El miércoles, el president Jordi Pujol asistió a una cena navideña en La Garriga, invitado por la gente de Junts per Catalunya. “¿De qué queréis que hable?” Preguntó. Y la alcaldesa Meritxell Budó, que era la anfitriona, respondió: “Hombre, del país, ¿verdad?”. Y Pujol respondió: “Pues yo hoy hablaré de Junts”. Si una semana antes en Castellterçol se centró en la filosofía nation-building de Prat de la Riba, en esta cena más de partido hizo un llamamiento a los militantes, casi una arenga, “a reconstruir Convergència”.
No se mordió demasiado la lengua respecto a los herederos que se cargaron el partido que él fundó. Disolver Convergència fue “un error muy grave para el país”. “Convergencia —añadió— había sido un buen invento, incluso tenía un nombre acertado y funcionó bien y no sé si por un mal agüero se disolvió después de que tantos intentaran destruirla. Cometimos errores y debemos asumirlos, yo asumo mi responsabilidad —no lo dijo, pero se refería a la herencia en Andorra—, pero vosotros los jóvenes no debéis sentiros responsables de esos errores y yo os pido que deis un paso adelante, que recuperéis ese instrumento, siempre y cuando haya gente nueva dispuesta, con disciplina, ambición, con gente de buena fe... id a buscarla, sé que será difícil, quizá nada ya pueda ser igual a Convergència, pero podéis hacer lo que más se acerque a lo que fue, con esa mentalidad constructiva y yo os pido que trabajéis para sacar el país adelante”.
La diferencia principal entre Junts y Convergència es que el partido que lidera Carles Puigdemont se declara independentista desde el minuto cero, y el que fundó Jordi Pujol nunca lo hizo, nunca quiso hacerlo, y además Pujol no evita decir —volvió a hacerlo en La Garriga— que “la independencia es muy difícil”, en el sentido de que más vale no hablar de ello y centrar la acción política en la construcción de la nación.
En un acto privado en la Garriga, Pujol hizo un llamamiento a la gente joven de Junts para reconstruir Convergència, eximiéndoles de los errores de sus predecesores. "Disolver Convergència fue error muy grave para el país pero vosotros no sois los responsables y tenéis que recuperarla”.
Estas últimas intervenciones de Pujol han sido interpretadas por algunos analistas y políticos que todavía no han superado algún resentimiento como una especie de rendición, como si Pujol hubiera renunciado a la independencia de Catalunya y se conformara resignado a la condena de la supeditación de Catalunya a España. Y bien, en su trayectoria, no exenta de contradicciones, Pujol siempre ha procurado evitar o negar el objetivo nacionalista de la independencia porque a su juicio es tanto como poner el carro delante de los bueyes. Para él, es más importante el reconocimiento nacional, interno y externo, que la consideración administrativa del país. Y en cualquier caso, la primera condición para la independencia es que haya nación y la construcción de la nación no puede esperar a que llegue la independencia.
Para construir la nación por la vía pacífica y democrática antes de la independencia es necesario fomentar la cultura y la lengua propias, la identidad, el sentido de pertenencia y la voluntad de ser. Y esto puede hacerse desde la sociedad civil y también desde las instituciones haciendo política, pero obviamente haciendo política española, si es antes de la independencia. Para hacer política española, declararse independentista no facilita los acuerdos que puedan ayudar a construir la nación. Es difícil negociar cualquier traspaso de recursos y competencias si dices al Estado que todo lo quieres es para marcharte y llevártelo. Seguramente por eso, el discurso no solo de Pujol, sino también de Tarradellas, era que querían más poder para Catalunya, pero para quedarse. De lo contrario no les habrían dado nada, porque, efectivamente, todo lo logrado desde la Transición han sido concesiones del Estado. Se pueden considerar peyorativamente estas concesiones por el hecho de serlo, pero mayoritariamente el Estado se ha visto obligado a hacerlas, nunca las ha hecho con agrado, ha sido necesario arrancarlas y, se mire como se mire, son las que han permitido, mucho, poco o muy poco, construir la nación hacia adentro y proyectar Catalunya al exterior. De hecho, en alguna ocasión Pujol también ha destacado las ventajas que suponía en algunas circunstancias ir por el mundo como catalanes utilizando también la referencia española, que abre muchas puertas.
