Dice Salvador Illa que ha venido a trabajar y a construir. El presidente de la Generalitat es consciente de que el país está tan cascado moral e intelectualmente, que es suficiente con un par de conceptos connotados positivamente para simular el estreno de un estadio mejor. ¿Mejor para quién? No lo sabemos. ¿Trabajar en qué sentido? ¿Construir qué, exactamente? Tampoco lo sabemos. En la Catalunya pacificada, estas son respuestas que no hacen falta para construir una idea de país. Dice el president Illa que todo eso lo hará sin hacer ruido; además, que es otra manera de decir que cualquiera que se haya apoyado en el eje nacional catalán de una manera demasiado explícita ha sido perezoso, porque solo en el españolismo de pretensión neutral hay institucionalidad y virtud.

Salvador Illa no ha llegado para españolizar el país, Salvador Illa ha llegado al Palau de la Generalitat porque diez años de procés monopolizado por los partidos y diez años de explotar la idea de independencia al servicio del electoralismo autonomista han carcomido la relación de los catalanes con la política que los tenía que liberar. Su presidencia es fácil porque, si como cualquiera que toca poder quiere perpetuarlo, no tiene que hacer nada más que abandonarse a las dinámicas que el PSOE quiere para el Estado. Por mucho que los ideólogos socialistas remen para elevarlo, Illa no es la causa de nada: es la consecuencia. Todo lo que ha hecho desde que es presidente, lo ha hecho desde esta conciencia: ha puesto una bandera española en su despacho como quién pone la guinda en el pastel para marcar territorio, ha anunciado un plan contra la sequía para reforzar el espejismo del trabajador —que interpela directamente al espíritu de tendero caricaturizado—, y ha llenado el sottogoverno, en gran medida, de gente que no ha conocido ninguna vida laboral fuera del partido con la pretensión de quien contrata a los mejores profesionales.

El problema de la respuesta traumática del postproces es que otorga al PSC la apariencia de seguridad que ofrece paz al trauma.

El president de la Generalitat ha revestido el españolismo de tecnocracia para copar las instituciones con la herramienta más prolífica que ostentan los nacionalismos de Estado: la ponderación, la imparcialidad y la promesa de un orden siempre al servicio del statu quo. En realidad, sin embargo, solo hay que rascar un poco para destapar que el PSC va tan cortito de recursos humanos como el resto. Con un independentismo ideológicamente trinchado y envenenado y con claras dificultades para tener ninguna idea que lo haga salir de la espiral, lo único que le hace falta al president es mantener la centralidad política para que todo el mundo asuma con automatismo programado que lo que sale más a cuenta siempre es apuntalar al PSC. Cuando escribo PSC, en realidad escribo Estado español. La mayoría de las preguntas que despiertan los conceptos fáciles con los que Salvador Illa se ha envuelto, tienen la respuesta aquí: una etapa mejor para la España que se autoproclama plurinacional mientras recentraliza, trabajar para Madrid sin hacer mucho ruido, construir una Catalunya netamente sucurzalitzada, en la que ser catalán solo suponga una singularidad folclórica. El cartel de "progreso" que hacen girar los socialistas siempre señala hacia la sumisión. Orbitarlo políticamente significa aceptar este sometimiento.

El marco léxico del progreso y el trabajo es idóneo para que la presidencia de Illa sola ya parezca una hazaña virtuosa. Escribía Iván Redondo en La Vanguàrdia que «ahora funciona el diálogo y la negociación entre diferentes en la que todos ceden y acuerdan. Así se construyen las democracias fuertes. Y aquí tenemos el padre Illa, porque Illa es, con Sánchez, el protagonista de este cambio de paradigma». El trabajo de las criadas ideológicas de los socialistas ha sido aprovechar las flaquezas independentistas y conseguir que la sumisión, para los sometidos, parezca siempre más deseable que la insubordinación. El problema de la respuesta traumática del postproces es que otorga al PSC la apariencia de seguridad que ofrece paz al trauma. Y que, para construir nada al margen del PSC, ahora mismo "hay que salvarlo todo: las dinámicas de los partidos políticos independentistas que nos han llevado hasta donde estamos y que lo legitiman; el instinto de recogimiento que hace que según qué propuestas lingüísticas y culturales de mínimos parezcan rompedoras; las estructuras de poder —en los medios, en las instituciones, en el mundo empresarial— que hacen que levantar demasiado la cabeza suponga jugarse el cuello; las corrientes que empujan a aceptar, como mínimo, una cuota de españolismo para poder navegar el mundo de la literatura o del arte. Salvador Illa es presidente de la Generalitat porque todo lo que ha hecho falta para que lo fuera —y para que no parezca muy grave— ha creado una costra antes de que se llegara a institucionalizar nada.