Probablemente lo que más preocupa los catalanes ahora mismo es la pandemia de la Covid y sus consecuencias sociales y económicas, pero parece lo bastante evidente que ni el Govern de la Generalitat, ni el Gobierno español tienen capacidad suficiente para resolver este problema, cuándo ni siquiera la Unión Europea es capaz de imponer su autoridad a las empresas farmacéuticas que tienen que proveer las vacunas. Así que ninguna de las dos opciones de Gobierno previsibles -el tripartito supuestamente de izquierdas o la coalición supuestamente independentista- nos sacarán de la pandemia. En las elecciones catalanas lo que se dirime es El Conflicto. Así, con mayúsculas, porque es el fenómeno que está determinado la política española desde hace más de una década y nos tiene a todos cansados y/o indignados.
Como ha dejado claro al candidato socialista, de lo que se trata es si los catalanes quieren "pasar página" del procés soberanista, como si nada hubiera pasado, o bien no están dispuestos a aceptar resignadamente la represión como un éxito del Estado y asumir la derrota.
No hay que decir que en el resultado influirá la reacción malhumorada de los que más han sufrido las severas consecuencias económicas de la pandemia, pero como ha dejado claro el candidato socialista, Salvador Illa, de lo que se trata es si los catalanes están dispuestos a "pasar página" del procés soberanista, como si no hubiera pasado nada- o bien no están dispuestos a aceptar resignadamente la represión como un éxito del Estado y asumir la derrota política. Los cansados, indignados y los resistentes no suelen votar igual.
De hecho, no nos ha movido de lugar. Como en las dos anteriores elecciones, la cuestión es si el conflicto entre España y Catalunya está resuelto o no. En el 2015 y en el 2017, la voluntad democráticamente expresada por los catalanes registraron una mayoría independentista que levantaba acta del conflicto. Desde entonces, el Estado español, como haría cualquier otro en su situación, ha seguido una estrategia para disuadir a los independentistas de mantener su posición, pero a diferencia de lo que hizo el Reino Unido con Escocia o Canadà con Quebec, ha considerado que la represión pura y dura del movimiento soberanista sería más efectiva que la seducción para derrotarlo hasta que no levante la cabeza. No se puede decir que esta estrategia no haya tenido consecuencias considerables. Desde 2015 se han destituido o procesado gobernantes, presidentes, diputados, concejales y activistas, ha habido un ensañamiento con los presos... todo esto ha enfurecido una parte de la sociedad catalana, pero no tanto como para generar una reacción desestabilizadora. Es la "impotencia coercitiva" de los catalanes que describió Vicens Vives. Por eso, una parte del movimiento independentista, consciente del poder destructor del Estado, se ha mostrado dispuesta a renegociar una nueva estabilidad, mientras que otro se muestra bien decidida a mantener la posición de resistencia. Desde el establishment político y mediático se considera que resistir ante un adversario tan poderoso y beligerante como es el Estado es una pérdida de tiempo que impide dedicar energías a otros asuntos, mientras que los partidarios de resistir lo plantean como una cuestión de dignidad democrática y de supervivencia nacional.
Desde el establishment se considera que resistir ante un adversario tan beligerante como es el Estado es una pérdida de tiempo, mientras que los partidarios resistir lo plantean como una cuestión de dignidad democrática y de supervivencia nacional.
Como es lógico la gente ha tenido miedo de las represalias y pocos han estado dispuestos a poner en peligro su patrimonio o su nivel de confort. Pero la democracia permite expresar cuanto menos "el acto de afirmación continuada", que desde Almirall hasta Vicens Vives ha sido el paradigma político catalán. El catalanismo siempre ha tenido un carácter performativo. Catalunya existe políticamente sólo porque los catalanes lo dicen. Así que no hay que descartar que los silencios que ha habido ante la represión se conviertan ahora en un grito atronador. Covid aparte, votar el 14 de febrero no será tan arriesgado como el 1 de octubre y esta vez nadie acabará en prisión por votar lo contrario de lo que quiere el Estado. Decía Vicens que a los catalanes no les mueve la razón como a los franceses, ni la metafísica como los alemanes, ni el empirismo como a los ingleses, ni la inteligencia como a los italianos ni la mística como a los castellanos. "En Catalunya -concluía- el móvil primario es la voluntad de ser". Dicho de otro manera, es el "som y serem" de toda la vida y Popper, como liberal que era, añadía que "para una nación la libertad es más importante que la riqueza, y, en la vida política, esta es una condición indispensable para vivir al menos humanamente".