Hoy me estreno escribiendo artículos de opinión a ElNacional.cat. Muchas gracias a José Antich y David González por la confianza. Y a los lectores, os espero cada domingo. Empezamos.
En un momento en que el independentismo pasa por su crisis, desencanto y apatía más profunda conviene recordar más a menudo que todo es de método, no de motivos. No hay acuerdo en el cómo, pero sí en el qué. Es decir, la desunión viene motivada principalmente por si la independencia llegará pactando con España, confrontándose a ella o bien rompiendo de manera unilateral y esperar que la comunidad internacional te reconozca. Pero si en medio de tanta desunión hay un elemento común y que cohesiona es que siguen intactas las razones para considerar que a Catalunya le irían mejor las cosas como estado independiente. Es más, la mayoría de razones también las pueden compartir catalanes no independentistas que, cuando se dé un nuevo momentum, pueden llegar a pensar que, efectivamente, la única salida es la independencia. Eso sí que amplía la base.
Madrid siempre tiene la última palabra en todo. Puedes tener competencias en sanidad pero no puedes decidir si prohíbes fumar o no en las terrazas"
El principal argumento que, por sí solo, justifica la independencia es la falta de poder político de Catalunya, es decir, la capacidad real que los catalanes tienen para que -a través de la Generalitat- se puedan tomar decisiones. Dicho de otra manera: la última palabra en prácticamente todo la sigue teniendo siempre Madrid. Se puede disfrazar mejor o peor y se pueden alargar los trámites más o menos, pero al final del día el resultado es lo mismo. Me explico: aunque tenga competencias en sanidad, la Generalitat no puede decidir si prohíbe fumar en las terrazas. Aunque tenga traspasada gran parte de la gestión del tráfico, no puede decidir la velocidad máxima en la B30. Y yendo al extremo, el poder judicial catalán es nulo, de manera que, siempre, la última instancia -el Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional- pueden tumbar lo qué les complazca: desde la ley que fija un tope para el alquiler a todo un Estatut entero.
En el 2021 los catalanes pagaron 75.000 millones de euros en impuestos; España destinó a Catalunya 54.000"
En segundo lugar están los motivos económicos. Este es tan sencillo como cruel de explicar. El esfuerzo económico que hacen los catalanes pagando impuestos no se ve recompensado de manera equitativa, ni siquiera proporcional, en servicios públicos o inversiones. Y eso afecta a los ocho millones de catalanes, sean independentistas o no. No hay una línea de Renfe para indepes y otra para autonomistas. Este agravio económico de Catalunya respecto de la media española se basa en dos factores: el primero, el llamado déficit fiscal: el año 2021 el estado recaudó 75.000 millones de euros de impuestos pagados por catalanes (indepes o no). Aquel año 2021, el estado destinó a Catalunya 54.000 millones de euros. 21.000 millones de diferencia: cada día de pertenecer a España supone que Catalunya deja de disponer de 57 millones de euros. Cada día. La otra vía de mala financiación es que el Estado presupuesta un dinero y después no los invierte. El año 2023, de cada 100 euros que comprometió a invertir en Catalunya solo llegaron 45. En Madrid, fueron 212, es decir más del doble del presupuestado. Esta doble asfixia es una castración en toda regla de cualquier posibilidad de emancipación económica. Y además, eso liga con el primer motivo: el poder político de decisión, las reglas del juego financieras, las pone Madrid. La prueba es la resistencia del Gobierno de turno a cambiar el sistema, es decir, que Catalunya disponga de un régimen fiscal propio. Sin ir más lejos, este sábado Pedro Sánchez ha intentado resolver el sudoku con una paradoja imposible: diciendo que todas las comunidades autónomas podrán tener una financiación singular. Pues no será tan singular, entonces.
España no se excita, o no se cree, o no le gusta, o directamente combate la idea de una Catalunya-nació dentro de una España-estado"
Y en tercer lugar, la supervivencia de Catalunya como nación no puede descansar en el Estado español, que a lo largo de los años ha demostrado que su interés en esta cuestión va de la falta de entusiasmo (en el mejor de los casos) a la hostilidad (en lo peor). Ya sé que la imagen que evocaré a continuación puede parecer una alucinación, pero en un estado plurinacional su presidente tendría que tener como prioridad la buena salud de todas las lenguas que vertebran este estado. Concreto todavía más la imagen alucinógena: el primero preocupado por la situación actual del catalán tendría que ser Pedro Sánchez, a quien le tendría que sacar el sueño la posibilidad de que una de las lenguas de su país plurinacional puede desaparecer. Y francamente no parece muy preocupado.Como mucho, con el catalán en el Congreso o el intento de la oficialidad del catalán en la UE accede a cumplir aquello que le piden los partidos catalanistas por necesidad aritmética, no por creencia personal y política. Cuando Catalunya hace una ley del audiovisual que pide poder negociar con las plataformas para garantizar la presencia del catalán, la reacción de la Moncloa no fue la de "tranquilos, yo iré a Hollywood a negociarlo" sino la de rebajar las pretensiones de la ley catalana. Y así con todo: la graduación depende del partido político, pero España no se excita, o no se cree, o no le gusta, o directamente combate la idea de una Catalunya-nación dentro de una España-estado. El Estatuto del 2006 fue el último intento para ensayarlo y el resultado es conocido: España nunca pondrá sus herramientas de estado para ayudar a Catalunya a seguir siendo nación y, por lo tanto, parece lógico llegar a la conclusión que Catalunya quiera tener estas herramientas en propiedad.
Todo demuestra que el conflicto político entre Catalunya y España existe, el conflicto todavía está aquí. El pasado 8 de agosto Carles Puigdemont dijo bajo el Arc de Triomf que había venido fugazmente a recordar que "todavía estamos aquí", en una indisimulada evocación del "ja sóc aquí" de Tarradellas. Y si en el 2024 se puede proclamar que "todavía estamos aquí" es porque los motivos todavía son aquí. Un Onze de Setembre más, todavía están aquí.