Hace tiempo que en las redes sociales —sobre todo Tiktok e Instagram— corren perfiles de mujeres que abogan por popularizar y exponer el modelo de "esposa tradicional"tradwife, traditional wife—. Las más populares en los Estados Unidos son perfiles como los de Nara Smith (@naraaziza) y Hannah Neeleman (@ballerinafarm), las dos mormonas, pero cada vez más esta tendencia se ha ido extendiendo por todas partes. En cualquier caso, todos los perfiles se parecen bastante: son mujeres que cuelgan vídeos estéticamente placenteros de ellas cocinando, sobre todo, y cocinándolo todo desde cero. Si quieren un bocadillo de mozzarella, hacen con sus propias manos el pan, la mozzarella y todo lo que haga falta para rellenarlo. Las horas que invierten elaborando platos que la mayoría tardamos cinco minutos en preparar son un símbolo de su rol: la feminidad reside en hacer de su casa un hogar mientras su marido trabaja fuera. Evidentemente, tras los vídeos de ellas con vestidos de flores, contentas, reconectando con su rol "tradicional", hay política.

Todo esto no sale de cualquier parte. Como mujer heterosexual, entender por qué una se puede sentir atraída no solo por este contenido audiovisual, sino también por este modelo, supone hacer un poco de autoanálisis. El atractivo del extremo siempre parte de un desengaño: bajo las voces femeninas de mi generación —y las que quedan un poco por encima y un poco por debajo— hay un murmullo de insatisfacción. Estamos independizadas económicamente, pero la mayoría no nos hemos hecho ricas. Queremos cuidarnos y cuidar, pero parece que nunca hay suficiente tiempo. Hemos disfrutado de una cierta liberación sexual, pero quizás algunas no tenemos claro hasta qué punto nos ha satisfecho. De todos modos, procuramos no juzgar a nuestras congéneres desde su vida sexual. Durante un tiempo pareció que el modelo de pareja de nuestros padres estaba condenado, pero no encontramos ninguno mejor. Hemos vivido la era en la que quien no quiere tener hijos tiene tanta voz en los medios como quien los ha tenido, y ya no sabemos qué es más contrarrevolucionario. Podemos vivir la crianza con mucha más libertad que nuestras abuelas —que la recibían por inercia— y que nuestras madres —que dos días después de parir estaban en el trabajo—, pero nunca tenemos suficientes ahorros para empezar a criar. Se nos dice que somos libres, pero cada decisión que tomamos es cuestionada por los de un lado y por los del otro mientras nos gritan "libertad" a la cara. Me parece que no es extraño que el contexto invite a estar un poco desorientada. Esta confusión interior, sin embargo, es un estadio que muchas generaciones de mujeres antes no se han podido permitir.

Ser una 'tradwife' es una propuesta de vida tan superficial como pensar que hay satisfacción a largo plazo en ser Carrie Bradshaw persiguiendo hombres por Nueva York

Se hacen llamar tradwifes, pero en la tradición de donde yo vengo, casarse es mucho más que dedicarse a hacer masa de bagel y pasear delantales. Ni mi feminidad ni mi vocación familiar dependen de saber hacer un lemon pie, la relación con un marido no es ser su cocinera. Ser una tradwife es una propuesta de vida tan superficial como pensar que hay satisfacción a largo plazo en ser Carrie Bradshaw persiguiendo hombres por Nueva York. Todo es una ficción hecha para vender un producto político, pero sedientas de la seguridad que una propuesta firme como la que el modelo tradwife ofrece, hay quien se abraza a esta paz simbólica después de lo que le ha parecido una guerra. El modelo tradwife parece hecho para saciar los anhelos del alma, porque hace raíces —o simula que las hace— en elementos que tienen que ver con ello: la realización de tener un hijo, la realización a través del otro, ofrecer el tiempo para la familia, convertir la casa en un lugar de amor, el compromiso. Es un discurso viciado porque, una vez más, pone todo lo que es sobrenatural del modelo familiar hegemónico sobre las espaldas de la mujer. Es la romantización actualizada de una descompensación histórica. Además, se vende a sí mismo como la única garantía de familia sin peligro; tras este retorno "libre" al pasado hay un cierto chantaje. Evidentemente, practicarlo y exponerlo como modelo ideal no son la misma cosa.

Más que conservador, que es la etiqueta que le interesa poner a cierta izquierda para matar dos pájaros de un tiro, el modelo tradwife es reaccionario. No pretende conservar el fondo y hacerlo sobrevivir adaptando comedidamente las formas, sino que pretende defender que solo hay unas formas capaces de hacer sobrevivir el fondo. El fondo del modelo tradwife son sus formas, por eso tampoco sirve del todo a las mujeres que queremos relacionarnos con el matrimonio, la familia o la maternidad desde unos parámetros mínimamente realistas. Y que queremos compatibilizar, en la medida de lo posible, este modelo que pensamos que nos realizará con tantas otras cosas que lo harán. La belleza primaria de la opción de la familia es que permite realizarse porque, precisamente, es una opción. Hacer depender la feminidad de este modelo capa su opcionalidad. Es curioso porque, llegados a este punto, una desearía que las redes estuvieran llenas de vídeos sobre cómo ser marido o padre, eso es, que los hombres tuvieran algún ideal donde reflejarse teniendo en cuenta que la familia tradicional la hace el hombre con la mujer. Mientras tanto, el mundo nos pide a nosotras que paremos el golpe —el cuestionamiento del modelo— encerradas en la cocina.