Querida Roro:

Yo no te puedo juzgar: también fui una tradwife. Ahora explico qué significa esta moda "actual" de enseñar por redes la forma de vida de las mujeres blancas de clase media-alta, estilo años 50. Pero primero de todo quiero pedir perdón a todas las mujeres a las que he dicho "¡qué guapa estás, cómo has adelgazado!", o a las que he hecho creer que mi vida de esposa tradicional era maravillosa, cocinando para los clientes de mi marido y recogiendo los huevos de las gallinas. Lo siento porque somos mucho más que nuestras apariencias. Si quien me está leyendo es una mujer con hijos pequeños (poco probable, porque no tendrá ni tiempo para lavarse el pelo), me gustaría abrazarla como Karol G a Amaia Montero, o como cuando un corredor que se ha torcido el tobillo en las Olimpiadas cruza la meta con la ayuda del ganador. No empecé a entender de verdad qué era el feminismo hasta que fui madre y ahora mi política es la sororidad.

Roro, bonita, yo también creía que me encantaba limpiar, cocinar para mi hombre, doblarle la ropa y que no me hacía falta ninguna ayuda, porque me encantaba ser ama de casa. Dos amigas con diez años más que yo me dijeron que me equivocaba y en ese momento pensé que eran ellas las que no me entendían a mí. De verdad, estaba realmente convencida de que me encantaba limpiar el lavabo con música de la danza del vientre, que había nacido para decorar espacios, que disfrutaba (y todavía lo hago) yendo al mercado, poniéndome guapa para mi hombre, preparándole la maleta y haciéndole de secretaría. Sin pedir nunca nada económico (ni antes ni después), mendigando solo un poco de amor. ¡Qué casualidad que una vez divorciada haya multiplicado mis ingresos! Seguramente, por la necesidad de mantener a mis hijos, el orgullo de la autoestima rota y por el hecho de que no tengo que encargarme de hacer de criada. Según la ciencia, las mujeres solteras viven más tiempo y, lo más importante, son más felices que las casadas. En cambio, en los hombres se invierte la ecuación: viven más tiempo y mejor los que están casados... ¡porque descargan su trabajo en los hombros de su señora! Por algo tiene este nombre, esposa, como la mujer esposada, y es que el léxico es sabio y no una pura casualidad. Igual que tenemos amigos invisibles cuando somos pequeños y también tenemos enemigos visibles cuando somos adultos: justificar los tratos desiguales (o los maltratos) en nombre del amor romántico. Las princesas Disney han hecho mucho daño a mi generación. Suerte que las nuevas protagonistas son heroínas que luchan. Aunque hay muchas millennials cuyo sueño es ser Kate Middleton. Tranquila, yo también quería ser Lady Di, y mira como acabó. Y no te olvides de que para conseguir ese look plateado, Cenicienta tuvo que barrer tanto como cuando vuelves de la playa con los niños.

No empecé a entender de verdad qué era el feminismo hasta que fui madre

Las parejas de antes aguantaban más que las de ahora. Y la mayoría lo hacían —no hace falta blanquear la realidad— porque las mujeres no tenían otra escapatoria. No creo que les gustara ser unas cornudas, ir de "vacaciones" a la segunda residencia para seguir haciendo de sirvientas, no tener un orgasmo en su vida o sufrir las amenazas que las separaran de sus hijos en caso de huida. En un pasado demasiado próximo, estos roles estaban tan marcados que creaban una jerarquía en la que el hombre mandaba y la mujer obedecía. En la primera cesárea que le hicieron a mi madre, le pidieron permiso a mi padre. Mi hermano acaba de cumplir 46 años. Un lector muy boomer valenciano me dijo que me entendía en mis artículos, pero que eso significaba que toda la vida de su madre, dedicada en exclusividad a la familia, no valía nada. Sí que lo vale, porque el ingrediente mágico es el amor, pero hay algunos puntos comunes con la esclavitud. El problema es que ahora que somos una democracia, siempre hay más trabajo por hacer que cuando vivíamos en una dictadura. Y que, como dice la Timandra de Theodor Kallifatides, "Los sofistas tenían razón. Cada moneda tiene dos caras". También me he leído este agosto el último libro del psicólogo Rafael Santandreu: No hagas montañas de granos de arena. No creo que extrañe que esté enganchada a la autoayuda. Él dice que habría que jugar las decisiones importantes a cara o cruz. Y es verdad que, en numerosas ocasiones, cuando no sé qué hacer en la vida y las dos opciones tienen muchos pros, he lanzado la moneda al aire. Pero nunca en el amor.

Yo también creía que tenía que decir amén a todo para estar bien casada. Sí, esto era antes de mi segundo hijo. Antes de que mi cuerpo se convirtiera en un coche de segunda mano engendrando una niña y el heredero. Lo más parecido a las tradwifes son las de las familias italianas de derechas, las que, por una casa señorial, entran en la jaula de oro. Son las mismas que están orgullosas de hacer mermeladas, planchar los calzoncillos y hacer múltiples manualidades. Sí, esas que para seguir sintiéndose útiles venden collares por internet. No me gusta la crueldad mental de las mujeres que no ayudan a las otras mujeres, pero sin querer, querida Roro, te has convertido en mi némesis. Ya he dejado de susurrar "qué quieres que te haga para cenar" para gritar lo que pienso y soy sin ser "la mujer de".

Envía este artículo a la amiga que tú ya sabes. La que bebe demasiado, vía de escape por tener que convivir, y más en verano, con una realidad que no le gusta. Nuestras hijas merecen, aunque quieran seguir a Roro en las redes, entender (aunque todavía no puedan) la realidad. Todas salimos sonriendo en las fotos, aunque lo importante es sonreír en la vida, cuando no hay cámara como testimonio.