La historia de nuestra nación, entre tantas otras cosas, también es la historia de todas las violencias que han soportado las generaciones que nos han precedido. La activista independentista Blanca Serra y su hermana Eva fueron torturadas por la policía española durante una transición que, por puro afán reformista —esto es, nacionalista—, todavía hay quien se empeña en hacernos creer que fue modélica. Las hermanas independentistas fueron detenidas hasta cuatro veces de forma arbitraria —en 1977, en 1980, en 1981 y en 1982—, esta última vez por llevar un cartel donde ponía "Independència". La represión política siempre tiene una dimensión física y, en momentos de impunidad, se manifiesta ensañándose con el cuerpo de las mujeres. Esto es lo que sufrieron estas dos hermanas en —entre otros lugares— la jefatura de Via Laietana. Ahora, Blanca Serra ha decidido emprender acciones legales con el apoyo de Òmnium e Irídia.
Las hermanas Serra no son las únicas mujeres que sufrieron torturas durante la represión, tal y como explica Gemma Pasqual en Torturades (Comanegra). En la rueda de prensa para anunciar el emprendimiento de medidas legales, Blanca Serra explicó: "Si has estado en la Dirección General de Seguridad en vísperas del '18 de julio', notas perfectamente que les molesta muchísimo que seas catalán y, sobre todo, que seas catalana". Y por eso la vía rápida de humillación —el objetivo final de este tipo de torturas— fue el cuerpo. "La tortura es cuando piensas que puedes dejar de existir", decía Serra, porque infligir dolor físico en estas condiciones sirve para que acabes asociando el sufrimiento al motivo que te ha llevado allí, pero no para que necesariamente lo vincules en términos de méritos —"soy así, me merezco esto"—, sino para que lo vincules en términos consecutivos: si soy así, me pasará esto. Si soy así, harán que no exista. Si quiero evitar el suplicio, si quiero librarme del sufrimiento, lo mejor es que cambie lo que soy. Con afán ejemplificador, todo está hecho para que, al menos durante un par de generaciones, todo el mundo conozca bien cuáles son los costes de levantar la cabeza y, de forma inconsciente, incorpore las medidas preventivas para sobrevivir.
La tortura a las hermanas Serra se ejerció con un fin utilitarista: que cuajara la idea de que ser catalán no sale a cuenta
La violencia deja un poso psicológico colectivo que, en realidad, solo se puede desarticular desde la conciencia. La violencia soportada crea un estado de somnolencia, disociación y silencio. Crea un estado moral colectivo, incluso, en el que la opción que se adscribe al bien siempre es la opción de no defenderse, pero no para que el recuerdo de la violencia esté vivo y conozcamos el origen de la intimidación, sino al contrario: porque como no conocemos exactamente su origen, como el relato oficial no es nunca el que habla de nuestra represión abiertamente porque somos catalanes, hemos asumido que la cabeza gacha es nuestro estado natural. Que nuestro carácter es no mostrar carácter, en definitiva. La violencia consigue borrarse de la historia o resignificarse —que se asuma como necesaria o como insoslayable por las circunstancias del momento—, porque quien gana es quien escribe esta historia, pero sus consecuencias permanecen. De hecho, es por eso que permanecen: al final, nadie las sabe identificar como consecuencia de nada. Blanca Serra lo explicó así en el Ateneu Barcelonès: "He sido maestra de enseñanza secundaria y he visto que los jóvenes no tenían conciencia de lo que había pasado, había un proceso de desmemoria muy bien trabajado por el Estado".
Más que por la opción inverosímil de que alguien con algún cargo, alguna responsabilidad, o alguien con algún tipo de carga simbólica del poder español pida disculpas —que no pasará, ni sé si hace falta que pase—, el proceso de denuncia es necesario para que los hechos impregnen el marco mental político colectivo de nuestra nación. Que no haga falta un ejercicio de "memoria histórica" para hablar, un ejercicio de recuperación de los hechos, sino que el estado natural sea la conciencia de la violencia para poder ser conscientes, también, de sus consecuencias. Es desde esta posición que el planteamiento existencial solo puede acabar de una manera: si siendo así me pasa esto, si siendo así me hacen esto, la única manera de poder ser como soy plenamente —esto es, conscientemente—, la única manera de que mi carácter tenga algo genuino, mío de verdad, y no se convierta en la superposición de instintos de supervivencia, es enfrentándome a quien ejerce la violencia. La tortura a las hermanas Serra —y a tantas otras mujeres— se ejerció con un fin utilitarista: que cuajara la idea de que ser catalán no sale a cuenta. Hacer que la tortura y la violencia soportadas no sean en vano es invertir el utilitarismo de este fin.