JxCat se parece cada vez más a aquel niño pequeño, malcriado, que cuando no puede salirse con la suya, arruga la nariz y la frente, sierra los dientes y, con una mirada que fulminaría a cualquiera, proclama a los cuatro vientos: "¡Pues ahora no juego!". Es la manera de proceder que implementó en su día CiU y que su sucesor, tras pasar por el PDeCAT, ha continuado e incluso ha sofisticado. Así se explica que, a pesar de no haber ganado las elecciones catalanas del 12 de mayo ni las europeas del 9 de junio, se empeñe en que quienes sí las han ganado hagan que su candidato, Carles Puigdemont, y no ningún otro, sea el nuevo presidente de la Generalitat.

No es que los comicios europeos tengan nada que ver con quién debe ocupar el palacio de la plaza de Sant Jaume de Barcelona, pero como JxCat precisamente los situó como una especie de reválida de los catalanes de un mes antes, el resultado no le ha acompañado. No solo esto, sino que el batacazo ha sido de los que hacen historia. El 2019 había quedado en primera posición con casi un millón de votos, el 28,63%, y tres diputados, y ahora debe conformarse con el segundo puesto y 430.925 sufragios, el 18,02%, y un solo diputado. El partido se ha desplomado y ha perdido un 10,61% de los votos. Y básicamente lo ha hecho como consecuencia, una vez más, de la abstención —que ha crecido un 17,40%— de una parte muy significativa del electorado independentista, que le ha vuelto a pasar factura por cuarta vez consecutiva, tras las municipales y las españolas de 2023 y las catalanas de este mismo 2024. La diferencia es que ahora lo ha hecho, además, en mayor proporción que su eterno rival en el espacio soberanista, ERC, que también ha perdido representación, pero menos, un 6,40%, y gracias a los buenos números de sus compañeros de coalición, EH Bildu y BNG, ha conseguido salvar mínimamente los muebles.

La realidad es que a JxCat el tiro le ha salido por la culata. Porque no es sólo que haya perdido armas y bagajes, es que ha visto como el partido triunfador de los comicios catalanes, el PSC, ha vuelto a ganar en los europeos y, además, lo ha hecho con una mayoría abrumadora, una ventaja incontestable, que hace que en clave de política catalana no haya ningún tipo de base para discutir a su candidato, Salvador Illa, la opción de aspirar legítimamente a la presidencia de la Generalitat. Aunque se trata de citas con las urnas bien dispares, fue JxCat quien planteó las elecciones del domingo en estos términos, y de acuerdo con ello es una obviedad que el PSC ha salido muy reforzado, con el 30,63% de los votos. A Carles Puigdemont la extrapolación de unas urnas a otras no le ha salido bien y, por tanto, no le quedan argumentos para querer seguir siendo él el elegido para volver a presidir Catalunya ante la rotundidad de los resultados. El consuelo, el triste consuelo, es que ha quedado por delante de ERC.

En otros países de Europa ha habido movimientos y dimisiones por los malos resultados de anteayer. Aquí, en Catalunya, ni los ha habido ni se los espera.

Pero si a pesar de todo ello JxCat se empeña en querer cuadrar el círculo, supeditando el cargo de su líder a la continuidad de Pedro Sánchez en la Moncloa, lo más probable es que el desenlace sea una situación de bloqueo que obligue a repetir las elecciones del 12 de mayo. Y no está nada claro que en estos momentos a las fuerzas soberanistas —JxCat y ERC, aparte de la CUP— les interese realmente la repetición electoral, a la vista de las caídas que han sufrido últimamente y que, llegado el caso, se reproduciría con un nuevo episodio de abstención, el quinto, de buena parte de los electores independentistas que les haría aún más daño. Ni siquiera una hipotética candidatura conjunta en este supuesto, como ha propuesto Artur Mas, pero que los de Oriol Junqueras han rechazado sin contemplaciones, les serviría de nada. Un riesgo, en todo caso, que no parece que estén muy dispuestos a correr.

Haría bien JxCat, pues, de no buscar más excusas de mal pagador y asumir que la realidad no le favorece. Responsabilizar de los malos resultados al todavía 132º presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, por haber convocado las elecciones catalanas tan cerca de las europeas es distraer la atención, sobre todo porque si hubiera decidido celebrarlas juntas, también lo habría encontrado mal, con el reproche de que los comicios catalanes quedaban devaluados. Es aquello de que la culpa es siempre de los demás, y por eso el mal resultado de estas elecciones europeas es culpa de los abstencionistas —como lo fue en las municipales, en las españolas y en las catalanas—, como ha dicho su candidato, Antoni Comín, que recurriendo a la pataleta del niño pequeño malcriado que no puede salirse con la suya ha lamentado que por 80.000 votos —no 80 u 800— JxCat se quedaba sin el segundo escaño.

El caso es que ha perdido más de medio millón de votos, y la formación de Carles Puigdemont se queda mirando el dedo que señala la luna, en lugar de fijarse en lo que señala el dedo. ERC ha perdido casi 400.000 y la suma de ambos se acerca al millón. No es que los independentistas hayan dejado de serlo, es que hace cuatro citas consecutivas con las urnas que les advierten de que van por el camino equivocado, pero hasta ahora los partidos no se han querido dar por aludidos. En otros países de Europa ha habido movimientos y dimisiones por los malos resultados de anteayer. Aquí, en Catalunya, ni los ha habido ni se los espera, salvo la tímida movida que desde el 12 de mayo asoma en la formación de Oriol Junqueras, porque la cuestión es seguir tocando poder, por poco que quede y por insignificante que sea. Si después de cuatro batacazos seguidos todavía son incapaces de efectuar una reflexión seria sobre por qué tantos electores han dejado de hacerles confianza, es para bajar la persiana y cerrar la parada.

Carles Puigdemont quería que la cita electoral del 9 de junio fortaleciera su estrategia para volver a presidir la Generalitat y el tiro no solo le ha salido por la culata, sino que ha tenido el efecto contrario, porque quien sale de verdad fortalecido es justamente su principal adversario para ocupar el cargo, el líder del PSC, Salvador Illa. Ni siquiera el pacto con ERC y la CUP sobre la composición de la mesa del Parlament, en función del cual la presidencia ha recaído en Josep Rull, de JxCat, esconde que justamente JxCat está en horas bajas, porque el acuerdo no implica necesariamente que tenga que ser idéntico al de la investidura. Aunque la maniobra para arrogar-se una mayoría que en la Cámara no tienen y que las urnas no les dieron —cuatro miembros de la mesa de JxCat y ERC (dos y dos) por tres del PSC— no permite augurar nada bueno, porque es la evidencia de que, a pesar de todo, el 130º presidente de la Generalitat está dispuesto a ir a por todas.