Lo que salta a la vista es que el acuerdo entre ERC y PSOE no es un acuerdo histórico. Todo el mundo tiene derecho a su instante de gloria, o a sus quince minutos de fama, como pronosticaba Andy Warhol, y además no era imaginable un acuerdo con tantas partes donde ERC tuviera que desaparecer o quedar humillada. Otra cosa es que, con el paso de los días, se vayan viendo las fragilidades y pequeñeces del acuerdo (o bien, incluso, se hagan evidentes las fragilidades y pequeñeces del proceso negociador). El caso es que ni Puigdemont ni Junts han mostrado nerviosismo ante esta foto, ni se han puesto a lanzar acusaciones de deslealtad, o a criticar duramente el acuerdo y su curiosa escenificación. Simplemente, contar con un mediador internacional cobra ahora más sentido que nunca. Yo me quedaría con eso.

En cuanto al desenlace, la traca final está por llegar. Sea en forma de petardo (acuerdo) o de dinamita (desacuerdo), todavía queda mecha para bastantes días. La sonrisa de Félix Bolaños, que mientras firmaba con Junqueras era una sonrisa de trilero, encaja perfectamente con la de alguien que también dice que "lo peor del pasado de Catalunya no podía condicionar el futuro de Cataluña y de España". Lo "peor del pasado de Catalunya" será, para él, el octubre de 2017. Y eso no puede condicionar el futuro, dice. Este es el iluso guion de los negociadores del PSOE, vete a saber si también de alguien dentro de ERC, pero, en cambio, adondequiera que miren, verán que el octubre de 2017 lo condiciona todo. ¿Todo? ¿Seguro? Sí. Todo.

Sufren porque saben que Waterloo tiene la última palabra y que esta última palabra ha terminado variando, muy a menudo, en el último minuto

Junqueras ha dicho recientemente, también, que quien negocia en nombre de los ciudadanos de Catalunya solo puede ser el gobierno de Catalunya. Dicho así, es lógico que las contrapartidas sean de mejora autonómica: el gobierno de Catalunya es un gobierno autonómico y, por tanto, negocia vías de tren (condicionadamente) y condonaciones de deuda (extensibles a otras comunidades), como durante el pacto del Majestic se negociaban mossos de escuadra y gestión de los puertos. La participación de ERC en la ley de amnistía, haya sido grande o más bien pequeña, deberá pasar por la aprobación final (o no) de Junts, y el hecho de que haya planteadas ahora dos “mesas”, una de gobiernos y otra de partidos, crea una expectación hacia cómo quiere Junts concretar su participación. Lo que quiero decir con esto es que hay espacio, un gran espacio, para mejorar este acuerdo. Los días que vienen lo mostrarán con rotundidad. Así como también existe un espacio grande, evidentemente, para que se rompan tanto las negociaciones como la sonrisa de Bolaños.

La prensa barcelonesa (tiro de eufemismo) ha retratado el momento actual como el de un interminable 26 de octubre, miren si el octubre de 2017 lo condiciona todo: argumentan que el president Puigdemont es todavía imprevisible y que, ante determinadas jugadas "rufianescas" por parte de ERC, puede decidir hacer su camino y dejarlo todo en nada (como ya hizo impulsando la DUI en lugar de convocar elecciones autonómicas, tal y como estaba previsto). Sufren porque saben que Waterloo tiene la última palabra y que esta última palabra ha terminado variando, muy a menudo, en el último minuto. Bien, pues lo que sí podemos dar por seguro es que la cosa todavía se alargará unos días y que la confianza cuesta muy poco romper. No es cuestión de foco mediático, sino un buen consejo para gente escarmentada: el tiempo deja ver las cosas más claras, y encontrar trampas en los textos y sobre todo en las actitudes. Las actitudes. Las palabras. Las sonrisas.

Mientras, Aznar ha llamado a la movilización institucional española contra este proceso negociador, y algunos jueces y fiscales ya le están obedeciendo. Aznar es como es, pero hace constantes referencias a los años treinta, sabe de lo que habla y tiene un sentido histórico desarrollado. Él fue quien vaticinó que antes se rompería Catalunya que España, ciertamente, pero si en la frase había un “antes” significa que también viene un “después”: ahora mismo, política e institucionalmente, España parece más dividida que nunca. Y todo ello tiene su origen en un octubre, señor Bolaños, lo que usted dice que no debe condicionar nada. Mire si lo condiciona tanto todo, que condiciona el precio electoral que tendrán que pagar ERC o Junts en caso de llegar a un mal acuerdo. Como decíamos, Puigdemont será acusado de ser el único responsable si al final no existe un acuerdo, pero entonces también será acusado como único responsable si hay acuerdo. ¿Y quién supervisa esto? ¿Quién hace de juez, aquí? El procés, el conflicto político, la herida abierta, la gente, Fuenteovejuna, el octubre del 2017, lo que en teoría ya no existe o quiere hacerse ver que no existe. Y es que no, ni siquiera Puigdemont tendrá la última palabra.