para la gente que ya no sale a la calle. Ni lo hará mientras tenga la sensación que aquí no queda nadie dispuesto a independizarnos, claro está.
Han tomado los miedos de las tietes y los han utilizado para hipotecar sus ilusiones, sabiendo que aquí ya no queda nadie "trabajando incansablemente" para nada. A las tietes había que liberarlas, no humillarlas
Después de una derrota en la esfera pública, solo queda la vida privada. Durante siglos, los hombres catalanes se relacionaron con la nación a través de la derrota y las mujeres catalanas a través de la tierra y de la casa. "Las tietes" aguantaron la catalanidad sobre la espalda cuando el hogar era el único ámbito donde se podía ser catalán y todavía era el ámbito que se les asignaba como mujeres. Es injusto que ahora se las escarnezca por el hecho de ser mujeres, grandes e independentistas cuando, en realidad, quienes las han convertido en una caricatura para aprovecharse son los que no han tenido en cuenta su pasado a la hora de venderles todo lo que han querido. A ellas y a sus maridos, claro está. Y lo han hecho sabiendo que, a la hora de la verdad, a quien consciente o inconscientemente todavía le pesa el yugo de la represión franquista tras el cerebro, siempre escogerá a "los suyos", lo hagan mejor o peor. Han cogido los miedos de las tietes y las han utilizado para hipotecar sus ilusiones, sabiendo que aquí ya no queda nadie "trabajando incansablemente" para nada. A las tietes había que liberarlas, no humillarlas