El borrador del cambio curricular con la literatura catalana y castellana para adaptarla a la normativa del Estado ha generado una llamarada de controversia en los medios y preocupación en el mundo universitario, donde algunas voces consideran que es el síntoma de la desvalorización de los conocimientos humanísticos y artísticos y lo que esto comporta en la educación y en el sentido de pertenencia a una sociedad por el desconocimiento de los autores clásicos y de los lugares comunes derivados, justamente, de la literatura, la historia y la filosofía. A esta realidad, podemos añadir los ensayos que afirman que la deriva de la educación en occidente lleva a evitar que los jóvenes actuales se conviertan en adultos responsables y que, de hecho, los adultos responsables hagan una regresión a la infancia. Según Kevin Hayward, profesor de la Universidad de Copenhagen, vivimos en una sociedad infantilizada en la que la madurez es más bien un hándicap para estar cómodo en el mundo que nos ha tocado. Y culpa a la cultura occidental arrastrada por Estados Unidos. Y espérate.
Asegura Hayward que existe un cambio generacional muy palpable, con una sobreprotección de los padres a sus hijos. Pero también el evidente efecto de las redes sociales. Que Internet infantiliza me parece a estas alturas bastante evidente. Todos nos convertimos en adolescentes cuando utilizamos las redes para explicar qué vida tan maravillosa que tenemos o para conseguir likes que nos hagan sentir bien. O utilizando otras para insultar directamente, que es otro síntoma de inmadurez. Pero tampoco los productos audiovisuales, sean programas o anuncios, nos tratan como adultos.
El poder político y económico es el primer interesado en que las emociones vayan por delante de la razón. No tener anclas culturales para reflexionar y contentarse con ser niños toda la vida solo sirve para que puedan seguir haciendo y deshaciendo
En una sociedad que se ha empobrecido, sobre todo las clases medias, y en la que los jóvenes y no tan jóvenes no pueden acceder a una vivienda, el ocio se ha convertido en el gran activo de las empresas a la hora de sacarnos el dinero. Si el proyecto de vida ya no puede ser tener una vivienda y lo que a partir de ahí se puede construir, la poca renta disponible se destina al ocio. Y aquí se ve también la infantilización del mundo adulto, representado por los conciertos de Taylor Swift, pero también por las pulseritas de los chicos de Coldplay o, lo habrán visto estos días, en como las celebraciones que antes estaban más bien destinadas a los niños, como la Navidad, ahora se ha convertido en una actividad de adultos infantilizados, con estos jerséis de renos que se han puesto de moda incluidos.
Es verdad que la tontería ya viene de lejos y que ya hace muchos años que hombres de 30 años iban a la plaza del MACBA con su skate, pero es que ahora las ciudades —sobre todo las ciudades, cuidado— están invadidas por adultos que van en patinete. Eo, y a motor, eh.
En esta línea se pronuncia también el psicólogo Javier Urra en Inmadurez colectiva, que lamenta que se haya priorizado la emoción a la razón, que se venda la necesidad de estar contento con frases de galleta de la suerte, pero también que se cancelen obras que se consideran ofensivas y que incluso la paternidad y la maternidad se haya convertido en un juego que consiste en exponer a tus hijos en las redes desde el momento en que la criatura está en la barriga de la madre. Dirán, diremos, que ser adulto cuesta mucho más económicamente que hace unos años. Y es cierto. Pero, el propio señor de Copenhague afirma que en otros momentos complicados de la historia, la respuesta no fue me quedo en casa como un niño. De hecho, esto es lo peor que se puede hacer. Porque al poder político y económico es lo que le interesa. El poder político y económico, empezando por Trump y sus amigos de Silicon Valley, es el primer interesado en que las emociones vayan por delante de la razón. No tener anclas culturales para reflexionar y contentarse con ser niños toda la vida solo sirve para que ellos puedan seguir haciendo y deshaciendo lo que les da la gana.