Asimilo la muerte del Papa en Lisboa, precisamente el lugar donde el papa Francisco dijo aquella célebre frase de "todos, todos, todos", tres veces, remarcando que el espacio de la Iglesia no tiene límites, cabe todo el mundo. Bueno, para él, porque tardaron poco los conservadores representantes eclesiásticos de todo el mundo en matizar: "bueno, sí, en el fondo lo que el Papa quiere decir, etc., etc., etc. No soy el padre Batllori ni el padre Benítez, ínclitos jesuitas —como el Papa— e historiadores de la Iglesia, para haber contado a cuántos más papas han corregido sus hermanos en el episcopado. Pero ciertamente al papa Francisco le han dado toques, lo han contradicho, se han reído de él y lo han menospreciado los que hoy están enviando notas de pésame que solo son palabras aguadas y para quedar bien. Él era el Papa, la autoridad, y ha tenido que tener mucha cintura para aguantar los embates de su oposición.

Ha sido un pontífice incomprendido. La gente se cree que lo conoce. Pero que haya concedido entrevistas o que haya hecho una autobiografía no quiere decir que todo el mundo lo conozca, al contrario, marca él el discurso de qué quiere que sea público y omite las zonas más desconocidas. Hay piezas que no tenemos, influencias que podemos suponer pero no certificar. Por ejemplo, el legado tan fuerte del judaísmo, sus amigos rabinos argentinos, su frustrada vocación de misionero...

Ha sido un papa parcialmente incomprendido, no porque tuviera ideas teológicas erráticas, Dios nos libre de ello. No ha hecho ninguna enmienda a la doctrina. No se ha cargado el Código de Derecho Canónico. Pero, sutilmente, ha hecho movimientos que requerirán que los expertos canonistas del futuro tengan que hacer filigranas si quieren mantener lo que ha sido siempre así. Porque sus gestos, sus opciones —los viajes a determinados lugares y los países obviados expresamente como España o Argentina— son señales. Y marcan una tendencia.

Quería una Iglesia sinodal, donde todo el mundo fuera fraternal y compartiera ideas y discrepancias, y a veces se ha encontrado solo. Decidiendo, también solo

Ha tomado decisiones. Se ha quedado a medias con algunas reformas: quería una Iglesia sinodal, donde todo el mundo fuera fraternal y compartiera ideas y discrepancias, y a veces se ha encontrado solo. Decidiendo, también solo.

Lo que no se ha querido abrazar es su "deriva populista", por utilizar palabras de sus atacantes, su "comunismo manifiesto", su "apertura sin límites". Un papa que ha enviado demasiados mensajes tiernos a colectivos que en la vida se acercarían a una parroquia, más que nada porque no les abrirían las puertas y los invitarían a marcharse. Este es el hombre que ha dejado una Iglesia muy preparada para reformas, que ahora alguien tendrá que decidir si coge y continúa, o si se desmarca de ello.

Ha tenido al enemigo en casa. No es el único. Recordemos los puñales del mayordomo al papa Benedicto XVI. El papa Francisco, cuando lo ibas a ver a una audiencia, te pedía "reza por mí" y, socarrón, te volvía a mirar mientras tú ya te marchabas y añadía: "A favor, ¿eh?".