Desde un punto de vista español, el independentismo se entiende más que como una deslealtad como una infidelidad, por lo tanto también los independentistas, en vez de hacerse los milhombres, deberían practicar la táctica de los adúlteros. La independencia no se hace, si se hace no se dice y si se dice se niega. Las comparaciones siempre son odiosas, pero el autogobierno y el poder de Catalunya aumentó progresivamente cuando no se hablaba de independencia y se ha visto considerablemente reducido desde que algunos políticos subieron el listón reivindicativo buscando más el apoyo electoral para gobernar la autonomía que para conquistar la soberanía. Solo Puigdemont se lo creyó en serio y algunos lamentan que todavía insista en ello.
El 126º president reivindica la eficiencia del partido que fundó y que estableció de facto la relación bilateral con el Estado al poder negociar independientemente de quién gobernara
Pujol, en cambio, es una especie de situacionista, partidario de ir aprovechando las rendijas del statu quo dominante, por eso reivindica Convergència, porque era el instrumento que permitía practicar una relación bilateral con el Estado que no estaba ni está prevista en la Constitución. Y la ventaja de CiU, como la del Partido Nacionalista Vasco, que tampoco habla nunca de independencia aunque sean independentistas, era que podían negociar independientemente de quién dirigía el Estado, sea el PSOE o el PP. Esto en Catalunya ha sido un hecho inédito. Cambó solo podía negociar con las derechas y Companys con las izquierdas. En cambio, Pujol podía hacerse valer en ambos lados. Ahora parece que el independentismo está atado de pies y manos a sobrevivir con el PSOE de Pedro Sánchez, lo que tiene efectos inevitablemente neutralizantes.
Pujol ha hablado siempre de nacionalizar Catalunya y proyectarla al mundo porque es la forma de existir políticamente. Se lo deben creer los de dentro y te deben creer los de fuera. Convergència empezó como cuarta fuerza política y se consolidó como eje articulador del movimiento catalanista. El éxito fue la convergencia (por eso todavía reivindica el nombre) de sectores de la derecha, el centro y la izquierda en torno a una idea de Catalunya. Siempre decía lo de “sumar y no restar”, aunque a menudo se sumaba también gente no demasiado ejemplar.
Pujol no creía en 2017 que se daban las condiciones para plantear la batalla de la independencia con posibilidades de éxito, pero antes, en una cena con Helmuth Kohl y Mihail Gorbachov, le dijo al líder ruso: "Algún día Catalunya será independiente"
La proyección exterior ha sido siempre una obsesión de Jordi Pujol. Europeísta y occidentalista convencido, en su fuero interno Pujol siempre arrastrará el error, por miserias domésticas, de no haber apoyado el sí en el referéndum de la OTAN, pero su atlantismo está fuera de duda y considera fundamental la actitud coherente de Catalunya determinada por su ubicación geoestratégica. Antes del procés, en una cena privada con empresarios y directivos jóvenes a la que asistí, Pujol daba el discurso habitual sobre las necesidades materiales del país. Algunos de los comensales le reprocharon su moderación y lo interpelaron sobre la independencia. Pujol respondió levantando la voz con un “No!” rotundo que hizo el silencio en el salón, hasta que un servidor repreguntó: “¿Y por qué no?”. Y Pujol respondió volviendo a alzar la voz: “¡¡¡Porque no tenemos aliados!!!”. Y a continuación, Pujol, que no es marxista, sino todo lo contrario, se extendió con la ausencia de las condiciones objetivas y subjetivas para plantear la batalla por la independencia con posibilidades de éxito. España, vino a decir, en tanto que miembro de la Unión Europea y de la OTAN, recibiría el apoyo de sus aliados, que es, de hecho, lo que ocurrió después con el procés.
Resulta incómodo relacionar a Pujol con un poeta tan español y socialista como Antonio Machado, pero su trayectoria recuerda la filosofía del “caminante no hay camino, se hace camino al andar” como si los avances de hoy alguien los aprovechará mañana y cuando llegue el momento propicio las nuevas generaciones ya decidirán lo que más convenga. Pujol ha cultivado la ambigüedad y ha dado pie a que lo acusen desde posiciones soberanistas incluso de ser un agente del Estado, pero por alguna razón fue el primer objetivo de la guerra sucia del Estado contra el independentismo. Hay un testigo respecto al independentismo de Pujol revelado por el periodista Manuel Campo Vidal en un artículo en La Vanguardia titulado “Ante Gorbachov, Pujol salió del armario”. (LVG 3/9/2022). En una mesa donde se sentaban también Helmut Kohl y Mihail Gorbachov, Pujol dijo, según el testigo de Campo: “Yo no sé si el País Vasco será independiente, pero yo le digo que algún día, en el que yo ya no seré president, Catalunya será independiente”. Algún día. Otra cosa no, pero Jordi Pujol siempre ha sido optimista.