Uno de los fenómenos que siempre ha caracterizado la guerra sucia practicada por los estados contra los territorios que mantienen sometidos es la voluntad de querer reflejar una imagen deshumanizada. Tratan de criminalizarlos, desnaturalizarlos, violentarlos para justificar un procéso colonial y "redentor" a ojos del mundo.
De esta manía criminalizadora hay importantes antecedentes en la relación Castilla-Catalunya. Un buen ejemplo sería un mensaje emitido por Francisco de Quevedo que en el siglo XVII describía el catalán como "La criatura más triste y miserable que Dios creó" e incitaba al odio y a la violencia al predicar que "Mientras que en Catalunya quedara un solo catalán, y piedras en los campos desiertos, tenemos que tener enemigo y guerra". Tiene perfectos equivalentes hoy en la espantosa consigna "A por ellos", la peregrina campaña de España Global de Pepe Borrell o la amenaza del "Ulster que os vamos a montar" del ciudadano Jordi Cañas.
Llegados hoy al punto que hemos llegado del pogromo unionista (cierre unilateral, firmas anti-Catalunya, sentencia Estatuto, operación Catalunya, cloacas de Estado, 155, operación Colau, etc.), es interesante recordar la receta que predicaba el escritor irlandés Seamus Heaney (muerto en el 2013) para hacer frente a este tipo de deshumanización colonial. En pleno conflicto irlandés, este ganador del premio Nobel el año 1995 (cínicamente etiquetado como "no nacionalista" en la necrológica que le dedicó el muy nacionalista El País) tomó partido, discretamente, no por el IRA, sino por la gente sencilla y humilde, apelando a sus legítimos anhelos.
"Ni en ocho siglos se ha podido hacer apagar aquella tenue luz de la gente humilde que solo quiere evitar que se apague la llama de la autoestima"
Lejos de las expresiones más enfrentadas, Heaney se centró en la gente que desde siglos sufrían la conculcación de derechos con la colonización y la discriminación social sistemática. Escribió: "Ni en ocho siglos (de dominación colonial en Irlanda) se ha podido hacer apagar aquella tenue luz de la gente humilde que solo quiere evitar que se apague la llama de la autoestima". Para Heaney, pues, era la gente humilde y sus anhelos lo que importaba. Y aunque escribía en inglés, y no en gaélico, no se privaba de proclamar su admiración por aquello que describió como "la resistencia y el resurgimiento de los idiomas pequeños del mundo, la solidaridad que recurre desde Irlanda a Estonia, desde las islas Feroe hasta Asturias, y desde el Gales hasta el País Vasco."
Ahora que dos millones cuatro cientos mil catalanes "rebeldes" esperamos sentencia en el Tribunal Supremo, con gravísimas acusaciones a nuestros indefensos representantes políticos, vale la pena evocar el paradigma de Heaney, aplicado esta vez a nuestra gente humilde. Es en esta gente paciente que tenemos que ver la "profundidad ética" que la academia sueca valoró al premiar Heaney. ¿No son los agredidos del 1-0 los que colocan lazos amarillos que al día siguiente ven arrancados por los intolerantes nuestros modelos de Heaney? ¿Incluso cuando los acusan de llevar lirios en la mano? ¿No son de esta misma pasta Anna y Roser de Salt (70 y 83 años) que cada viernes de este pasado invierno cargaban la fiambrera de bocadillos y patatas fritas (con sabor a vinagre, creo recordar) para cenar en la intemperie de Puig de les Basses para hacer compañía a la admirada Dolors Bassa?
¿No es de esta pasta la gente anónima que hizo mil kilómetros para estar en Bruselas aquel 7 de diciembre de hace un año y medio? Como Albert, que durmió en la bañera de un hostal francés para no tener que aguantar los ronquidos de Josep, o los míos. O los que vamos el lunes a Estrasburgo. Gente que por el esfuerzo económico de hacer aquellos largos viajes —y repetidas aportaciones solidarias a las cajas de resistencia con que pagamos a la Inquisición— tuvieron que hacer regalos más modestos a los nietos e hijos por Navidad. O que hoy sencillamente no llegan a fin de mes para poder estar en Estrasburgo. Nos podrán criminalizar como quieran. Pero deshumanizar nunca. Ni impedir nuestra victoria final. En eso, como en todo, un Jordi Cañas no tiene nada que hacer delante un Seamus Heaney. El amor siempre ha acabado venciendo al odio.