Han salido los resultados del último informe PISA y las alarmas se han disparado, especialmente en Catalunya, que en la comparación estatal queda mal parada tanto por el puesto que ocupa —de los de la cola— como por el hecho de que se confirma la tendencia a la baja de los resultados.
Una tendencia a la baja que, ciertamente, es generalizada en los países europeos y que aunque se relaciona con los efectos de la covid-19 —la prueba se hizo en el año 2022—, no se puede solo atribuir, exclusivamente, a estas circunstancias de excepcionalidad. El cierre de las escuelas el año 2020 seguro que ha pasado factura en temas de aprendizaje y de maduración personal a los y las adolescentes —se examina al colectivo de entre 15 y 16 años— más allá de lo que se puede recoger en un informe de este tipo.
El Govern de la Generalitat ha salido al paso ante el mal resultado del sistema educativo catalán en este último informe PISA haciendo énfasis en la importancia de comparar de manera adecuada las muestras con que se representa cada territorio y estoy completamente de acuerdo; pero hay que ir más allá en la reflexión y la actuación, porque muchos más indicadores muestran que va a la baja.
¿De qué nos sirve mostrar números ascendentes o brillantes si la brecha social se hace más grande?
Quedar bien en la foto es muy útil para no tener que hacer nada; que las alarmas se disparen tendría que suponer una puerta abierta a la reflexión sobre cuáles son los condicionantes de más peso en los resultados de éxito del estudiantado catalán. También habría que evaluar cómo se evalúa, pero ahora no lo compliquemos más.
Una de las ideas centrales del informe PISA es mostrar si hay segregación —si la posición de clase social, de género, de lugar de nacimiento— hace de determinante del nivel de los resultados alcanzados, y, desde esta perspectiva, a mí me interesa mucho más como país saber qué nota sacamos. ¿Estamos o no reduciendo las desigualdades sociales? ¿Hasta qué medida estamos asegurando, o cuando menos trabajando, la igualdad de oportunidades? Esta mirada tendría que ser la central en un estado democrático y republicano —si es que lo queremos ser de verdad, y en todo caso aspiramos a ello, aunque solo sea en una de las materias— y no los resultados globales y la comparación con otros, que es lo que ocupa generalmente el titular de los medios.
Con eso no quiero decir que no se tenga que mejorar la competencia en matemáticas o lectura o ciencia, independientemente de que eso nos sitúe o no mejor en el ranking mundial —que de paso sea dicho, va muy bien en términos de prestigio internacional— ¿pero de qué nos sirve mostrar números ascendentes o brillantes si la brecha social se hace más grande? Una sociedad de éxito no es sinónimo de una sociedad de bienestar, tenemos demasiados ejemplos de eso y de como la desigualdad de oportunidades no solo impacta en los colectivos que están discriminados, sino que lo hace de manera negativa en el conjunto de la sociedad.